Desde la muerte de su esposa, cinco años atrás, nunca había vuelto a sentirse atraído hacia ninguna mujer. El dolor de haber perdido a su cónyuge, prácticamente de recien casados, lo había dejado insensible para el amor todos estos años. Qué extraña sensación le producía el observara Tita. Un hormigueo le recorría todo el cuerpo, despertando y activando sus dormidos sentidos. La observaba como si fuera la primera vez que lo hiciera. Qué agradables le parecían ahora sus dientes, habían tomado su verdadera proporción dentro de la armonía perfecta de las facciones finas y delicadas de su rostro.
La voz de Mamá Elena interrumpió sus pensamientos.
– Doctor, ano sería molesto para usted venir dos veces al día, hasta que mi hija salga del peligro?
– ¡Claro que no! En primera es mi obligación y en segunda, es un placer frecuentar su agradable casa.
Fue verdaderamente una fortuna que Mamá Elena estuviera muy preocupada por la salud de Rosaura y no detectara el brillo de admiración que John tenia en la mirada mientras observaba a Tita, pues de haberlo hecho no le hubiera abierto tan confiadamente las puertas de su hogar.
Por ahora el doctor no le representaba ningún problema a Mamá Elena; lo único que la tenía muy preocupada era que Rosaura no tenía leche.
En el pueblo, afortunadamente, encontraron una nodriza que se encargó de amamantar al niño. Era pariente de Nacha, acababa de tener su octavo hijo y aceptó con agrado el honor de alimentar al nieto de Mamá Elena. Durante un mes lo hizo de maravilla, hasta que una mañana, cuando se dirigía al pueblo a visitar a su familia, fue alcanzada por una bala perdida que se escapó de una balacera entre rebeldes y federales y la hirió de muerte. Uno de sus parientes llegó a dar la noticia al rancho, justamente cuando Tita y Chencha estaban mezclando en una olla de barro grande todos los ingredientes del mole.
Éste es el último paso y se realiza cuando ya se tienen todos los ingredientes molidos tal y como se indicó. Se mezclan en una olla, se le añaden las piezas del guajolote, las tablillas de chocolate y azúcar al gusto. En cuanto espesa, se retira del fuego.
Tita terminó sola de preparar el mole, pues Chencha, en cuanto supo la noticia, se fue inmediatamente al pueblo a tratar de conseguir otra nodriza para su sobrino. No regresó hasta la noche y sin haberlo logrado. El bebé lloraba exasperado. Trataron de darle leche de vaca y la rechazó. Tita trató entonces de darle té, tal y como Nacha lo había hecho con ella pero fue inúticlass="underline" el niño igualmente lo rechazó. Se le ocurrió ponerse el rebozo que Lupita la nodriza había olvidado, pensando que el niño se tranquilizaría al percibir el olor familiar que éste despedía, pero por el contrario, el niño lloró con más fuerza, pues ese olor le indicaba que ya pronto recibiría su alimento y no comprendía el motivo de su retraso. Buscaba su leche entre los senos de Tita. Si hay algo en la vida que Tita no resistía era que una persona hambrienta le pidiera comida y que ella no pudiera dársela. Le provocaba mucha angustia. Y sin poderse contener por más tiempo, Tita se abrió la blusa y le ofreció al niño su pecho. Sabía que estaba completamente seco, pero al menos le serviría de chupón y lo mantendría ocupado mientras ella decidía qué hacer para calmarle el hambre.
El niño se pescó del pezón con desesperación y succionó y succionó, con fuerza tan descomunal, que logró sacarle leche a Tita. Cuando ella vio que el niño recuperaba poco a poco la tranquilidad en su rostro y lo escuchó deglutir sospechó que algo extraordinario estaba pasando. ¿Sería posible que el niño se estuviera alimentando de ella? Para comprobarlo, separó al niño de su pecho y vio cómo le brotaba un chisguete de leche. Tita no alcanzaba a comprender lo que sucedía. No era posible que una mujer soltera tuviera leche, se trataba de un hecho sobrenatural y sin explicación en esos tiempos. En cuanto el niño sintió que lo separaban de su alimento empezó a llorar nuevamente. Tita, de inmediato lo dejó que se pescara de ella, hasta que sació por completo el hambre y se quedó plácidamente dormido, como un bendito. Estaba tan absorta en la contemplación del niño que no sintió cuando Pedro entró a la cocina. Tita era en ese momento la misma Ceres personificada, la diosa de la alimentación en pleno.
