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Ninguna respuesta.

Empujó la puerta que se abrió unos cuantos centímetros más y asomó un poco la cabeza."¿Señor Siddons? "

¿Qué debía hacer ahora? Evidentemente no estaba en casa. Elizabeth suspiró, apoyando el hombro izquierdo contra el marco de la puerta mientras su cabeza se deslizaba por entero en el cuarto. Supuso que iba a tener que ir a buscarlo, y el cielo sabía donde podía estar. Era una propiedad bastante grande, y no se sentía particularmente excitada ante la perspectiva de explorarla por entero buscando al errante señor Siddons, ni siquiera aunque lo necesitara desesperadamente para poner en práctica los edictos de la señora Seeton.

Mientras estaba allí parada, dejó sus ojos vagar sobre el contenido del cuarto. Ella había estado dentro de la pequeña casita de campo antes y sabía qué objetos pertenecían a Lady Danbury. No parecía que el señor Siddons hubiera traído muchas pertenencias con él. Solamente un pequeño bolso de viaje en la esquina, y-

Elizabeth jadeó. Un pequeño libro rojo. Justo allí, sobre la mesa del fondo. ¿Cómo diablos había obtenido el señor Siddons una copia de Cómo casarse con un Marqués? No podía imaginar que esta era la clase de libro que un hombre compraba en una librería. Con la boca abierta de la sorpresa cruzó el cuarto a zancadas y rápidamente agarró el libro.

¿ENSAYOS de Francis Bacon?

Elizabeth cerró los ojos y maldijo. Dios querido, estaba obsesionada. Pensaba que veía ese pequeño libro estúpido detrás de cada esquina. "Estúpido, estúpido, estúpido," refunfuñó ella, volviéndose rápidamente para dejar el libro sobre la mesa. "La señora Seeton no lo sabe todo. ¡Tienes que detener- Ow! "

Aulló cuando su mano derecha choco con la linterna de cobre apoyada sobre la mesa. Asiendo aun el libro con su mano izquierda, sacudió la derecha, tratando de mitigar el punzante dolor. "¡Ah ah ah ah ah! " gruñó. Esto era peor que golpearse un dedo del pie, y el Señor sabía que ella tenía suficiente experiencia en ello.

Cerró los ojos y suspiró. “Soy la muchacha más torpe de toda la Inglaterra, la cabeza de chorlito más grande de toda Gran Bretaña – "

Crujido.

Alzó la cabeza. ¿Qué era eso? Había sonado como un pie pisando guijarros sueltos. Y había guijarros fuera de la casita del administrador.

"¿Quién está ahí? " llamó, con una voz que sonó bastante estridente a sus oídos.

Ninguna respuesta.

Elizabeth se estremeció -mala señal, considerando que había sido un mes inoportunamente cálido. Ella nunca había creído en la intuición, pero definitivamente algo iba mal.

Y Elizabeth temió que seria ella la única que sufriría las consecuencias

James había pasado la mañana montando a caballo por la propiedad. Él la conocía de arriba abajo, desde luego; cuando era un niño él había pasado más tiempo aquí, en Danbury House, que en su propia casa, Riverdale Castle. Pero si debía continuar con su farsa como el nuevo administrador, tenía que inspeccionar las tierras.

Era un día cálido y cuando finalizó su paseo de tres horas, sus cejas estaban mojadas por la transpiración y su camisa de lino se adhería a su piel. Un baño habría sido perfecto, pero en su condición de administrador no tenía derecho a ordenar que los criados de Danbury House le llenaran una tina, así que tendría que conformarse con refrescarse con la palangana de agua que tenía en su dormitorio.

No había esperado encontrar la puerta de su casita de campo abierta de par en par.

Ajustó su paso para hacer sus pisadas tan silenciosas como le fue posible y se acercó a la puerta. Mirando detenidamente dentro, vio la espalda de una mujer. La acompañante de tía Agatha, si su pálido cabello rubio y su pequeña figura servían de indicación.

Él se había sentido intrigado por ella el día anterior. No se había dado cuenta de cuánto hasta este momento, en que la veía inclinada sobre su copia de los ENSAYOS de Francis Bacon.

