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Dejo escapar un sonido de indignación. “Ese gato es una amenaza. Me voy a la biblioteca.”

“Buena idea. Encuentra un libro nuevo.”

Elizabeth se dirigió a la puerta.

“¡Ninguno que contenga ‘engendró’!”

Elizabeth rió a pesar de sí misma y se dirigió a través del pasillo a la biblioteca. El sonido de sus pasos, desapareció al tiempo que caminaba sobre la alfombra, y suspiró. ¡Por Dios, había un montón de libros! ¿Por dónde comenzar?

Seleccionó algunas novelas, después añadió una colección de comedias de Shakespeare. Un pequeño volumen de poesía engrosó la pila de libros, y, justo cuando estaba a punto de cruzar el pasillo para regresar al salón junto a Lady Danbury, otro libro llamó su atención.

Era muy pequeño, y encuadernado en brillante cuero rojo. Pero lo más extraño, era que estaba caído de lado en la estantería en una biblioteca que daba un nuevo significado a la palabra “orden”. Ni siquiera el polvo se atrevía a posarse en los estantes, y ciertamente ningún libro estaba fuera de su sitio.

Elizabeth apoyó el montón de libros que llevaba en las manos, y enderezó el volumen caído. Estaba con el lomo hacia en interior, así que tuvo que sacarlo de la estantería para leer el titulo.

“Como casarse con un Marqués.”

Dejó caer el libro, medio esperando que un rayo la fulminara, justo allí, en la biblioteca. Seguramente aquello era algún tipo de broma. Ella acababa de decidir esa tarde que tenía que casarse, y bien.

“¿Susan?” llamó en voz alta. “¿Lucas? ¿Jane?”

Sacudió la cabeza. Estaba siendo ridícula. Sus hermanos, a pesar de lo atrevidos que podían ser, no entrarían furtivamente en casa de Lady Danbury y pondrían un libro falso en su biblioteca, y…

Bueno, pensó dándole vueltas en la mano al delgado volumen rojo, considerándolo bien, el libro no tenía aspecto de ser falso. La encuadernación parecía robusta, y el cuero de las tapas parecía de la más alta calidad. Echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había nadie viéndola -aunque no estaba muy segura de porqué se sentía tan avergonzada-y cuidadosamente lo abrió por la primera pagina.

La autora era una tal Señora Seeton y el libro había sido impreso en 1792, el año de nacimiento de Elizabeth. Una divertida coincidencia, pensó Elizabeth, aunque ella no era una persona supersticiosa. Y ciertamente, no necesitaba que un pequeño libro le dijera cómo vivir su vida.

Además, en realidad, ¿qué es lo que esa tal Señora Seeton sabía realmente? Después de todo, si se hubiera casado con un marqués, ¿no se llamaría Lady Seeton?

Elizabeth cerró de un golpe el libro, con decisión, y lo volvió a poner en la estantería, de costado, en la misma posición en la que lo había encontrado. No quería que nadie pensara que había estado ojeando esa tontería.

Cogió su pila de libros y cruzó el pasillo hasta el salón, donde Lady Danbury continuaba sentada, acariciando a su gato y mirando a través de la ventana fijamente, como si esperara a alguien.

“He encontrado algunos libros,” dijo Elizabeth en voz alta. “No creo que encuentre ningún ‘engendró’ en ellos, aunque quizás sí en los de Shakespeare.”

“No las tragedias, espero.”

“No, pensé que en su actual estado de animo encontraría las comedias más entretenidas.”

“Buena chica,” dijo Lady Danbury, de manera aprobadora. “¿Algo más?”

Elizabeth parpadeó y bajó la vista a los libros que sostenía en brazos. “Unas cuantas novelas, y algo de poesía.”

“Quema la poesía.”

“¿Perdón?”

“Bueno, no la quemes; los libros son más valiosos que el combustible. Pero, realmente, no deseo escucharla. Mi último marido debió comprar eso. Tamaño soñador.”

“Ya veo,” dijo Elizabeth, sobre todo porque pensó que esperaba que dijera algo.

Con un repentino movimiento, Lady Danbury se aclaró la garganta y agitó la mano en el aire. “¿Por qué no te vas hoy temprano a casa?”

La boca de Elizabeth se abrió de la sorpresa. Lady Danbury nunca la había despedido temprano.