Pedro no se sorprendió en lo más mínimo ni necesitó recibir una explicación. Embelesado y sonriente, se acercó a ellos, se inclinó y le dio un beso a Tita en la frente. Tita le quitó al niño el pecho, ya estaba satisfecho. Entonces los ojos de Pedro contemplaron realmente lo que ya antes había visto a través de la ropa: los senos de Tita.
Tita intentó cubrirse con la blusa, Pedro la ayudó en silencio y con gran ternura. Al hacerlo, una serie de sentimientos encontrados se apoderaron de ellos: amor, deseo, ternura, lujuria, vergüenza… temor de verse descubiertos. El sonido de los pasos de Mamá Elena sobre la duela de madera les advirtió oportunamente del peligro. Tita alcanzó a ajustarse correctamente la blusa y Pedro a tomar distancia de ella antes de que Mamá Elena entrara en la cocina. De tal manera que cuando abrió la puerta no pudo encontrar, dentro de lo que las normas sociales permiten, nada de qué preocuparse. Pedro y Tita aparentaban gran serenidad.
Sin embargo, algo olió en el ambiente que la hizo agudizar todos sus sentidos y tratar de descubrir qué era lo que la inquietaba.
– Tita, ¿qué pasa con ese niño? ¿Lograste hacerlo comer?
– Sí, mami, tomó su té y se durmió.
– ¡Bendito sea Dios! Entonces, Pedro, ¿qué esperas para llevar al niño con tu mujer? Los niños no deben estar lejos de su madre.
Pedro salió con el niño en brazos, Mamá Elena no dejaba de observar detenidamente a Tita, había en sus ojos un destello de turbación que no le gustaba nada.
– ¿Ya está listo el champurrado para tu hermana?
– Ya mami.
– Dámelo para que se lo lleve, necesita tomarlo día y noche, para que baje la leche.
Pero por más champurrado que tomó, nunca le bajó la leche. En cambio Tita tuvo desde ese día leche suficiente como para alimentar no sólo a Roberto sino a otros dos niños más, si así lo hubiera deseado. Como Rosaura estuvo delicada algunos días, a nadie le extrañó que Tita se encargara de darle de comer a su sobrino; lo que nunca descubrieron fue la manera en que lo hacia, pues Tita, con la ayuda de Pedro, puso mucho cuidado en que nadie la viera.
El niño, por tanto, en lugar de ser un motivo de separación entre ambos, terminó por unirlos más. Tal parecía que la madre del niño era Tita y no Rosaura. Ella así lo sentía y así lo demostraba. El día del bautizo, ¡con qué orgullo cargaba a su sobrino y lo mostraba a todos los invitados! Rosaura no pudo estar presente más que en la iglesia pues aún se sentía mal. Tita entonces tomó su lugar en el banquete.
El doctor John Brown miraba a Tita embelesado. No le podía quitar los ojos de encima. John había asistido al bautizo sólo para ver si podía conversar con ella a solas. A pesar de que se veían a diario durante las visitas médicas que John le hacía a Rosaura, no habían tenido la oportunidad de platicar libremente y sin ninguna otra persona presente. Aprovechando que Tita caminaba cerca de la mesa donde él se encontraba, se levantó y se le acercó con el pretexto de ver al niño.
– ¡Qué bien se ve este niño, al lado de una tía tan bella!
– Gracias doctor.
– Y eso que no es su propio hijo, ya me imagino lo bonita que se va a ver cuando el niño que cargue sea el suyo.
Una nube de tristeza cruzó por el semblante de Tita. John la detectó y dijo:
– Perdón, parece que dije algo incorrecto.
– No, no es eso. Lo que pasa es que yo no me puedo casar, ni tener hijos, porque tengo que cuidar a mi mamá hasta que muera.
– ¡Pero cómo! Eso es una tontería.
– Pero así es. Ahora le ruego que me disculpe, voy a atender a mis invitados.
Tita se alejó rápidamente, dejando a John completamente desconcertado. Ella también lo estaba, pero se recuperó de inmediato al sentir en sus brazos a Roberto. Qué le importaba su destino mientras pudiera tener cerca a ese niño, que era más suyo que de nadie. Realmente ella ejercía el puesto de madre sin el título oficial. Pedro y Roberto le pertenecían y ella no necesitaba nada más en la vida.