James, de repente, se encontró profundamente interesado en saber qué contenía ese libro.
Ella carraspeó unas seis veces antes de decir: “Es muy amable al ayudarme.”
“No es ninguna molestia, se lo aseguro,” murmuró James, intentando descaradamente echar un vistazo al libro. Pero ella ya lo había empujado dentro de su bolso.
Elizabeth le sonrió nerviosamente, dejando resbalar su mano en el interior del bolso, sólo para asegurarse de que el libro realmente estaba allí oculto, a salvo de su mirada. Si la pillaran leyendo algo semejante se sentiría mortificada más allá de toda palabra. Era sabido que todas las mujeres solteras buscaban marido, pero sólo las más patéticas hembras serían cogidas leyendo un manual sobre el tema.
El no dijo nada, tan sólo la recorrió con una especulativa mirada, que la puso aún más nerviosa. Finalmente preguntó abruptamente: “¿Es usted el nuevo administrador?”
“Sí.”
“Ya veo.” Se aclaró la garganta. “Bien, supongo que debo presentarme, ya que estoy segura de que nuestros caminos se cruzaran a menudo. Soy la señorita Hotchkiss, la acompañante de Lady Danbury.”
“Ah. Yo soy James Siddons, recién llegado de Londres.”
“Encantada de conocerlo, Sr. Siddons,” dijo Elizabeth, con una sonrisa que James encontró extrañamente atractiva. “Lamento muchísimo el accidente, pero es que no miraba por donde iba.”
Espero su inclinación de cabeza en reconocimiento, e inmediatamente se lanzó camino abajo, agarrando su bolso como si su vida dependiera de ello.
James tan sólo pudo mirar como se alejaba a la carrera, extrañamente incapaz de apartar sus ojos de su retirada.
Capitulo 2
“¡James!” Lady Ágata no gritaba a menudo, pero James era su sobrino preferido. En realidad, le gustaba más que cualquiera de sus propios hijos. El, al menos, era lo bastante elegante para no ser cogido con la cabeza encajada entre los barrotes de una cerca de hierro. “¡Qué encantador verte!”
James se inclinó respetuosamente y ofreció su mejilla para un beso. “¿Cuán encantador verme?” preguntó. “Casi pareces sorprendida de mi llegada. Venga ya, sabes que me es imposible ignorar un requerimiento tuyo, mucho más que uno del Príncipe Regente.”
“Oh, eso.”
James entrecerró los ojos ante su evasiva respuesta. “Ágatha, ¿no estarás practicando jueguecitos conmigo, no?”
Ella se enderezó rápidamente en su silla, como un fusil. “¿Eso piensas de mí?”
“De todo corazón,” dijo él, con una fácil sonrisa mientras se sentaba. “Aprendí mis mejores trucos de ti.”
“Si, bueno, alguien tenía que tomarte bajo su ala,” le contestó ella. “Pobre niño. Si yo no hubiera…”
“Ágatha,” dijo James bruscamente. No tenía ningún deseo de involucrarse a sí mismo en una discusión sobre su infancia. Se lo debía todo a su tía -hasta su misma alma, incluso. Pero no quería entrar en eso ahora.
“Da la casualidad”, dijo ella con un desdeñoso resoplido, “de que no estoy jugando. Estoy siendo chantajeada.”
James se inclinó hacia delante. ¿Chantajeada? Ágatha era una taimada anciana, pero honesta por encima de todo, y no podía imaginarla haciendo nada que pudiera justificar un chantaje.
“¿Puedes creerlo?”, exigió ella. “¿Qué alguien se atrevería a chantajearme? Hmmph, ¿dónde está mi gato?”
“¿Dónde está tu gato?” repitió él.
“¡Mallllllllllllllcommmmmmm!”
James parpadeó y vio como un monstruoso felino entraba en el salón. Caminó hasta James, lo olisqueó y le saltó al regazo.
“¿A que es el más amistoso de los gatos?” preguntó Ágatha.
“Odio los gatos.”
“Adoraras a Malcom.”