“Tengo que tratar con ese maldito administrador, y, ciertamente, no te necesito para eso. Además, si le gustan las jovencitas bonitas nunca conseguiré que me preste atención contigo aquí.”

“Lady Danbury, no creo…”

“Tonterías. Eres una cosita bastante atractiva. Los hombres adoran el cabello rubio. Yo lo sé. El mío solía ser tan bonito como el tuyo.”

Elizabeth sonrió. “Aún es bonito.”

“Es blanco; eso es lo que es,” dijo Lady Danbury con una sonrisa. “Eres una dulzura. No deberías estar aquí, conmigo. deberías estar fuera, encontrando un marido.”

“Yo… ah…” ¿Qué contestar a eso?

“Es muy noble de tu parte tu devoción a tus hermanos, pero tu también tienes una vida que vivir.”

Elizabeth sólo pudo permanecer mirando fijamente a su patrona, horrorizada por las lágrimas que cuajaban sus ojos. Ella había permanecido con Lady Danbury durante cinco años, y nunca habían hablado de tales temas. “Yo… yo me marcharé entonces, puesto que dice que puedo marcharme antes.”

Lady Danbury asintió, pareciendo extrañamente decepcionada. ¿Esperaba que Elizabeth continuara con el tema? “Pero devuelve el libro de poesía a su sitio,” le mandó. “Estoy segura de que no lo voy a leer, y no puedo confiar en mis criados para mantener mis libros ordenados.”

“Muy bien.” Elizabeth dejó el resto de los libros en un extremo de una frágil mesita, recogió sus cosas, y se despidió. Cuando estaba saliendo del salón, Malcom saltó silenciosamente del regazo de Lady Danbury y la siguió.

“¿Lo ves?” canturreó Lady D. “Te dije que te adoraba.”

Elizabeth miró al gato recelosamente, mientras se dirigía al pasillo. “¿Qué quieres, Malcom?”

El gato chasqueó la cola, descubrió los dientes, y siseó.

“¡Oh!” exclamó Elizabeth, dejando caer el libro de poesía. “Eres una bestia. Siguiéndome aquí fuera sólo para sisearme…”

“¿Vas a lanzarle el libro a mi gato?” preguntó gritando Lady D.

Elizabeth decidió ignorar la pregunta y en su lugar agito sus dedo en dirección a Malcom, mientras aferraba el libro en alto. “Regresa con Lady Danbury, criatura espantosa.”

Malcom alzó orgullosamente su cola en el aire y dio media vuelta.

Elizabeth respiró profundamente y caminó hacia la biblioteca. Se dirigió hacia la sección de poesía manteniéndose escrupulosamente alejada del pequeño libro rojo. No quería pensar en él, no quería mirarlo…

Demonios, pero esa cosa prácticamente desprendía calor. Jamás en su vida se había sentido Elizabeth tan consciente de un objeto inanimado.

Volvió a colocar el volumen de poesía y comenzó a caminar con fuertes pasos hacia la puerta, empezando a sentirse realmente molesta consigo misma. Ese tonto libro no dejaba de afectarla de una forma u otra. Al evitarlo como una plaga, de hecho, le otorgaba un poder que no tenía, y…

“¡Oh, por el amor de Dios!” estalló finalmente.

“¿Has dicho algo?” preguntó Lady Danbury desde la habitación contigua.

“¡No! Yo sólo… uh, es que he tropezado con la alfombra. Eso es todo.” Masculló otro ¡Por Dios! por lo bajo y regresó de puntillas junto al libro. Estaba tumbado y para sorpresa de Elizabeth su mano salió disparada y lo enderezó de un tirón.

“Como casarse con un Marqués”

Allí estaba, igual que antes. Mirándola fijamente, burlándose de ella allí sentado, como diciendo que no tenía la sensatez suficiente para leerlo.

“Es sólo un libro,” murmuró. “Sólo un estúpido y chillón librito rojo.”

Y, sin embargo…

Elizabeth necesitaba dinero desesperadamente. Lucas tenía que ser enviado a Eton, y Jane se había quejado durante semanas de que había gastado la última de sus acuarelas. Y ambos estaban creciendo más rápidamente que la mala hierba en un día de verano. Jane podía pasar con los viejos vestidos de Susan, pero Lucas necesitaría ropa adecuada con su posición social.