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“No, eso pensaba.”

Elizabeth intentó sonreír, pero todo lo que consiguió fue estirar los labios. Apenas tenía fuerzas para arrastrarse escaleras arriba.

“¿Quieres que te suba una taza de te?” preguntó Susan amablemente.

Elizabeth asintió. “Sería estupendo, gracias.”

“Lo hago encantada. Voy a… ¿qué llevas en el bolso?”

“¿Qué?”

“Ese libro.”

Elizabeth maldijo por lo bajo y empujo el libro bajo un pañuelo. “No es nada.”

“¿Has pedido un libro prestado a Lady Danbury?”

“Es una manera de decirlo.”

“Oh, bien. He leído todos los que tenemos. Aunque no tenemos muchos.”

Elizabeth tan sólo asintió e intentó rodearla.

“Sé que te partió el corazón vender los libros,” dijo Susan, “pero con eso pagamos las lecciones de latín de Lucas.”

“De verdad, debo ir…”

“¿Puedo ver el libro? Me gustaría leerlo.”

“¡No!”exclamó Elizabeth, con voz más fuerte de lo que le hubiera gustado.

Susan se arredró. “Perdon.”

“Tengo que devolverlo mañana. Eso es todo. No te dará tiempo a leerlo.”

“¿Puedo echarle un vistazo?”

“No.”

Susan insistió. “Quiero verlo.”

“He dicho que no.” Elizabeth saltó hacia la derecha, consiguiendo apenas eludir a su hermana y lanzarse hacia las escaleras. Pero justo cuando su pie se apoyaba en el primer escalón, sintió la mano de Susan agarrándola de la falda.

“Te tengo,” gruñó Susan.

“¡Suéltame!”

“No, hasta que me enseñes el libro.”

“Susan, soy tu tutora y te ordeno…”

“Eres mi hermana, y estoy segura de que me ocultas algo.”

Razonando no lo conseguiría, decidió Elizabeth, así que asió su falda y dio un fuerte tirón, con el único resultado de que resbaló del escalón y su bolso cayó al suelo.

“¡Ahá!” exclamó Susan, triunfalmente, aferrando el libro.

Elizabeth gruñó.

“¿ Cómo casarse con un Marqués?” Susan levantó la mirada con expresión perpleja y a la vez, bastante divertida.

“Es sólo un libro tonto.” Elizabeth sintió como sus mejillas empezaban a arder. “Sólo pensé…, eso, sólo pensé que yo…”

“¿Un marqués?” preguntó Susan, dubitativamente. “Nos ponemos metas altas, ¿no?”

“Por el amor de Dios,” estalló Elizabeth. “No voy a casarme con un marqués. Pero puede que el libro contenga algún tipo de consejo útil, puesto que tengo que casarme y nadie me lo ha propuesto.”

“Excepto el hacendado Nevins,” murmuró Susan, ojeando las paginas del libro.

Elizabeth tragó bilis. El solo pensamiento de que el hacendado Nevins la tocara, la besara… hizo que se le helara la sangre. Pero si era la única forma en que podía salvar a su familia…

Cerró los ojos con fuerza. Tenía que haber algo en ese libro que pudiera enseñarle a conseguir un marido. ¡Cualquier cosa!.

“Realmente, esto es bastante interesante,” dijo Susan, dejándose caer sentada en la alfombra, junto a Elizabeth. “Escucha esto: Edicto Numero Uno…”

“¿Edicto?” repitió Elizabeth. “¿Hay edictos?”

“Aparentemente sí. Me parece que este negocio de encontrar marido es más complicado de lo que pensaba.”

“Sólo dime lo que dice el edicto.”

Susan parpadeó y bajo la vista. “Se única. Pero no demasiado.”

“¿Qué demonios significa eso?” explotó Elizabeth. “Es lo más ridículo que he oído en mi vida. Mañana devuelvo el libro. ¿Quién es esa señora Seeton, de todas formas? Desde luego una marquesa no, así que no tengo por que escuchar…”

“No, no,” dijo Susan, agitando la mano sin mirar a su hermana. “Eso era sólo el titulo del Edicto. Ahora viene la explicación.”

“No estoy segura de querer escucharla,” se quejó Elizabeth.

“Es realmente interesante.”

