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El 2 de junio de 1953 la reina Isabel fue coronada y dos hombres de diferentes países de la Commonwealth conquistaron el Everest. Winston Churchill fue quien mejor resumió el acontecimiento: «Aquellos que han leído la historia de la primera era isabelina, arderán en deseos de participar en la segunda».

Entretanto, Cathy se dedicó con todas sus fuerzas al proyecto que la junta le había confiado. Consiguió un ahorro en salarios de cuarenta y nueve mil libras durante 1953, y de veintiuna mil libras más en la primera mitad de 1954. A finales del año fiscal tuve la impresión de que sabía más sobre la dirección del personal de «Trumper's» que cualquiera de la mesa, incluido yo.

Durante 1955, las ventas al extranjero cayeron en picado, y como Cathy ya había cumplido su cometido y yo quería que ganara experiencia en otros departamentos, le pedí que resolviera el problema de nuestras ventas internacionales.

Asumió su nuevo cargo con el mismo entusiasmo que dedicaba a todo, pero durante los dos años siguientes empezó a chocar con

Trentham en bastantes temas, incluyendo la política de devolver el dinero a cualquier cliente capaz de demostrar que había pagado menos por un artículo corriente en otra tienda. Trentham arguyo que a los clientes de «Trumper's» no les interesaban las diferencias de precio imaginarias con almacenes menos conocidos, sino tan sólo la calidad y el servicio.

– No es responsabilidad de los clientes preocuparse por la hoja de balance, sino de la junta, en beneficio de sus accionistas -con testó Cathy.

En otra ocasión casi acusó a Cathy de ser comunista, cuando ella sugirió un «proyecto para que los trabajadores participasen como accionistas», pensando que daría lugar a una lealtad que sólo los japoneses comprendían plenamente, un país, explicó, en que las empresas solían conservar el noventa y ocho por ciento de su plantilla durante toda su vida. Ni siquiera yo vi con buenos ojos esa idea, pero Becky me advirtió en privado de que ya empezaba a hablar como un «carroza». Sospeché que se trataba de una expresión moderna, y que no podía tomarla de ninguna manera como un cumplido.

Cuando «Legal & General» fracasó en su intento de ser nuestra compañía aseguradora, vendió el dos por ciento de sus acciones a Nigel Trentham. Desde aquel momento, hasta yo temí que consiguiera las acciones necesarias para apoderarse de la empresa. También propuso otra nominación para la junta que, gracias al respaldo de Brian Hurst, fue aceptada.

– Tendría que haberme quedado ese solar hace treinta y cinco años por cuatro mil libras de nada -le dije a Becky.

– Estoy de acuerdo. Lo peor es que ahora nos resulta más peli grosa muerta que viva -me recordó mi mujer.

La llegada de Elvis Presley, los teddy boys, las tarjetas de crédito y la sociedad permisiva fue salvada sin excesivos problemas por «Trumper's».

– Puede que los clientes cambien, pero no permitiremos que ocurra lo mismo con nuestro nivel de calidad -dije a la junta.

La empresa declaró unos beneficios netos de setecientas cincuenta y siete mil libras, un catorce por ciento de rendimiento sobre el capital, y superamos este éxito un año después cuando la reina nos concedió la Autorización Real. [25] Di instrucciones de que colgara sobre la puerta principal, para indicar al público que la reina había comprado en el carretón de manera regular.

No podía pretender haber visto a Su Majestad cargada con una de nuestras conocidas bolsas azules, decoradas con el motivo en plata de un carretón, o bajando y subiendo por la escalera automática en una hora punta, pero todavía recibíamos llamadas telefónicas regulares desde palacio siempre que iban cortos de provisiones. Ello confirmaba la teoría de mi abuelo, en el sentido de que una manzana siempre es una manzana, independientemente de quién la coma.

El momento culminante de 1961 llegó cuando Becky inauguró el Centro Dan Salmon en Whitechapel Road, otro edificio que había superado notablemente los costes previstos. Sin embargo, no me arrepentí ni de un solo penique del gasto, pese a las críticas de Trentham, cuando contemplé a la nueva generación de chicos y chicas del East End nadando, boxeando, alzando pesas y jugando al squash, un deporte que me resultaba absurdo.

Todos los sábados por la tarde que acudía al campo del West Ham, me dejaba caer por el club camino de casa, y observaba a los niños africanos, hindúes y asiáticos (los nuevos habitantes del East End) peleándose entre ellos al igual que nosotros habíamos hecho contra los irlandeses y los inmigrantes del este de Europa.

«El viejo orden cede el paso al nuevo, y los caminos del Señor son inescrutables, por temor a que una buena costumbre corrompa al mundo.» Las palabras de Tennyson, cinceladas en la piedra situada sobre la arcada del Centro, me recordaron a la señora Trentham, cuya presencia siempre parecía estar entre nosotros, sobre todo cuando sus tres representantes se sentaban a la mesa de la junta, aguardando el momento de cumplir sus propósitos. Nigel vivía ahora en Chester Square, a la espera de que todo estuviera dispuesto para ordenar a sus tropas que atacaran.

Recé por primera vez para que la señora Trentham viviera hasta una edad muy avanzada, pues necesitaba tiempo para poner a punto un plan que impidiera a su hijo apoderarse de la empresa.

Daphne fue la primera en avisarme de que la mujer estaba en cama y recibía frecuentes visitas del médico de la familia. Nigel Trentham consiguió mantener una sonrisa inamovible en su rostro durante todos aquellos meses de espera.

La señora Trentham murió inesperadamente el 7 de marzo de 1962, a los ochenta y nueve años de edad.

– Mientras dormía, sin el menor dolor -me comunicó Daphne.

Capítulo 43

Daphne asistió a los funerales de la señora Trentham, «Únicamente para estar segura de que en realidad enterraban a la malvada mujer -explicaría después a Charlie-, aunque no me sorprendería que encontrara la forma de levantarse de entre los muertos». Después advirtió a Charlie que habían oído decir a Nigel, incluso antes de que bajaran el cuerpo a la fosa, que tendríamos que prepararnos para lo peor tan pronto se reuniera de nuevo el consejo. Sólo tuvo que esperar doce días.

Ese primer martes del mes siguiente, Charlie paseó la vista por la mesa de la sala de consejo para ver si estaban presentes todos los directores. Percibió en el ambiente que todos estaban a la espera de ver quién atacaría primero. Nigel Trentham y sus dos colegas llevaban corbatas negras, como distintivo oficial de su función, recordando con ello al consejo su recién adquirido rango. El señor Harrison, por el contrario, y por primera vez desde que Charlie tenía memoria, llevaba una llamativa corbata en tonos pastel.

Charlie ya había calculado que Trentham esperaría hasta el punto número seis para hacer cualquier jugada. Se trataba de una propuesta para ampliar los servicios bancarios de la planta baja. El proyecto original era una de las ideas de Cathy, la cual, al regreso de uno de sus viajes mensuales a Estados Unidos, había presentado su detallado proyecto al consejo. Aunque el nuevo departamento había experimentado algunos problemas de crecimiento, estaba a punto de comenzar a caminar solo al cumplir su segundo año.

La primera media hora transcurrió bastante tranquila mientras Charlie presentaba al consejo los puntos del uno al cinco. Pero cuando anunció:

– Punto número seis, la ampliación de…

– Cerremos el banco y reduzcamos nuestras pérdidas -fueron las palabras de apertura de la intervención de Trentham, incluso antes de que Charlie hubiera abierto el tema para la discusión.

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[25] Autorización para proveer de artículos a la familia real. (N. del T.)