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– ¿Algún progreso con esos nombres? -preguntó Roberts.

– Ah, sí, dos. ¿No les parece emocionante? -exclamó la señora Culver yendo y viniendo por la sala ordenando todo lo que parecía estar fuera de su lugar-. Me preguntaba…

– No tenemos ninguna prueba todavía -dijo un joven legañoso-, pero una de ellas parece cumplir los requisitos a la perfección. No encontramos ningún dato de la niñita antes de los dos años. Lo que es más importante aún es que fue registrada en Santa Hilda precisamente al mismo tiempo en que el capitán Trentham estaba en prisión esperando la sentencia.

– Y la cocinera también se acuerda de la época en que ella era una fregona -interrumpió la señora Culver- que la niñita llegó a medianoche, acompañada por una dama muy bien vestida y de aspecto severo que tenía un acento oh-la-lá que entonces…

– Aquí entra la señora Trentham -dijo Charlie-. Sólo que el apellido de la niña evidentemente no es Trentham.

El joven ayudante comprobó con los apuntes que tenía esparcidos encima de la mesa.

– No, señor -dijo-. Esta niñita fue registrada con el nombre de señorita Cathy Ross.

Charlie sintió que le flaqueaban las piernas. Roberts y la señora Culver se precipitaron a sentarlo en el único sillón cómodo de la habitación. La señora Culver le soltó la corbata y le desabotonó el cuello de la camisa.

– ¿Se encuentra bien, sir Charles? -preguntó-. Debo decir que no lo parece…

– Justo delante de mis ojos todo el tiempo -dijo Charlie-, Ciego como un murciélago, fue como me describió con toda razón Daphne.

– No estoy seguro de entenderle -dijo Roberts.

– No estoy muy seguro yo tampoco.

Charlie se volvió a mirar al nervioso mensajero responsable de dar la noticia.

– ¿Dejó Santa Hilda para estudiar en la universidad de Melbourne? -le preguntó.

Esta vez el ayudante comprobó dos veces sus notas.

– Sí, señor. Se matriculó en el curso del cuarenta y dos y terminó en el cuarenta y cinco.

– Y allí estudio Historia e Inglés.

Los ojos del ayudante recorrieron los papeles que tenía delante.

– Exactamente, señor -dijo sin poder ocultar su sorpresa.

– ¿Y jugaba al tenis por casualidad?

– El ocasional partido en segunda categoría en la universidad.

– Pero sabía pintar.

– Ah, eso sí -dijo la señora Culver-, y lo buena que era, sir Charles. Aún tenemos una muestra de su trabajo en el comedor, un paisaje de bosque, creo que con influencia de Sisley. En realidad me atrevería a decir…

– ¿Puedo ver el cuadro, señora Culver?

– Pero por supuesto, sir Charles. -La directora sacó una llave del primer cajón del lado derecho de su escritorio y dijo-: Sígame, por favor.

Charles se levantó algo tambaleante de su sillón y siguió a la señora Culver que salió de su estudio y recorrió un largo corredor en dirección al comedor. Abrió la puerta con su llave. Trevor Roberts caminaba junto a Charlie, aún perplejo, pero se abstuvo de preguntar nada.

Al entrar en el comedor, Charlie se detuvo en seco y dijo:

– Soy capaz de detectar un Ross a veinte pasos.

– ¿Cómo ha dicho, sir Charles?

– No tiene importancia, señora Culver -dijo Charles parándose frente al cuadro y contemplando el paisaje de bosques moteados de verdes y marrones.

– Hermoso, ¿verdad, sir Charles? Verdadera comprensión del uso del color. Me atrevería a decir…

– