Se alejó otro paso. Con cada movimiento que ella hacía, con cada diminuto aliento que exhalaba, apenas audible, él perdía otro fragmento de autocontrol. No confiaba en sus manos; le hormigueaban por estirarse y atraparla.
"Cuando admitas que es esto por lo qué me quieres," dijo mordiendo las palabras, con voz ardiente e intensa, "entonces me casaré contigo. "
Dos días más tarde, el recuerdo de aquel último beso todavía hacia que Elizabeth se estremeciera. Se había quedado apoyada en el árbol, aturdida y atontada, y lo miró alejarse. Entonces había quedado inmóvil en el mismo lugar durante otros diez minutos, sus ojos fijos en el horizonte, mirando sin expresión el último punto donde lo había visto. Y luego, cuando su mente finalmente había despertado de la apasionada conmoción de su contacto, ella se dejó caer y lloró.
Había mentido cuando lucho por convencerlo de que solo quería casarse con él porque era un marqués rico. Era irónico, en realidad. Se había pasado el mes anterior resignándose al destino de casarse por dinero y no por amor; y ahora estaba enamorada, y él era lo bastante rico para dar a su familia una vida mejor, pero todo estaba mal.
Ella lo amaba. O más bien, amaba a un hombre que tenía su mismo aspecto. Elizabeth no creía lo que Lady Danbury y los Ravenscroft le habían dicho; el humilde James Siddons no podía ser, interiormente, el mismo hombre que el encumbrado Marqués de Riverdale. Simplemente no era posible. Cada uno tenía su lugar en la sociedad británica; esto era algo que la gente aprendía desde pequeña, sobre todo gente como Elizabeth, hija de la nobleza menor que pertenecía al extremo más alejado de la alta sociedad.
Parecía como si pudiera solucionar todos sus problemas yendo y diciéndole que lo quería, aunque no por su dinero. Estaría casada con el hombre que amaba, y dispondría de amplios recursos para cuidar de su familia. Pero no podía sacudirse la fastidiosa sospecha de que, en realidad, no lo conocía.
Su vena pragmática le recordó que probablemente no conocería a ningún hombre con el que decidiera casarse, o al menos no lo conocería bien. Los hombres y las mujeres raramente llevaban el noviazgo más allá del nivel superficial.
Pero con James, era diferente. El dijo que no podía soportar una unión de conveniencia con ella, pero Elizabeth no creía que ella pudiera soportar una unión sin confianza. Tal vez con otro, pero no con él.
Elizabeth cerró con fuerza los ojos y se dejó caer de espaldas en la cama. Se había pasado la mayor parte de los dos días anteriores escondida en su cuarto. Después de unas cuantas tentativas, sus hermanos habían desistido de tratar de hablar con ella y se limitaron a dejar bandejas con comida a la puerta de su habitación. Susan había preparado todos los platos favoritos de Elizabeth, pero la mayor parte del alimento había quedado sin tocar. La angustia, por lo visto, no era buena para abrir el apetito.
Un tentativo golpe sonó en la puerta, y Elizabeth giró la cabeza para mirar por la ventana. A juzgar por la posición del sol, debía ser la hora de la cena. Si no hacia caso de la llamada, quizás simplemente dejarían la bandeja y se marcharían.
Pero los golpes persistieron, así que Elizabeth suspiró y se obligó a levantarse. Cruzó el pequeño cuarto en tres pasos y abrió la puerta de golpe, encontrándose con los tres Hotchkis más jóvenes.
"Esto ha llegado para ti," dijo Susan, tendiéndole un sobre color crema. "Es de Lady Danbury. Quiere verte. "
Elizabeth arqueó una ceja. "¿Has leído mi correspondencia? "
"¡Claro que no! El lacayo que ella envió con el sobre me lo ha dicho. "
"Es cierto," interpuso Jane. "Yo estaba allí. "
Elizabeth extendió la mano y tomó el sobre. Miró a sus hermanos. Ellos le devolvieron la mirada.
"¿No vas a leerlo? " dijo Lucas, finalmente.
Jane le dio a su hermano un codazo en las costillas. "Lucas, no seas grosero. " Echó un vistazo a Elizabeth. "¿No vas a hacerlo? "
"¿Ahora quién es el grosero? " respondió Elizabeth.
"Podrías abrirlo," dijo Susan. "Al menos, apartará tu mente- "
"No lo digas," le advirtió Elizabeth.
