– ¿Estás diciendo que Robert y Mitchell probaron algo que les gustó?
– Lo único que digo es que hay muchas formas de dar rienda suelta a la frustración, y la mayoría de ellas crean adicción.
Contemplaron el charco de café sobre el linóleo de la cocina.
Tim carraspeó.
– Necesito mi arma -dijo.
– Tu arma -dijo ella, como si no estuviera familiarizada con la palabra. Se levantó y recorrió el pasillo hasta el dormitorio.
Tim oyó el chasquido del armero al abrirse, y luego la vio regresar y dejar el 357 encima de la mesa entre ambos, como si estuviera de humor para echar una partidita a la ruleta rusa.
Tim puso encima de la mesa la llave de la caja de seguridad donde estaba la carpeta de Kindell y la deslizó hacia ella.
– No voy a tener tiempo de seguir con esto ahora mismo. Y aunque averiguara qué caja abre esta llave, no podría ver su contenido sin una orden judicial.
Dray cogió la llave y la apretó dentro del puño.
– No es más que un trabajo rutinario. Averiguaré de qué banco se trata, me presentaré de uniforme a la hora de comer cuando los directivos no estén en su puesto, fardaré de placa e intimidaré a un cajero cualquiera para que me abra la caja. -Asintió una sola vez, con gravedad-. Tú haz lo que tengas que hacer.
Tim sintió la necesidad de convencerla, de justificarse.
– Si Robert y Mitchell empiezan a cargarse a gente, quién sabe cuándo pararán. No puedo permanecer sentado en una celda y dejar que todo siga su curso.
– Tampoco puedes hacerte el héroe como si fueras el Llanero Solitario. En buena ley, no puedes.
– No voy a hacerlo. Seguiré filtrando información por medio de Oso para que el Servicio Judicial y la policía local dispongan de tantas pistas como yo. Teniendo en cuenta mi responsabilidad en todo este lío, no me importa ser el que reciba, el que esté en el punto de mira.
– Oso se las puede arreglar. Los judiciales y la Policía de Los Angeles pueden echarles el guante.
– No como yo.
– Eso es verdad -reconoció Dray-. Es verdad. -Dejó escapar un suspiro, dirigiéndolo de tal modo que se despeinó un poco el flequillo. Miró la pistola, lo miró a él y apartó la vista-. No te respalda ninguna autoridad, Tim. Ni la del Servicio Judicial Federal ni la de la Comisión. Ahora vas por libre. -Levantó la mirada de los trozos de la taza de café con una expresión preocupada y desafiante a partes iguales-. ¿Puedes ser tu propio juez?
Tim cogió su arma de la mesa y se la enfundó de camino hacia la puerta.
Capítulo 34
Llegó a Yamashiro con una hora de antelación y lo inspeccionó como mejor pudo por si Oso tenía planeado tenderle una trampa. En vez de coger la ruta serpenteante hasta el local en la cima de la colina, lo que no le habría dejado ninguna opción, consiguió aparcar el coche en Hollywood Boulevard, entre dos todoterrenos tan grandes que resultaban ridículos. Reconoció el área cerrando una espiral y, al cabo, subió la fuerte pendiente y soportó la mirada extrañada de los aparcacoches, que sin duda no habían visto llegar a nadie a pie al restaurante.
Como siempre, Kose Nagura lo recibió con gran amabilidad y lo condujo hasta la mesa que él y Oso ocupaban habitualmente, con vistas a los jardines japoneses de la ladera y el Strip a sus pies. Después de que llegara el camarero y dejara dos limonadas, Tim sacó una minúscula botella marrón, echó un chorrito en la bebida de Oso y la removió con un palillo.
Oso llegó a las cinco y media exactamente, se introdujo en el asiento delante de Tim y asió el pequeño tablero de la mesa por ambos lados como si fuera una bandeja gigante.
– Más vale que empieces a darme respuestas ahora mismo, colega, porque no me gusta nada la pinta que tiene el asunto.
