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Diez segundos después, el cabo interino de los Fusileros Reales Charlie Trumper se encontró de nuevo en el terreno de instrucción.

– Cabo interino Trumper -dijo Tommy, incrédulo, después de escuchar la noticia-. ¿Significa eso que debo llamarte «señor»?

– No seas idiota, Tommy. «Cabo» será suficiente -sonrió Charlie, sentándose en el extremo de la cama para coser un galón en su uniforme.

A partir del día siguiente, los diez hombres que componían la sección de Charlie empezaron a desear con todas sus fuerzas que no hubiera pasado los últimos catorce años de su vida acudiendo al mercado a primera hora de la mañana. Su instrucción, sus botas, su rendimiento y su adiestramiento con las armas se convirtieron en una leyenda para el resto de la compañía, a medida que Charlie les obligaba a esforzarse cada vez más. El momento supremo de Charlie llegó la undécima semana, cuando abandonaron los barracones para viajar a Glasgow, donde Tommy ganó el Trofeo del Rey para tiradores de rifle, derrotando a oficiales y hombres de otros siete regimientos.

– Eres un genio -dijo Charlie, en cuanto el coronel entregó a su amigo la copa de plata.

– Me pregunto si encontraremos un perista medianamente bueno en Glasgow -fue el único comentario de Tommy sobre el tema.

El desfile que marcó el fin de su adiestramiento se celebró el sábado 23 de febrero de 1918. Concluyó con el desfile de la sección de Charlie, al compás de la banda del regimiento. Por primera vez, se sintió como un soldado…, a pesar de que Tommy seguía pareciendo un saco de patatas.

Cuando el desfile tocó a su fin, el sargento mayor Philpott felicitó a todos por primera vez en tres meses, y antes del rompan filas anunció a las tropas que podían tomarse libre el resto del día, pero que debían regresar a los barracones y meterse en la cama antes de las doce.

La compañía asoló Edimburgo por última vez. Tommy volvió a tomar el mando, mientras los chicos del pelotón número 11 se tambaleaban de taberna en taberna, cada vez más borrachos, hasta terminar en su local provisional, «El Voluntario» de Leith Walk.

Los chicos se quedaron alrededor del piano, engullendo todavía más pintas, y cantaron Pack up your troubles in your oíd kit bag, antes de repetir el resto de su limitado repertorio una y otra vez. Tommy, que les acompañaba a la armónica, reparó en que Charlie no apartaba sus ojos de la camarera Rosie, quien, a pesar de que rebasaba los treinta años, no dejaba de coquetear con los jóvenes reclutas. Se separó del grupo para reunirse con su amigo en la barra.

– Te gusta, ¿eh?

– Sí, pero es tu chica -respondió Charlie, y siguió mirando a la rubia de cabello largo que fingía ignorar sus intenciones.

Se dio cuenta de que llevaba desabrochado un botón más de los que solía.

– Yo no diría eso -contestó Tommy-. En cualquier caso, te debo una por esa nariz rota. Tendré que hacer algo por remediarlo.

Charlie rió al escuchar eso. Tommy le guiñó un ojo a Rosie y dejó a Charlie para reunirse con ella en el extremo de la barra.

Charlie fue incapaz de mirarles, pero veía en el espejo colocado detrás de la barra que estaban enfrascados en una animada conversación, y que Rosie se volvía de vez en cuando a mirarle. Tommy regresó un momento después a su lado.

– Todo está arreglado, Charlie -dijo.

– ¿Qué significa «arreglado»?

– Exactamente lo que he dicho. Sólo tienes que salir al cobertizo situado detrás de la taberna, donde guardan las cajas vacías, y Rosie se reunirá contigo en un periquete.

Charlie parecía pegado a la barra.

– Bien, adelante -dijo Tommy-, antes de que esa jodida mujer cambie de opinión.

Charlie se deslizó por la puerta lateral sin mirar atrás, rezando para que nadie le viera. Casi corrió por el pasillo hasta salir por la puerta trasera. Se detuvo junto a una esquina del cobertizo, sintiéndose bastante estúpido mientras paseaba arriba y abajo, y cuando un escalofrío le recorrió de pies a cabeza, deseó encontrarse de nuevo al abrigo de la taberna. Volvió a temblar unos momentos después, estornudó y decidió que había llegado el momento de regresar con sus compañeros y olvidarlo. Caminaba hacia la puerta cuando Rose salió por ella como una exhalación.

