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Cuando estaban a salvo, a una distancia segura, se giró hacia Susan y dijo, “Lo primero de todo, no quiero ninguna mención de esto -la caza de marido-delante de los niños.”

Susan llevaba el libro de la señora Seeton en la mano. “¿Entonces vas a seguir sus consejos?”

“No veo que tenga otra elección,” murmuró Elizabeth. “Sólo léeme esas reglas.”

Capitulo 3

Elizabeth refunfuñaba para sí misma cuando entró en Danbury House aquella mañana. La verdad sea dicha, ella había estado refunfuñando para sí misma todo el camino. Había prometido a Susan que intentaría poner en práctica los edictos de la señora Seeton con el nuevo administrador de Lady Danbury, pero ella no veía cómo podría hacer esto sin romper el Edicto el Número dos:

No busque nunca a un hombre. Oblíguelo siempre a venir tras de usted.

Elizabeth supuso que esta era una regla que iba a tener que romper. También se preguntaba como reconciliar los Edictos Tres y Cinco, que eran:

Nunca debe ser grosera. Un caballero necesita una dama que sea el epítome de la gracia, la dignidad y los buenos modales.

Y:

No converse nunca con un caballero durante más de cinco minutos. Si es usted quien finaliza la conversación, él fantaseará con lo que usted podría haber dicho a continuación.

Excúsese y desaparezca, al cuarto de retiro de las damas, si es necesario. Su fascinación por usted aumentará si él piensa que usted tiene otras posibilidades matrimoniales.

Esto era lo que tenía a Elizabeth realmente aturdida. Le pareció que aún si ella se excusara, era bastante grosero finalizar una conversación después de sólo cinco minutos. Y según la señora Seeton, un caballero necesitaba una señora que nunca fuera grosera.

Y esto, sin ni siquiera empezar a considerar todas las otras reglas que Susan le había gritado cuando salió de casa esa mañana. Se encantadora. Se dulce. Deja que sea él quien hable. No deje que note que tú eres más ocurrente que él.

Con todas estas tonterías con las que preocuparse, Elizabeth se planteaba rápidamente la idea de convertirse en la señorita Hotchkiss, una vieja solterona, indefinidamente.

Cuando entró en Danbury House, se encaminó inmediatamente al salón, como era su costumbre. Lady Danbury estaba allí, sentada en su silla favorita, garabateando la correspondencia y refunfuñando para si misma mientras lo hacia. Malcolm estaba tumbado sobre un amplio alféizar. Abrió un ojo, juzgó a Elizabeth indigna de su atención, y volvió a dormirse.

"Buenos días, Lady Danbury," dijo Elizabeth con una inclinación de cabeza. “¿Quiere que haga yo eso por usted? " La señora Danbury sufría de dolor de articulaciones, y Elizabeth con frecuencia escribía la correspondencia para ella.

Pero Lady Danbury tan sólo empujó el papel en un cajón. "No, no, no hace falta. Mis dedos se sienten bastante bien esta mañana." Los dobló y los agito en el aire hacia Elizabeth, como una bruja echando alguna clase de sortilegio ortográfico. "¿Ves? "

"Me alegro de que se encuentre tan bien," contestó Elizabeth vacilante, preguntándose si acababa de ser hechizada:

“Sí, sí, un día muy bueno. Muy bueno en efecto. A condición de que, desde luego, no comiences a leerme la Biblia otra vez. "

"No soñaría con hacerlo. "

"Realmente, hay algo que puedes hacer para mí. "

Elizabeth arqueó sus rubias cejas interrogante.

"Tengo que ver a mi nuevo administrador. Trabaja en una oficina que linda con los establos. ¿Podrías traerlo aquí? "

Elizabeth logró impedir en el ultimo segundo quedarse con la boca abierta. ¡Estupendo! Conseguiría ver al nuevo administrador y no tendría que romper el Edicto el Número dos al hacerlo.

Bien, técnicamente supuso que iba a buscarlo, pero en realidad no contaba ya que le había ordenado hacerlo así su patrona.

"¡Elizabeth! " dijo Lady Danbury en voz alta.

