Выбрать главу

– Un chubasco alemán -insinuó Charlie a sus camaradas-. ¿Y de qué lado está Dios, en cualquier caso?

El teniente Makepeace sonrió apenas. Esperaron el disparo de una bengala, como el silbato de un árbitro antes de que las hostilidades se iniciaran de manera oficial.

– Y no olviden que «detonadores y puré de patatas» es el santo y seña -dijo el teniente Makepeace-, Háganlo correr.

A las cinco y cincuenta y tres, un sol rojo como la sangre se alzó sobre el horizonte. Se disparó una bengala, que iluminó el cielo a espaldas de Charlie.

El teniente Makepeace saltó de la trinchera y gritó:

– Síganme.

Charlie le siguió y, chillando con todas sus fuerzas (más de miedo que de valentía), cargó hacia la alambrada de púas.

El teniente no había recorrido ni quince metros cuando la primera bala le alcanzó, pero logró proseguir hasta llegar a la alambrada. Charlie contempló horrorizado cómo Makepeace se derrumbaba sobre ella; otra descarga de balas enemigas atravesó su cuerpo inmóvil. Dos hombres valerosos cambiaron de dirección para correr en su ayuda, pero ninguno de los dos logró llegar siquiera a la alambrada. Charlie se encontraba a un metro detrás de él, y se disponía a cargar por una brecha practicada en la barrera cuando Tommy le dio alcance. Charlie se volvió, sonrió, y eso fue lo último que recordó de la batalla de Lys.

Charlie despertó dos días más tarde en una tienda médica, a unos trescientos metros detrás de la línea, y vio a una chica uniformada de azul oscuro, con una enseña real sobre el corazón, inclinada sobre él. Le estaba hablando. Lo descubrió porque movía los labios, pero no oyó una palabra de lo que decía. Gracias a Dios que sigo vivo, pensó Charlie, y me enviarán de vuelta a Inglaterra. Si se certificaba médicamente la sordera de un soldado, éste volvía a casa. Ordenanzas reales.

Charlie recobró el oído por completo al cabo de una semana, y una sonrisa se formó en sus labios por primera vez cuando vio a Grace de pie a su lado, sirviéndole una taza de té. Le habían concedido permiso para cambiar de tienda cuando se enteró de que un tal Trumper yacía inconsciente detrás de la línea. Le dijo a su hermano que había tenido suerte. Había pisado una mina, y sólo había perdido un dedo…, ni siquiera uno grande, bromeó ella. A Charlie le disgustó averiguar que había perdido uno pequeño, porque, le recordó a su hermana, por uno grande también se repatriaba al herido.

– Por lo demás, algunos cortes y arañazos. Nada serio. Vivito y coleando. Volverás al frente dentro de pocos días -añadió con tristeza.

Charlie se durmió. Despertó. Se preguntó si Tommy habría sobrevivido.

– ¿Alguna noticia del soldado Prescott? -preguntó al oficial de turno cuando éste le visitó a finales de semana.

El teniente repasó su lista y frunció el ceño.

– Ha sido arrestado. Por lo visto, será sometido a un consejo de guerra.

– ¿Cómo? ¿Por qué?

– Ni idea -respondió el joven teniente, y se dirigió a la cama vecina.

Charlie comió un poco al día siguiente, dio algunos pasos al otro, corrió una semana después y fue devuelto al frente apenas transcurridos veintiún días desde que el teniente Makepeace hubiera saltado y gritado «Síganme».

En cuanto Charlie regresó a las trincheras no tardó en descubrir que sólo tres hombres, de los diez que componían su sección, habían sobrevivido al ataque. Ni el menor rastro de Tommy. Un nuevo contingente de hombres había llegado desde Inglaterra aquella mañana para ocupar sus puestos y empezar la rutina de cuatro días de trabajo, cuatro de descanso. Trataron a Charlie como si fuera un veterano.

A las pocas horas de su regreso, se le comunicó que el coronel Hamilton deseaba ver al cabo interino Trumper a las once horas de la mañana siguiente.

– ¿Para qué querrá verme el comandante en jefe? -preguntó Charlie al sargento de guardia.

