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El café de Charlie estaba allí sin tocar mientras él escuchaba con suma atención lo que tenía que decirle Harrison.

– Debido a que esta carta no es un documento legal sino una comunicación personal entre viejos amigos, he decidido que usted tenga conocimiento de su contenido.

Harrison se inclinó hacia la mesa que tenía delante y abrió una carpeta. Sacó una sola hoja de papel escrita con letra firme y enérgica.

– Antes de leerle esta carta, me gustaría aclarar que fue escrita en una época en que sir Raymond suponía que su propiedad sería heredada por Daniel y no por su pariente más próximo.

El señor Harrison se reacomodó las gafas sobre el caballete de la nariz, se aclaró la garganta y comenzó a leer:

Estimado Ernest:

A pesar de todo lo que he hecho para asegurarme de que mis últimos deseos se cumplan al pie de la letra, aún podría ser posible que Ethel encontrara alguna forma de conseguir que Daniel, mi bisnieto, no fuera mi heredero principal. Si se presentaran tales circunstancias, por favor, haz uso de tu sentido común y permite que aquellos más afectados por las decisiones de mi testamento entren en conocimiento de sus más sutiles detalles.

Mi viejo amigo, sabes exactamente a quién y a qué me refiero.

Siempre tuyo

Ray

Harrison volvió a colocar la carta sobre la mesa y dijo:

– Me temo que conocía las flaquezas de su hija tan bien como las mías.

Charlie sonrió al considerar el dilema ético ante el que evidentemente se encontraba el anciano abogado.

– Ahora bien, antes de remitirme al testamento mismo, debo hacerle otra confidencia. Charlie asintió.

– Usted tiene dolorosa conciencia, sir Charles, de que el señor Nigel Trentham es ahora el pariente más próximo. En verdad, no debe pasar inadvertido que el testamento está de tal modo redactado que sir Raymond ni siquiera fue capaz de poner su nombre como beneficiario. Supongo que esperaba que Daniel tuviera su propia prole que habría pasado automáticamente delante de su nieto

»La situación actual es que el señor Nigel Trentham, como el descendiente más cercano vivo, tendrá derecho a las acciones de «Trumper's» y al legado principal de los bienes de Hardcastle, una fortuna inmensa, la cual, puedo confirmar, le proporcionará los fondos adecuados para comprar en su totalidad las acciones de su empresa. Sin embargo, no es para esto que le he pedido verlo esta mañana. No, la razón es que hay una cláusula en el testamento de la cual usted no puede haber tenido conocimiento anteriormente. Después de tomar en consideración la carta de sir Raymond creo que tengo nada menos que el deber de informarle de su objetivo.

Harrison buscó en su carpeta y sacó un fajo de papeles sellados con lacre y atados con una cinta rosa.

– La redacción de las once primeras cláusulas del testamento de sir Raymond me llevó un tiempo considerable. Sin embargo, su sustancia no es pertinente para el problema que tenemos entre manos. Hacen referencia a legados de menor cuantía dejados por mi cliente a sobrinos, sobrinas y primos que ya han recibido las sumas asignadas.

»Las cláusulas siguientes, de la doce a la veintiuna, pasan a nombrar instituciones de beneficencia, clubes e instituciones académicas con las que estuvo asociado mucho tiempo sir Raymond, y éstas también han recibido los beneficios de su generosidad. Pero es la cláusula veintidós la que yo considero crucial.

Harrison se aclaró la garganta una vez más antes de mirar el testamento y pasar algunas páginas.

«Dejo el remanente de mis bienes al señor Daniel Trumper de Trinity College, Cambridge, pero en caso de que él no sobreviviera a mi hija Ethel Trentham, entonces esa suma deberá dividirse entre sus hijos. Si no hubiera prole a considerar, entonces la propiedad pasará a mi descendiente más próximo vivo.» Ahora, al párrafo pertinente, sir Charles. «Por favor, haga todo lo que considere necesario para encontrar a alguien que tenga derecho a reclamar mi herencia. El pago definitivo del remanente de la propiedad no se cumplirá hasta que hayan pasado dos años desde la muerte de mi hija.»

