James no recordaba que Lord Danbury estuviera más unido a Melissa que al resto de sus otros hijos. De hecho, no recordaba ningún periodo en que Lord Danbury estuviera cerca de sus hijos. Había sido un hombre cordial, pero distante. Definitivamente uno de los de “los niños deben permanecer en sus habitaciones y deben ser bajados para verlos no más de una vez al día.” No obstante, si Agatha sentía que Melissa era la favorita especial de Lord Danbury, ¿quién era él para discutirlo?
“¿Qué vamos a hacer, James?” preguntó Agatha. “Eres la única persona en quien confío para que me ayude en esta desgracia. Y con tus antecedentes-“
“¿Has recibido más notas?” la interrumpió James. Su tía sabía que había trabajado un tiempo para el Ministerio de Defensa. No había peligro en ello, ahora que ya no estaba en activo, pero Agatha era muy curiosa, y siempre le preguntaba por sus hazañas. Y había ciertas cosas que uno no deseaba discutir con su tía. Por no mencionar el hecho de que James podía ser colgado por divulgar algunas de las informaciones que descubrió durante esos años.
Agatha sacudió la cabeza. “No. Ninguna.”
“Haré un poco de investigación preliminar, pero sospecho que no descubriremos nada útil hasta que no recibas otra carta.”
“¿Crees que habrá más?”
James asintió severamente. “Los chantajistas no saben cuándo parar. Ese es su fatal defecto. Mientras tanto, jugaré a ser tu nuevo administrador de la finca. Pero me pregunto cómo esperas que lo haga sin ser reconocido.”
“Pensaba que no ser reconocido era tu particular talento.”
“Lo es,” replicó rápidamente, “pero a diferencia de Francia, España e incluso la costa sur, yo crecí aquí. O casi, por lo menos.”
Los ojos de Agatha se desenfocaron rápidamente. James sabía que estaba pensando en su infancia, en todas las veces en que se enfrentó silenciosamente a su padre, amargos enfrentamientos, insistiendo en que James estaría mejor permaneciendo con los Danbury. “Nadie te reconocerá,” le aseguró finalmente.
“¿Cribbins?”
“Murió el año pasado.”
“Oh. Lo siento.” Siempre le había gustado el anciano mayordomo.
“El nuevo es adecuado, supongo, aunque el otro día tuvo el descaro de pedirme que lo llamara Wilson.”
James no sabía para qué se molestaba, pero le preguntó. “Puede que porque ese es su nombre, ¿no crees?”
“Supongo,” dijo ella con un pequeño resoplido. “¿Pero cómo voy a recordarlo?”
“Simplemente hazlo.”
Ella lo miró ceñudamente. “Si es mi mayordomo, lo llamaré Cribbins. A mi edad es peligroso hacer muchos cambios.”
“Agatha,” dijo James, con más paciencia de la que sentía, “¿podemos volver al problema que tenemos entre manos?”
“¿Acerca de ser reconocido?”
“Sí.”
“No queda nadie que te reconozca. No me has visitado en casi diez años.”
James ignoró su tono acusador. “Te vi muchas veces en Londres y lo sabes.”
“Eso no cuenta.”
Rechazó preguntar por qué. Sabía que se moría por explicárselo. “¿Hay algo en particular que necesite saber antes de asumir mi papel como administrador?” preguntó.
Ella sacudió la cabeza. “¿Qué puedes necesitar saber? Te crié correctamente. Deberías saber todo lo necesario sobre la administración de una finca.”
Eso era muy cierto, aunque James había preferido dejar a sus administradores la tarea de encargarse de sus propiedades desde que asumió el título. Era más fácil así, puesto que no encontraba particularmente entretenido perder el tiempo en el Castillo de Riverdale. “Muy bien, entonces,” dijo, poniéndose en pie. “Ya que Cribbins Primero no está entre nosotros -Dios tenga en su gloria su paciente alma-“
“¿Qué se supone que significa eso?”
James adelantó la cabeza y la inclinó levemente hacia un lado de un modo extremadamente sarcástico. “Alguien que haya trabajado para ti durante cuarenta años merece ser canonizado.”