"Bien, seguramente no puedes revolcarte en la autocompasión para siempre. "
Elizabeth hizo un sonido siseado por encima de un suspiro. "¿No tengo derecho a hacerlo al menos uno o dos días? "
"Desde luego," dijo Susan, conciliadoramente. "Pero incluso así se te está acabando el tiempo. "
Elizabeth gimió y abrió el sobre. Se preguntó cuánto sabrían sus hermanos de su situación. Ella no les había dicho nada, pero se convertían en pequeños hurones cuando se trataba de descubrir secretos, y apostaría a que conocían más de la mitad de la historia por ahora.
"¿No vas a terminar de abrirla? " preguntó Lucas, con excitación.
Elizabeth alzó las cejas y miró a su hermano. Casi brincaba. "No puedo imaginar por qué estás tan excitado por oír lo que Lady Danbury tiene que decir," dijo.
"Yo tampoco puedo imaginármelo," gruñó Susan, dejando caer de golpe una mano sobre el hombro de Lucas para mantenerlo quieto.
Elizabeth solamente sacudió la cabeza. Si los Hotchkis discutían, entonces la vida volvía a la normalidad, y eso tenia que ser algo bueno.
Sin hacer caso de los gruñidos de protesta que Lucas hacía al ser maltratado por su hermana, Elizabeth sacó el papel del sobre y lo desplegó. Le llevó apenas unos segundos para leer las líneas, y un sorprendido "Vaya " escapó de sus labios.
"¿Sucede algo malo? " preguntó Susan.
Elizabeth sacudió la cabeza. "No exactamente. Pero Lady Danbury quiere que vaya a verla."
"Creí que ya no trabajabas para ella," dijo Jane.
"Y no lo hago, aunque imagino que tendré que tragarme el orgullo y volver a pedirle que me contrate. No veo, si no, como vamos a tener bastante dinero para comer. "
Cuando Elizabeth alzó la vista, los tres Hotchkiss más jóvenes se mordían sus labios inferiores, obviamente muriéndose por decir que (A) Elizabeth podría haberse casado con James, ó (B) podría haber aceptado al menos el cheque en vez de romperlo en cuatro pulcros pedazos.
Elizabeth se apoyó sobre sus manos y rodillas para sacar sus botas de debajo de la cama, donde las había mandado de una patada el día anterior. Encontró su bolso al lado de ellas, y lo agarró rápidamente, también.
"¿Te vas ahora mismo? " preguntó Jane.
Elizabeth asintió mientras se sentaba sobre la manta que cubría su cama para ponerse las botas. "No me esperéis," dijo. "No sé cuanto tardaré. Imagino que Lady Danbury hará que un carruaje me traiga a casa. "
"Podrías quedarte incluso a pasar la noche," dijo Lucas.
Jane le pegó fuerte en el hombro. "¿Por qué iba a hacer eso? "
"Podría ser más fácil si se hace de noche," replicó el, encendido "y – "
"De cualquier forma," dijo Elizabeth en voz alta, encontrando la conversación algo extraña, "no debéis esperarme. "
"No lo haremos," le aseguró Susan, cogiendo a Lucas y a Jane y apartándolos de en medio cuando Elizabeth salió al pasillo. La miraron bajar las escaleras velozmente y abrir de golpe la puerta de la calle. "¡Qué lo pases bien! " le gritó Susan.
Elizabeth le lanzó una mirada sarcástica por encima del hombro. "Estoy segura de que no, pero te lo agradezco. "
Cerró la puerta tras de si, dejando a Susan, Jane, y Lucas de pie en lo alto de la escalera. “Oh, puede que te sorprendas, Elizabeth Hotchkiss," dijo Susan con una sonrisa. "Puede que te sorprendas. "
Los últimos días no figurarían entre los mejores de James Sidwell. Calificar su humor como de perros sería una enorme subestimación, y los criados de Lady Danbury habían comenzado a tomar rutas tortuosas por la casa solamente para evitarlo.
Su primera inclinación había sido coger una buena borrachera, pero ya había hecho eso una vez, la noche que Elizabeth había descubierto su verdadera identidad, y todo lo que esto le había reportado fue una resaca abrasadora. Así que el vaso de whisky que se había servido cuando había regresado de su visita a la casa de Elizabeth todavía estaba sobre el escritorio de la biblioteca, apenas le había dado un par de sorbos. Generalmente, los bien entrenados criados de su tía habrían retirado el vaso medio lleno; nada trastornaba tanto su sensibilidad como un vaso de añejo licor puesto directamente sobre una pulida mesa. Pero la feroz contestación de James la primera vez que alguien se había atrevido a llamar a la puerta cerrada de la biblioteca había asegurado su aislamiento, y ahora su refugio- y su vaso de whisky – eran todo suyos.