– ¿Tienes a los objetivos bajo protección?
Oso habló despacio, como si fuera eso lo único que mantenía a raya su malestar y su ira.
– Tenemos a Dobbins bajo custodia. A Rhythm y Bowrick no los encontramos por ninguna parte. ¿Quieres decirme qué demonios está pasando?
– ¿Has estado en casa de Rayner?
– Vengo de allí. Era tan feo como me dijiste. ¿Vas a explicarme qué hostias está pasando?
El camarero les dejó unas verduras en vinagre para que fueran picando y Oso lo ahuyentó sin apartar la mirada de Tim.
– Repito: ¿qué hostias está pasando?
Un mar de cabezas se volvió como si se tratase de un partido de tenis, y luego todos se centraron de nuevo en sus conversaciones y en los palillos laqueados del grosor de unas pinzas. Oso tenía la frente perlada de gruesos goterones de sudor. Se le veía el rostro abotargado, intensamente vulnerable. Tim se sintió igual que el pobre Travis, el niño protagonista de la vieja película Fiel amigo, en el trance de sacrificar a su querido perro Old Yeller.
Tomó un sorbo de su vaso, hizo de tripas corazón y empezó, interrumpiéndose únicamente cuando Oso despachaba de buenas maneras a un camarero más solícito de la cuenta. Una vez que hubo acabado, Oso carraspeó, una, dos veces.
– Toma un poco de limonada -dijo Tim.
Oso le hizo caso. Se enjugó la frente con una servilleta que quedó oscurecida de sudor. Masticó unos trocitos de verdura en vinagre, puso cara de asco y los escupió.
Tim le acercó una hoja de papel con notas minuciosamente preparadas.
– Éstas son todas las pistas que se me ocurren, aunque reconozco que no son muchas. Síguelas. Y encuentra a Bowrick. Y a Rhythm.
– Lamento ponerte al día, Rack, pero los judiciales y la Policía de Los Angeles tienen otras prioridades que ir detrás de un tipo como Rhythm Jones para decirle que su vida quizá corre peligro. ¿Sabes qué? Cuando alguien trafica con droga y chulea a chicas, por lo general suele estar al tanto de que hay gente que quiere quitarlo de en medio. Iremos a ver a Dumone lo antes posible y registraremos el despacho de Rayner. Y también enviaremos una unidad a casa de Kindell, pero estoy contigo: si los Masterson han destruido su expediente, es que no están interesados y, puesto que mantenerlo vivo con el secreto de la muerte de Ginny oculto en su cabeza tarada es lo que más te jode, lo prefieren. -Se metió la lista de Tim doblada en el bolsillo-. Por lo que a los objetivos respecta, nos hemos puesto en contacto con los que hemos podido, pero vamos a centrarnos en dar con Eddie Davis y los Masterson, no con ellos.
– No hay ninguna diferencia.
– ¿Va a darme lecciones de estrategia, señor agente?
– Hay todo un equipo tras los pasos de Rhythm Jones.
– Un equipo entero no, Rack. Faltas tú. -Su aire de rectitud quedó minado por el trozo de espinaca que se le había quedado en un colmillo. Tim se lo indicó con un gesto y Oso se limpió con la servilleta.
– Desde que oíste aquella grabación de emergencias sabes en qué ando metido, Oso.
Este apartó la mirada y soltó un suspiro entrecortado.
– Has sido como un padre para mí. Más que cualquier otra persona…
– Eres mayor que yo, Oso.
– Ahora estoy hablando yo y tú escuchas. -La furia de Oso se estaba abriendo paso hasta su rostro, daba color a los rebordes de sus ojos y un malsano tono blanquecino a su cara-. Eras un agente de los tribunales federales. Un agente a las órdenes del fiscal general. Esto va a hacer polvo al jefe Tannino, que te aprecia como si fueras de su familia. -La voz de Oso era desdeñosa, pero también hosca, incluso pesarosa. Se le veía humillado y ofendido, igual que un perro al que hubieran castigado injustamente.