“Dame eso.” Elizabeth arrebató el libro a su hermana y leyó en silencio.

Es indispensable que sea usted una mujer totalmente única. Su hechizo debe fascinar a su Lord hasta el punto de que sea incapaz de ver la habitación detrás de su rostro.

Elizabeth resopló. “¿Su hechizo? ¿No ver la habitación detrás de su rostro? ¿Dónde aprendió esta mujer a escribir? ¿En una botica?”

“Pues yo creo que la parte de la habitación y tu rostro es muy romántica,” dijo Susan, con un encogimiento de hombros.

Elizabeth la ignoró. “¿Dónde esta la parte de no ser demasiado única? Ah, aquí.”

Debe esforzarse por contener su encanto de modo que él sea el único que lo perciba. Debe demostrarle que usted será ventajosa como esposa. Ningún Lord del reino desea ser expuesto al bochorno y el escándalo.

“¿Crees que conseguirás lo de no salpicarlo con algo?” preguntó Susan. Elizabeth la ignoró y continuó leyendo.

En otras palabras, debe destacar en un grupo, pero sólo en su grupo. Para él, es el único que importa.

Elizabeth levantó la vista. “Hay un problema.”

“¿Lo hay?”

“Sí.” Se dio golpecitos en la frente con el índice, como era su costumbre habitual siempre que pensaba profundamente en un problema. “En todos los edictos se presupone que he depositado mis esperanzas en un solo hombre [2].”

A Susan se le desorbitaron los ojos. “¡No puedes fijarte en un hombre casado!”

“Me refiero a un hombre en particular,” replicó Elizabeth, golpeando a Susan con fuerza en un hombro.

“Ya veo. Bien, la señora Seeton tiene razón. No puedes casarte con dos hombres a la vez.”

Elizabeth hizo una mueca. “Por supuesto que no. Pero creo que debo fijarme en más de uno si quiero asegurarme una oferta de matrimonio. ¿No te acuerdas de que mamá siempre nos decía que no debíamos colocar todos nuestros huevos en una sola cesta?”

“Hmmm,” reflexionó Susan, “ahí, tienes tu razón. Tendré que investigar el problema esta noche.”

“¿Perdón?”

Pero Susan ya se había puesto en pie, y estaba subiendo las escaleras. “Me leeré el libro esta noche,” le gritó desde el descansillo, “y te informaré por la mañana.”

“¡Susan!” Elizabeth usó su tono más severo. “Baja y devuélveme ese libro inmediatamente.”

“¡No me das miedo! ¡Tendré resuelta nuestra estrategia para el desayuno!” Y lo siguiente que Elizabeth oyó fue el sonido de una llave girando en una cerradura mientras Susan se atrincheraba en la habitación que compartía con Jane.

“¿El desayuno?” murmuró Elizabeth. “¿No piensa bajar a cenar, entonces?”

Aparentemente así era. Nadie le vio el pelo a Susan, ni oyó el más mínimo ruido desde su habitación. Esa noche, el clan Hotchkiss, contó tan sólo con tres miembros para la cena, y la pobre Jane, incluso, se quedó sin sitio donde dormir y tuvo que compartir cama con Elizabeth.

A Elizabeth no le pareció divertido. Jane era un encanto, pero le robó todas las mantas.

Cuando Elizabeth bajó a desayunar a la mañana siguiente, Susan estaba ya sentada a la mesa, con el pequeño libro rojo en sus manos. Elizabeth observo torvamente que la cocina no mostraba ningún signo de uso.

“¿No podrías haber empezado a preparar el desayuno?” preguntó gruñonamente, buscando en el armario de los huevos.

“He estado muy ocupada,” replicó Susan. “Muy ocupada.”

Elizabeth no replicó. Maldición. Sólo quedaban tres huevos. Tendría que quedarse sin desayunar y rezar para que Lady Dambury hubiera planeado un copioso almuerzo para este día. Coloco la sartén de hierro sobre el trípode encima del fuego y echo los tres huevos abiertos en ella.

Susan captó la indirecta y comenzó a cortar el pan en rebanadas para las tostadas. “Algunas de esas reglas no son tan difíciles,” dijo mientras trabajaba. “Creo que incluso tu puedes seguirlas.”

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[2] Juego de palabras. Elizabeth dice “single man”. Single significa tanto uno solo como soltero.