A raíz de la expresión de Oso, Tim empezó a notar de nuevo un intenso odio contra sí mismo, y la ira, una vez presente, caló en sus huesos hasta que le hizo perder la noción de dónde procedía.
En la mesa de al lado, dos agentes de Hollywood, vestidos como mormones acaudalados, parloteaban en el indescifrable argot de la industria del espectáculo entre un bocado de sashimi y otro.
– Por el sistema judicial de Los Ángeles pasan cerca de medio millón de casos al año -continuó Oso, cuya voz sonaba cada vez más intensa-. Medio millón. ¿Y qué has encontrado? ¿Media docena que no te gustaron? ¿Así que estás dispuesto a hacer que el sistema se vaya a la mierda porque de vez en cuando algo no llega a buen puerto? A Jedediah Lane lo declaró inocente un jurado. Nuestra obligación era proteger a gente como él. Enhorabuena. Acabas de inscribir tu nombre en la gloriosa tradición de la violencia desatada. Asesinatos por venganza. Justicia callejera. Linchamientos. -Temblaba tanto que se derramó limonada sobre los nudillos cuando tomó un trago-. No mereces siquiera que se te llame ex agente.
– Tienes razón.
– Juraste que nunca serías como él -siguió Oso-. Como tu padre. Si tenía una puta certeza en este mundo era la de que la gente puede salir de la mierda en la que se crió. Lo sabía por ti. Creía saberlo por ti.
Tim notó el rostro entumecido y una película de humedad en los ojos.
– Quería una cierta compensación. Después de lo de Ginny. ¿Lo entiendes?
– No estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo, joder.
– No te he preguntado eso. ¿Lo entiendes?
Oso tragó saliva con dificultad; su nuez ascendió y descendió igual que un pistón.
– Claro que lo entiendo. Pero eso no tiene nada que ver con lo que has hecho. Yo también deseaba una compensación después de lo de Ginny. También la quería. Era mi sobrina, prácticamente. Me habría gustado pegarle un tiro al camionero que magreaba a una mujer en un bar al que entré aquella noche, la noche que fue asesinada. ¿Pero sabes qué? No lo hice. Así de sencillo. No lo hice. No hay manera de obtener compensación así. Hay que analizarlo y entender que ha quedado un vacío, que tú estás vacío, y ésa es la parte más dura de la puta catarsis. Seguro que creías que no me sabía esa palabra, ¿eh? Lo más duro es que no hay compensación alguna. La vida no es un catálogo de venta por correo. Hay que seguir adelante, aunque te hayan arrancado una parte, y punto.
Tim empezó a decir algo, pero Oso levantó una mano con gesto violento.
– No he hecho más que empezar. Si cada hombre se cargara a tres tipos para llegar hasta quien mató a su hija, ¿adónde iríamos a parar? Estos asesinatos, el de Lañe, el de Debuffier, ¿se llevaron a cabo a espaldas de la ley? Sí. ¿Hubo intención dolosa? Sí. ¿Se llevaron a cabo con perversidad? Sí. ¿Fueron deliberados y premeditados? Sí, sí. Te enfrentas a dos asesinatos en primer grado. Y no creas que no voy a echarte el guante. Aquí mismo, ahora mismo. -Una contracción de la mejilla izquierda le hizo entornar el ojo. Su malestar físico era evidente. Lanzó un pequeño eructo contra el puño.
– Puedes detenerme, Oso. Pero no ahora.
– ¿Eso crees?
– Primero tengo que acabar el trabajo. Los Masterson están fuera de control, andan como locos. Me encuentro en una posición única para vérmelas con ellos. Conozco su modus operandi, sus costumbres y pautas. Me necesitas sobre el terreno para que te facilite información. A través de ti, puedo cooperar con el Servicio Judicial y con la Policía de Los Ángeles. Una vez que haya tomado las riendas de… -Tim buscó la expresión adecuada; prosiguió-: de esta fuerza letal que he ayudado a desatar; sólo entonces regresaré y me enfrentaré al castigo.
– Sí, claro. Después de todo esto, seguro que Tannino estará encantado de soltarte para que sigas tomándote la justicia por tu mano. Ahora eres un civil, Rack. ¿En qué diablos estás pensando?