Charlie iba a hacer una pregunta cuando el señor Harrison levantó la mano.

– Ahora veo claro -continuó- que el objetivo de sir Raymond al incluir la cláusula veintidós fue simplemente darle a usted tiempo suficiente para organizar sus fuerzas y luchar contra cualquier OPA que Nigel Trentham pudiera intentar.

»Sir Raymond también dejó instrucciones para que pasado un tiempo conveniente después de la muerte de su hija colocara un anuncio en The Times, el Telegraph y el Guardian o en cualquier otro periódico que yo considerara apropiado o pertinente para tratar de descubrir si había algún otro familiar que pudiera reclamar algún derecho sobre la propiedad. Si ése fuera el caso, podrían hacerlo poniéndose en comunicación directamente con esta firma. Trece familiares ya han recibido la suma de mil libras, pero es muy posible que haya otros primos o parientes lejanos, y sir Raymond estaría más que feliz de dejar otras mil libras a algún pariente desconocido si al mismo tiempo le daba a usted una tregua. Y por cierto -añadió Harrison-, he decidido añadir el Yokshire Post y el Huddersfield Daily Examiner a la lista que aparece en el testamento, debido a las conexiones familiares en ese condado.

– ¡Qué zorro viejo más astuto tiene que haber sido! -comentó Charlie-, Ojalá le hubiera conocido.

– Creo que puedo decir con confianza, sir Charles, que le habría gustado.

– Ha sido extraordinariamente amable de su parte haberme puesto al corriente de todo esto, querido amigo.

– No hay de qué. Estoy seguro -dijo Harrison- que si sir Raymond hubiera estado en mi situación, hubiera hecho más o menos lo mismo.

– Es una lástima no haberle dicho a Daniel la verdad acerca de su padre…

– Si ahorra sus energías para los vivos -dijo Harrison-, todavía es posible que no se desperdicie la previsión de sir Raymond.

El 7 de marzo de 1962, el día de la muerte de la señora Trentham, las acciones de «Trumper's» estaban a 1 libra y 2 chelines en el índice bursátil del Financial Times; pasadas sólo cuatro semanas habían subido otros tres chelines.

El primer consejo que dio Tim Newman a Charlie fue aferrarse a toda acción que aún poseyera y bajo ninguna circunstancia durante los dos años siguientes acceder a ninguna emisión gratuita de acciones. Si durante estos dos años Charlie y Becky podían echar mano de algún dinero disponible, deberían comprar acciones en cuanto aparecieran en el mercado.

La dificultad de seguir este consejo radicaba en que cada vez que salía al mercado algún paquete de acciones de importancia, inmediatamente lo compraba un agente de bolsa desconocido, que evidentemente tenía órdenes de hacerlo a cualquier precio. El agente de Charlie se las arregló para adquirir unas pocas acciones, pero sólo de aquellos reacios a vender en mercado abierto. A finales del año, las acciones de «Trumper's» ya estaban a 1 libra y 17 chelines. Quedaron aún menos vendedores en la bolsa después de que el Financial Times advirtiera a sus lectores de una posible batalla por la adquisición de la empresa. La noticia pronosticaba incluso que esto sucedería dentro de los dieciocho meses siguientes.

– Ese maldito diario parece estar tan bien informado como cualquiera de los miembros del Consejo -se quejó Daphne a Charlie en la reunión siguiente, añadiendo que ya no se molestaba en leer las actas de las pasadas reuniones, ya que podía leer un excelente resumen de lo que pasaba en ellas en la primera página del Financial Times al que obviamente se le había dictado palabra por palabra. Daphne no despegó sus ojos de Brian Hurst al decir esto.

El último artículo del diario era inexacto sólo en un pequeño detalle, porque la batalla por «Trumper's» ya no se libraba en la sala del consejo. Tan pronto como se enteraron de que en el testamento de sir Raymond había una cláusula de retención de dos años, Nigel Trentham y sus candidatos dejaron de asistir a las reuniones mensuales.