– Hola. Soy Rose. Lamento haber tardado tanto, pero tenía que atender a un cliente.

Él la miró a la escasa luz que se filtraba por la pequeña ventana situada sobre la puerta. Se había desabrochado otro botón.

– Charlie Trumper -dijo Charlie, extendiendo la mano.

– Lo sé -rió ella-. Tommy me ha contado todo sobre ti. Dice que eres el mejor follador del pelotón.

– Me parece que ha exagerado un poco -respondió Charlie, enrojeciendo, pero Rose le estrechó en sus brazos y empezó a besarle, primero en el cuello, después en la cara y por fin en la boca.

Apartó los labios de Charlie con destreza antes de empezar a juguetear con su lengua.

Para empezar, Charlie no estaba muy seguro de lo que estaba ocurriendo, pero le gustaba tanto la sensación que continuó aferrado a ella, e incluso apretó su lengua contra la de Rosie. Fue ella la primera en apartarse.

– No tan fuerte, Charlie. Relájate. Se conceden premios a la resistencia, no a la velocidad.

Charlie se puso a besarla de nuevo, más suavemente cuando sintió la esquina de una caja de cerveza clavarse en sus nalgas. Después, colocó una mano sobre el pecho izquierdo de Rosie, pero se limitó a dejarla allí, sin saber qué hacer a continuación, mientras trataba de adoptar una posición más cómoda. No pareció un detalle muy importante, pues Rosie sabía exactamente lo que se esperaba de ella. Empezó a desabrocharse los restantes botones de la blusa, descubriendo sus abundantes senos, que hacían honor a su nombre.

Levantó una pierna y la apoyó sobre una pila de viejas cajas de cerveza. Charlie se encontró frente a una generosa extensión de rosado muslo desnudo. Posó su mano libre, vacilante, sobre la suave carne. Charlie deseaba dotar de plena libertad a sus dedos para que siguieran explorando hasta donde les fuera posible, pero se quedó petrificado como un fotograma congelado de una película en blanco y negro.

Rose volvió a tomar la iniciativa, apartó los brazos que rodeaban el cuello de Charlie y empezó a desabrocharle los botones de la bragueta. Un momento después deslizó su mano bajo los calzoncillos. Charlie no podía creer lo que estaba sucediendo, pero ya sentía que aquello bien valía una nariz rota.

Rose se la agitó vigorosamente y se bajó las bragas con la mano libre. Charlie fue perdiendo cada vez más el control, hasta que Rose se detuvo de repente, apartándose, y miró la parte delantera de su vestido.

– Si tú eres el mejor follador del pelotón, mi única esperanza es que los alemanes ganen esta mierda de guerra.

A la mañana siguiente, mientras los oficiales de guardia tomaban el rancho, se clavaron en el tablón de anuncios las órdenes dirigidas a la compañía. El nuevo batallón de Fusileros ya se consideraba listo para entrar en combate, por lo cual era de esperar que se uniera a los aliados en el frente occidental. Charlie se preguntó si la camaradería que había reunido a un grupo de hombres tan diferentes durante los últimos tres meses serviría a la hora de entablar combate con la élite del ejército alemán.

Durante el viaje en tren de regreso al sur, fueron vitoreados de nuevo en cada estación por la que pasaban, y Charlie consideró esta vez que eran algo más merecedores del respeto que manifestaban las damas de sombrero puntiagudo. Descendieron en Maidstone al atardecer, y se alojaron para pernoctar en los barracones de los Royal West Kents.

A las seis en punto de la mañana siguiente, el capitán Trentham les dio instrucciones concretas: serían transportados en barco hasta Boulougne, recibirían un entrenamiento especial de diez días y se dirigirían hacia Amiens, donde se reunirían con su regimiento bajo el mando del coronel sir Danvers Hamilton, DSO, [4] quien, según se les aseguró, se hallaba preparando un ataque masivo contra las defensas alemanas. Pasaron el resto de la mañana comprobando su equipo, antes de ser conducidos como un rebaño hacia la pasarela y el puente del barco.

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[4] Distinguished Service Ordern. (N. del T.)