Elizabeth parpadeó. "¿Sí? "

“Presta atención cuando te hablo. Es bastante descortés por tu parte soñar despierta. "

Elizabeth no pudo evitar una mueca ante la ironía. Ella no había fantaseado en cinco años. Una vez había soñado con el amor y el matrimonio, y con ir al teatro, y viajar a Francia. Pero todos estos sueños se detuvieron cuando su padre murió y sus nuevas responsabilidades hicieron obvio que sus pensamientos secretos eran meros sueños imposibles, destinados a no realizarse nunca. "Lo siento terriblemente, milady," dijo.

Los labios de Lady Danbury se fruncieron de tal modo que Elizabeth supo que no estaba realmente enojada. "Simplemente tráelo," dijo Lady D.

"Inmediatamente," dijo Elizabeth afirmando con la cabeza.

“Él tiene el pelo castaño y ojos negros y es bastante alto. Así que ya sabes a quien buscar. "

“Ah, conocí al señor Siddons ayer. Tropecé con él cuando me marchaba a casa. "

"¿Si? " Lady Danbury la miro perpleja. "Él no mencionó nada. "

Elizabeth ladeo la cabeza confundida. “¿Por qué razón debería haberlo hecho? Seguramente no tendrá efecto sobre su empleo aquí. "

"No. No, supongo que no. " Lady Danbury fruncía la boca otra vez, como si estuviera considerando algún enorme e irresoluble problema filosófico. "Ve a por él entonces. Requeriré tu compañía una vez que haya terminado con J…,er, el señor Siddons. Ah, y mientras consulto con él, puedes ir y traerme mi bordado. "

Elizabeth sofocó un gemido. La idea de la señora Danbury de bordar consistía en mirar cómo Elizabeth bordaba y darle copiosas instrucciones mientras supervisaba la labor. Y Elizabeth odiaba bordar. Ella ya tenía costura más que suficiente en casa, con toda la ropa que necesitaba ser zurcida.

"La funda de almohada verde, me parece, no la amarilla," añadió Lady Danbury.

Elizabeth asintió distraídamente y se marcho hacia la puerta. "Se única," susurró para si misma, ", pero no demasiado única. " Sacudió la cabeza. El día que ella entendiera lo que eso significaba sería el día que el hombre caminara por la luna.

En otras palabras, nunca.

Cuando llegó al área de los establos, se había repetido las reglas a si misma al menos diez veces cada una y tenía la cabeza tan enturbiada con todas ellas que de buena gana habría empujado a la señora Seeton por un puente si la señora en cuestión hubiera estado en la zona.

Desde luego no había ningún puente en la zona, de todas formas, pero Elizabeth prefirió pasar por alto aquel punto.

La oficina y el hogar del administrador era una construcción situada directamente a la izquierda de los establos. Era una pequeña casita de campo de tres habitaciones con una pesada chimenea de piedra y un techo cubierto con paja. La puerta de calle se abría a una pequeña sala, con un dormitorio y una oficina en la parte de atrás.

El edificio tenía una apariencia pulcra y ordenada, lo que Elizabeth supuso tenía sentido, ya que una de las obligaciones de los administradores era preocuparse del buen mantenimiento de edificios. Permaneció de pie ante la puerta durante aproximadamente un minuto, respirando profundamente varias veces y recordándose que ella era una joven razonablemente atractiva y bien parecida. No había ninguna razón por la cual este hombre – en quien ella no estaba interesada, en realidad – debiera desdeñarla.

Era gracioso, pensó Elizabeth irónicamente, que ella nunca anteriormente se hubiera sentido inquieta al conocer gente nueva. Todo esto era culpa de esa maldita caza de marido y de ese libro doblemente maldito.

"Podría estrangular a la señora Seeton," refunfuñó ella mientras levantaba la mano para llamar a la puerta. "De hecho, podría hacerlo fácilmente. "

La puerta no estaba cerrada correctamente y se abrió de golpe unos centímetros cuando Elizabeth la golpeó. Llamó en voz alta, “¿Señor Siddons? ¿Está usted ahí? ¿Señor Siddons? "