¿Francis Bacon? Para un ser una ladrona, tenía unos gustos más bien intelectuales en cuanto a lectura.

Mirarla era casi hipnótico. Su rostro estaba de perfil, y su nariz se arrugó de una forma muy divertida mientras ella examinaba el libro. Sedosos zarcillos de su rubísimo cabello habían escapado de su recogido y se rizaban sobre su cuello.

Su piel parecía cálida.

James contuvo el aliento, tratando de no hacer caso del calor que se enroscaba en su vientre.

Se inclinó tanto como pudo sobre el marco de la puerta sin delatarse. ¿Qué demonios estaba diciendo la muchacha? Se obligó a concentrarse en su voz, lo que no era fácil, ya que sus ojos seguían recorriendo la suave curva de sus pechos, y aquel punto en su nuca donde-

James se pellizcó. El dolor generalmente actuaba como un efectivo antídoto contra la necesidad de besar a alguien.

La señorita Hotchkiss murmuraba algo, y sonaba más bien enojada.

"… estúpida… "

James estaba de acuerdo con eso. Registrar su cuarto a plena luz del día no era un movimiento muy inteligente por su parte.

"…señora Seeton… "

¿Quién demonios era esa?

"¡Ow! "

James miró más de cerca. Ella sacudía la mano y fulminaba con la mirada a su lámpara. Tuvo que sonreír. Parecía tan furiosa que él no se hubiera sorprendido si la lámpara hubiera estallado espontáneamente en llamas.

Y dejaba escapar uno pocos gemidos de dolor que causaban extraños espasmos a su estómago.

Su primer instinto fue precipitarse a ayudarla. Seguía siendo un caballero, después de todo, bajo cualquier disfraz que hubiera elegido llevar. Y un caballero siempre acudía a ayudar a una mujer herida. Pero vaciló. Ella no estaba gravemente herida después de todo, y ¿qué demonios hacía ella en su casita de campo, de todos modos?

¿Podría ser ella la chantajista?

Y de ser así, ¿cómo podía haber sabido que él estaba aquí para investigar? Porque si ella no estaba investigándolo a él, ¿por qué registraba sus pertenencias? Las buenas chicas – de la clase que trabajaban como acompañantes de ancianas condesas – no hacían aquel tipo de cosas.

Desde luego ella podía no ser más que una pequeña ladrona, esperando que el nuevo administrador fuera un caballero “venido a menos” con algunas pequeñas reliquias de familia en su poder. Un reloj, una pequeña pieza de joyería de su madre – el tipo de cosa de la que un hombre fuera reacio a separarse, aún si sus circunstancias lo hubieran obligado a buscar empleo.

Ella cerró los ojos y suspiró, girándose mientras lo hacia. "Soy la muchacha más torpe de toda Inglaterra, la cabeza de chorlito más grande de toda Gran Bretaña – "

James se acercó más, arqueando el cuello mientras trataba de captar todas sus palabras.

Crujido.

"Maldición," articuló James silenciosamente, moviéndose rápidamente de modo que su espalda quedara presionada contra la pared exterior de la casita de campo. Hacía años que no daba un paso tan descuidado.

"¿Quién está ahí? " llamó ella.

Él ya no podía verla; se había movido demasiado lejos de la puerta para eso. Pero sonaba llena de pánico. Como si fuera a echar a correr en cualquier momento.

James se escabulló lejos, situándose rápidamente a medio camino entre los establos y la casita de campo. Cuando oyera a la acompañante de tía Agatha salir de la casita comenzaría a caminar hacia la casa, al descubierto, mirando a uno y otro lado como si acababa de llegar.

Unos segundos después, oyó el chasquido de la puerta cerrándose. Unos pasos siguieron al sonido, y James entró en escena.

"Buenos días, señorita Hotchkiss," la saludó en voz alta, sus largas zancadas lo situaron justo enfrente de ella.

"¡Ah! " graznó Elizabeth, dando un salto. "No le vi. "

James sonrió. "Le pido perdón si la he asustado. "

Elizabeth agitó la cabeza, sus mejillas comenzaron a tornarse rosadas.