“Maldito impertinente,” murmuró ella.
“¡Agatha!”
“¿De qué sirve retener la lengua a mi edad?”
James sacudió la cabeza. “Como intentaba decir antes, ya que Cribbins nos ha abandonado, ser tu administrador es tan buen disfraz como cualquier otro. Además me apetece pasar algún tiempo fuera de la ciudad, mientras tenemos buen tiempo.”
“¿Londres está sofocante?”
“Mucho.”
“¿El aire o la gente?”
James hizo una mueca. “Ambos. Ahora, simplemente dime donde me instalo. Oh, y tía Agatha-“ se inclinó y la besó en la mejilla, “es malditamente agradable verte.”
Ella sonrió. “Yo también te quiero, James.”
Para cuando Elizabeth llegó a su casa, estaba sin respiración y cubierta de barro. Había estado tan ansiosa por marcharse de Danbury House, que prácticamente corrió durante el primer cuarto de milla. Desafortunadamente, había sido un verano particularmente húmedo en Surrey, y Elizabeth nunca había sido muy coordinada. Y en cuanto a esa protuberante raíz de árbol, no hubo forma de evitarla, y así, con un chapoteo, Elizabeth vio su mejor traje arruinado.
No es que su mejor vestido estuviera en condiciones particularmente buenas. No había suficiente dinero en las arcas de los Hotchkiss para comprar ropa nueva, hasta que la vieja estuviera totalmente gastada. Pero, aun así, Elizabeth tenía cierto orgullo, y si bien, no podía vestir a su familia a la ultima moda, por lo menos se aseguraba que todos fueran aseados y limpios.
Ahora había barro apelmazado en su falda de terciopelo y, peor aún, realmente había robado un libro de la biblioteca de Lady Danbury. Y no cualquier libro. Había robado el que tenía que ser el más estúpido y tonto libro de toda la historia de los libros impresos. Y todo porque iba a subastarse al mejor postor.
Se tragó las lágrimas que cuajaban sus ojos. ¿Qué pasaría si no había postores? ¿Qué haría entonces?
Elizabeth golpeó el suelo con los pies frente a la cabaña para sacudirse el barro, y después se apresuró a través de la puerta de su pequeña casa. Intentó escabullirse a través del vestíbulo, escaleras arriba, hasta su habitación sin que nadie la viera, pero Susan era demasiado rápida.
“¡Dios bendito! ¿Qué te ha pasado?”
“Resbalé,” gruñó Elizabeth, sin apartar los ojos de las escaleras.
“¿Otra vez?”
Eso fue suficiente para hacerla girar en redondo y fulminar a su hermana con una sanguinaria mirada. “¿Qué has querido decir con eso?”
Susan tosió. “Nada.”
Elizabeth dio media vuelta con intención de marcharse escaleras arriba, pero se golpeó la mano con una mesita. “Owwwww,” gritó.
“¡Ooh!” dijo Susan, haciendo una mueca de simpatía. “Eso ha tenido que doler.”
Elizabeth tan sólo la miró con fijeza, los ojos convertidos en estrechas rendijas.
“Lo siento muchísimo,” dijo Susan rápidamente, reconociendo de inmediato el mal humor de su hermana.
“Me voy a mi habitación,” dijo Elizabeth, pronunciando espaciadamente cada palabra, como si una cuidadosa dicción pudiera, de alguna forma, hacerla llegar a su cuarto más rápidamente. “Y entonces voy a acostarme y echar una siesta. Y si alguien me molesta, no respondo de las consecuencias.”
Susan asintió. “Jane y Lucas están jugando fuera en el jardín. Me aseguraré que no molesten si entran en casa.”
“Bien, yo- ¡Owwwwwwwww!”
Susan dio un respingo. “¿Qué pasa ahora?”
Elizabeth se agachó y recogió un pequeño objeto de metal. Uno de los soldados de juguete de Lucas. “¿Hay alguna razón,” dijo, “para que esto esté en el suelo, donde cualquiera pueda pisarlo?”
“No se me ocurre ninguna,” contestó Susan, con una débil tentativa de sonrisa.
Elizabeth simplemente suspiró. “No estoy teniendo un buen día.”