"¿Qué melodía es esa?"
Él alzó la vista. Su tía estaba parada en la puerta del salón, apoyándose pesadamente en su bastón.
"Ninguna de la que quieras conocer la letra," dijo él con una sonrisa libertina.
"Tonterías. Si es picante, entonces seguro que quiero saberla. "
James rió entre dientes. "Tía Agatha, no confesé la letra cuando me pillaste tarareando aquella cancioncilla de marineros cuando tenía doce años, y ciertamente no voy a confesar ésta ahora."
"Hmmph. " Ella golpeó el suelo con su bastón y se giró. "Ven y hazme compañía mientras tomo el té."
James la siguió a su salita y tomó asiento frente a ella. "Realmente", comenzó, "estoy contento de que me hayas invitado a acompañarte. Estaba pensando en hablar contigo sobre tu señorita de compañía."
"¿La señorita Hotchkiss?"
"Sí," dijo James, tratando de sonar indiferente. "Pequeña. Rubia."
Agatha sonrió sagazmente, sus pálidos ojos azules agudos como nunca. "Oh, entonces lo notaste."
James se hizo el tonto. "¿Qué su pelo es rubio? Es difícil no darse cuenta, Tía."
"Quería decir que es tan bonita como un pimpollo y tú lo sabes."
"La señorita Hotchkiss es ciertamente atractiva," dijo él, ", pero – "
"Pero no es tu tipo de mujer," terminó ella por él. "Lo sé. " Alzó la vista. "He olvidado cómo te gusta el té."
James entrecerró los ojos. Tía Agatha nunca olvidaba nada. "Con leche, sin azúcar," dijo con recelo. "¿Y por qué crees que la señorita Hotchkiss no es mi tipo de mujer?"
Agatha se encogió delicadamente de hombros y expuso. "Ella posee un encanto más bien sutil, después de todo."
James calló un segundo. “Creo que acabas de insultarme."
"Bueno, debes confesar que aquella otra mujer era un tanto… ah, como lo diríamos… " Le dio su taza de té. "¿llamativa?"
"¿Qué otra mujer?"
"Ya sabes. Aquella con el pelo rojo y el… " Levantó las manos al nivel de su pecho e hizo unos vagos y circulares movimientos. "Ya sabes."
"¡Tía Agatha, era una cantante de ópera!"
"Bien," resopló ella. "Seguramente no deberías habérmela presentado."
"No lo hice," dijo James rígidamente. "Te lanzaste calle abajo sobre mí con la misma sutiliza que una bala de cañón."
"Si vas a insultarme -"
"Traté de evitarte," la interrumpió él. "Traté de escapar, pero no, no tenías intención de permitírmelo. "
Ella colocó dramáticamente una mano sobre su pecho. "Perdóname por ser una pariente preocupada por ti. Después de todo hemos estado esperando durante años tu matrimonio, y simplemente me interesé por tu acompañante. "
James respiró profundamente para tranquilizarse, tratando de relajar los músculos de los hombros. Nadie tenía la habilidad de hacerlo sentir de nuevo como un imberbe muchacho de dieciséis como su tía. "Creo," dijo con firmeza, "que hablábamos de la señorita Hotchkiss. "
"¡Oh, sí!" Agatha tomó un sorbo de té y sonrió. "La señorita Hotchkiss. Una chica encantadora. Y tan equilibrada. No como esas muchachas frívolas de Londres que sigo encontrando en Almacks. Después de pasar una tarde allí uno pensaría que la inteligencia y el sentido común habían sido completamente eliminados de la población británica. "
James estuvo completamente de acuerdo con ella sobre aquel punto, pero ahora, en realidad, no era el momento de hablar de ello. "¿La señorita Hotchkiss…? " le recordó.
Su tía alzó la vista, parpadeó una vez, y dijo, "No sé que haría sin ella. "
¿Quizás ser quinientas libras más rica? " sugirió él.
La taza de té de Agatha golpeó con fuerza el plato. "Seguramente no consideraras sospechosa a Elizabeth. "
"Tiene acceso a tus efectos personales," indicó él. “¿Podrías haber guardado algo que pudiera ser incriminatorio? Por lo que tú sabes, ella ha podido estar fisgoneando entre tus cosas durante años. "
"No," dijo ella en un tono suave que rezumaba seguridad. " Elizabeth no. Jamás haría tal cosa. "
“Perdóname, Tía, ¿pero cómo puedes estar tan segura?"