James decidió que tolerar a Malcom era más fácil que discutir con su tía. “¿Tienes idea de quién puede ser el chantajista?”
“Ninguna.”
“¿Puedo preguntarte porque estás siendo chantajeada?”
“Es muy embarazoso,” dijo ella, sus pálidos ojos azules empezando a brillar de lágrimas.
James empezó a inquietarse. La tía Ágatha nunca lloraba. Había habido pocas cosas en su vida que fueran total y completamente constantes, pero una de ella había sido Ágatha. Era aguda, tenía un incisivo sentido del humor, lo amaba más allá de toda mesura, y nunca lloraba. Nunca.
Hizo ademán de acercarse a ella, pero se detuvo. Ella no querría que la consolara. Lo vería sólo como un reconocimiento de su momentánea exhibición de debilidad. Además, el gato no mostró ninguna inclinación a abandonar su regazo.
“¿Tienes la carta?”, le preguntó suavemente. “Presumo que recibiste una carta.”
Ella asintió, tomó un libro que había en una mesita al lado de ella, y extrajo de entre sus páginas una sola hoja de papel. Silenciosamente se la tendió.
James, con suavidad, empujó al gato hacia la alfombra y se puso en pie. Dio unos pasos en dirección a su tía, y cogió la carta. Aún de pie, miró hacia el papel que tenía en sus manos y lo leyó.
Lady D-
Conozco su secreto. Y conozco el secreto de su hija. Mi silencio le costara dinero.
James levantó la vista. “¿Esto es todo?”. Ágatha sacudió la cabeza y le tendió otra hoja de papel. “También he recibido ésta”. James la cogió.
Lady D-
Quinientas libras por mi silencio. Déjalas en un sobre detrás de “La Bolsa de Clavos”. El viernes a media noche. No se lo diga a nadie. No me decepcione.
“¿La Bolsa de Clavos?” preguntó James arqueando una ceja.
“Es la taberna local.”
“¿Dejaste el dinero?”
Ella asintió, avergonzada. “Pero solamente porque sabía que no estarías aquí para el viernes.”
James hizo una pausa mientras decidía la mejor manera de formular su siguiente pregunta. “Creo,” dijo despacio, “que lo mejor sería que me contaras el secreto.”
Ágatha sacudió la cabeza. “Es demasiado embarazoso. No puedo.”
“Ágatha, sabes que soy discreto. Ya sabes que te quiero como a una madre. Cualquier cosa que me digas no saldrá jamás de entre estas paredes.” Cuando ella no hizo otra cosa, más que morderse el labio, le pregunto. “¿A qué hija afecta el secreto?”
“Melissa,” susurró Ágatha. “Pero ella no lo sabe.”
James cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro. Sabía lo que venía a continuación y decidió ahorrarle a su tía la vergüenza de decirlo ella misma. “¿Es ilegítima, no?”
Ágatha asintió. “Tuve un affair. Solo duró un mes. Oh, era tan joven y tan tonta entonces.”
James luchó para que la conmoción no se reflejara en su rostro. Su tía siempre había sido extremadamente rigurosa con el decoro y la conveniencia; era inconcebible que pudiera coquetear fuera de su matrimonio. Pero, como ella había dicho, había sido joven, y quizás, un poco alocada, y después de todo lo que había hecho por él en su vida, no se sentía con derecho a juzgarla. Ágatha había sido su salvadora, y si se diera la necesidad, daría su vida por ella sin dudarlo ni un segundo.
Ágatha sonrió tristemente. “No sé qué voy a hacer.”
James sopesó sus palabras cuidadosamente antes de hablar. “¿Tu temor, entonces, es que el chantajista revele públicamente esto y avergüence a Melissa?”
“Me importa un higo la sociedad,” dijo Agatha con un resoplido. “La mitad de ellos son bastardos. Y probablemente dos tercios de ellos no son legítimos. Mi temor es por Melissa. Ella está a salvo casada con un conde, así que el escándalo no la salpicará, pero estaba muy unida a Lord Danbury. El siempre decía que ella era su favorita especial. Rompería su corazón el enterarse de que no era su verdadero padre.”