Aunque Tim ya sabía cuál iba a ser la respuesta de Oso, siguió allanando el terreno:
– Os presto cooperación, facilito información, me juego el cuello en la línea de fuego y luego me rindo. Eso es lo que hay. Me trae sin cuidado que a Tannino no le guste el trato. No tienes por qué arreglarlo ahora. Ésa es mi oferta. Voy a trabajar sobre esas bases.
– No. ¿Por qué habría de confiar en ti el jefe? ¿Por qué habría de confiar yo?
– Estoy intentando dar con el camino de regreso a la sociedad, a lo que está bien. En eso sí puedes confiar.
– Perdona si necesito algo más.
– No sería la primera vez que llegas a un acuerdo con un chorizo…
– ¿Te imaginas el cabreo que se pillaría Tannino si las cosas fueran a peor y se enterara de que te tuve al alcance de la mano y te dejé marchar? ¿O que no pusimos toda la carne en el asador para echarte el guante? Ni pensarlo. No hay trato. -Oso se inclinó hacia delante y se aferró el estómago con el brazo derecho. Los retorcijones no habían hecho más que empezar-. Dame tu arma.
– No puedo.
– Esto va a ser un duelo. ¿Quieres que lo hagamos aquí, en el local de Kose?
– Me entregaré. Me pillarás. Te doy mi palabra. Pero voy a acabar con esto.
Al tiempo que se cogía el vientre con más fuerza, Oso echó todo su peso hacia delante, golpeó la mesa con el codo y derribó el vaso. Contempló la mancha creciente un momento y luego levantó la mirada hacia Tim, furioso al caer en la cuenta de lo que ocurría. Sacó el arma cruzando la mano izquierda por delante en un gesto parco, económico, que acabó con el cañón apuntado a la cabeza de Tim.
– Cabronazo -dijo Oso en un grito sofocado-. Puto chorizo.
Una mujer chilló al otro lado del local pero, sorprendentemente, nadie se movió. Tim se retrepó en la silla y dejó caer al suelo la servilleta.
– No es más que agua oxigenada. No te preocupes, se descompondrá en oxígeno y agua dentro de tu estómago.
Oso tenía la cara cubierta de sudor y su voz era un áspero gruñido que brotaba de aquel nudo cada vez más tenso en las entrañas. Dejó caer el torso sobre la mesa, pero mantuvo la cara levantada y el cañón apuntado.
– Como hay Dios que, antes de dejarte marchar, te pego un tiro.
Tim mantuvo la mirada fija en Oso. Se incorporó poco a poco y la mira del arma lo fue siguiendo un centímetro tras otro; luego dio media vuelta y se marchó del restaurante.
Capítulo 35
Viernes por la tarde, hora punta en Los Ángeles: un anticipo del purgatorio. Tim se vio enfangado de camino a la USC. Había pasado por casa de Erika Heinrich, la novia de Bowrick, pero echó un vistazo por la ventana y no encontró a nadie en casa. La única habitación de chica estaba en la esquina de poniente, de cara a la calle.
Era una buena trampa; Bowrick aparecería tarde o temprano.
Cuanto más avanzaba y pisaba el freno por la 110, más echaba de menos su Beemer.
El Nokia empezó a vibrar y, agradecido de que le llamaran la atención sobre el particular, se lo sacó del bolsillo y lo tiró por la ventana. El teléfono móvil se estrelló contra el asfalto y se convirtió en un enjambre de piezas que salieron rebotadas.
Había facilitado a Oso el número del Nokia y no iba a arriesgarse a que rastrearan su paradero gracias al aparato. A partir de ahora utilizaría el Nextel porque ese número sólo lo conocían el Cigüeña, que a esas alturas debía de estar escondido bajo la cama, y Robert y Mitchell, quienes, como miembros del Equipo de Operaciones Especiales de Detroit, no debían de tener ni idea sobre tecnología punta de vigilancia electrónica.
También dio a Oso los números de los Nextel de Robert y Mitchell por si el Servicio Judicial quería poner sobre su pista a los bichos raros de la Unidad de Vigilancia Electrónica, pero, aunque optaran por ello, los llevaría días prepararlo.