Ella lo atravesó con la mirada. "Creía que eras consciente de que soy muy buena juzgando caracteres, James. Como prueba, eso debería bastar. "
"Por supuesto que eres muy buena en ello, Agatha, pero – "
Ella alzó una mano. “La señorita Hotchkiss es todo bondad, amabilidad y honestidad, y me niego a escuchar una sola palabra más de menosprecio. "
"Muy bien. "
"Si no me crees, pasa un poco de tiempo con la muchacha. Veras que tengo razón. "
James se recostó, satisfecho. "Eso haré. "
Soñó con ella esa noche.
Estaba inclinada sobre ese condenado libro rojo suyo, su pelo, largo y rubio, suelto y brillante como la luz de la luna. Llevaba puesto un virginal camisón blanco que la cubría de la cabeza a los pies, pero de alguna manera él sabía exactamente como era ella bajo él, y deseaba tan desesperadamente…
Entonces echó a correr delante de él, riéndose por encima de su hombro y con su pelo derramándose tras de ella y cosquilleando su cara siempre que él conseguía acercarse. Pero cada vez que se estiraba para alcanzarla, lo eludía. Y siempre que creía que estaba lo bastante cerca para leer el título de su pequeño libro, las letras doradas cambiaban y se desenfocaban, y se encontraba a si mismo cayendo mientras jadeaba en busca de aire.
Que era exactamente como se sintió James cuando se incorporó de golpe en su cama hasta quedar sentado, mientras la primera luz de la mañana apenas comenzaba a asomar por el horizonte. Se sentía vagamente mareado, respiraba con fuerza, y sólo tenía una cosa en mente.
Elizabeth Hotchkiss.
Cuando Elizabeth llegó a Danbury House esa mañana, fruncía el ceño. Había jurado que ni siquiera iba a echar un vistazo a la tapa de Cómo casarse con un Marqués, pero cuando llego a casa el día anterior, se había encontrado el libro justo sobre su cama, con su brillante encuadernación roja que prácticamente la desafiaba a abrirlo.
Elizabeth se había dicho que solamente echaría un vistazo; lo único que quería era ver si decía algo sobre ser ingeniosa y hacer reír a un hombre, pero antes de darse cuenta, estaba sentada en el borde de su cama, absorta en la lectura.
Y ahora ella tenía tantas normas y reglas flotando alrededor de su cabeza que estaba verdaderamente mareada. No debía coquetear con hombres casados, se suponía que no debía tratar de dar un consejo a un hombre ni pretender saber más que él, pero debía romper inmediatamente con un pretendiente si él olvidara su cumpleaños.
"Gracias a Dios por los pequeños favores," murmuró para sí misma mientras entraba en el enorme vestíbulo de Danbury House. Su cumpleaños no era hasta dentro de nueve meses, lo bastante lejos en el futuro para no interferir con los posibles noviazgos que-
Oh, por el amor de Dios. ¿En qué estaba pensando? Se había dicho a si misma que no iba a dejar que la señora Seeton le dictara qué hacer, y aquí estaba-
"Parece bastante seria esta mañana. "
Elizabeth alzó la vista sobresaltada. "Señor Siddons," dijo, con voz un poco chillona al pronunciar la primera sílaba de su nombre. "Qué encantador encontrarlo. "
Él se inclinó. "El sentimiento, se lo aseguro, es mutuo. "
Ella sonrió rígidamente, sintiéndose repentinamente muy torpe en presencia de este hombre. Ellos habían conversado estupendamente bien al día anterior, y Elizabeth había sentido hasta casi que podían llamarse amigos, pero fue antes de… Carraspeó. Antes de que ella se hubiera pasado la mitad de la noche pensando en él.
Él le tendió inmediatamente su pañuelo.
Elizabeth sintió como se ruborizaba y rezó para que no fuera demasiado obvio. "No es necesario," dijo rápidamente. "Solamente me aclaraba la garganta. "