– Suele significar un consejo de guerra o una condecoración. El jefe no tiene tiempo para nada más. Y no olvides que suele representar problemas, así que contén la lengua en su presencia. Tiene muy mal humor, te lo aseguro.

El cabo interino Trumper se presentó a las once en punto, tembloroso, ante la tienda del coronel, casi tan temeroso de su comandante en jefe como en los minutos precedentes a su primera carga contra el enemigo. Poco después, el sargento mayor de la compañía salió de la tienda para reunirse con él.

– Póngase firmes, salude y diga su nombre, grado y número de serie -ladró el sargento mayor Philpott-. Y no hable a menos que se le dirija la palabra -añadió con rudeza.

Charlie entró en la tienda y se detuvo frente al escritorio del coronel. Saludó y dijo:

– Se presenta el cabo interino Trumper, 7312087, señor.

Era la primera vez que veía al coronel en una silla, y no sobre un caballo.

Ah, Trumper -dijo el coronel Hamilton, levantando la vista-. Me alegro de que haya vuelto y le felicito por su rápida recuperación.

– Gracias, señor -respondió Charlie, observando por primera vez que sólo uno de los ojos del coronel se movía.

– Sin embargo, tenemos un problema con un hombre de su sección, y espero que usted pueda proporcionarnos alguna información.

– Colaboraré en lo que pueda, señor.

– Bien, porque al parecer -dijo el coronel, ajustándose el monóculo en el ojo izquierdo -ese tal Prescott -examinó un documento que había en la mesa antes de continuar-, sí, soldado Prescott, puede haberse disparado en la mano para evitar enfrentarse al enemigo. Según el informe del capitán Trentham, lo encontraron tendido en el barro, a escasos metros de su trinchera, con una herida de bala en la mano derecha. Todo parece indicar un acto de cobardía ante el enemigo. Sin embargo, no quería ordenar la celebración de un consejo de guerra antes de oír su versión de lo sucedido aquella mañana. Creo que tal vez pueda añadir algún dato importante al informe del capitán Trentham.

Charlie intentó serenarse y repasar en su mente los detalles de lo ocurrido.

– Sí, señor, desde luego. En cuanto fue disparada la bengala, el teniente Makepeace dirigió la carga y yo le seguí, junto con el resto de mi sección. El teniente fue el primero en llegar a las alambradas, pero varias balas le alcanzaron al instante, y sólo dos hombres se hallaban delante de mí. Acudieron en su ayuda valientemente, pero cayeron antes de llegar a él. En cuanto llegué a la alambrada vi una brecha y la atravesé corriendo, y en ese momento el soldado Prescott me adelantó, cargando contra las líneas enemigas. Debió ser entonces cuando pisé la mina, que tal vez alcanzara también al soldado Prescott.

– ¿Está seguro de que era el soldado Prescott? -preguntó el coronel, desconcertado.

– Es difícil recordar todos los detalles cuando se está en plena batalla, señor, pero nunca olvidaré que Prescott me adelantó.

– ¿Por qué? -preguntó el coronel.

– Porque es mi amigo, y en aquel momento me preocupó que me dejara atrás.

Charlie observó que una leve sonrisa aparecía en el rostro del coronel.

– ¿Es Prescott un amigo íntimo de usted? -preguntó el coronel, clavando el monóculo en él.

– Sí, señor, lo es, pero eso no influye en mi criterio, y nadie tiene derecho a insinuar tal cosa.

– ¿Se da cuenta de con quién está hablando? -rugió el sargento mayor.

– Sí, sargento mayor -contestó Charlie-. Con un hombre interesado en descubrir la verdad y en que se haga justicia. No soy un hombre culto, señor, pero sí honrado.

– Cabo, se presentará… -empezó el sargento mayor.

– Gracias, sargento mayor, eso es todo -dijo el coronel-. Y gracias a usted, cabo Trumper, por su clara y concisa declaración. No le molestaré más. Puede volver a su pelotón.

– Gracias, señor -dijo Charlie.

Dio un paso atrás, saludó, giró sobre sus talones y salió de la tienda.

– ¿Quiere que me ocupe de este asunto? -preguntó el sargento mayor.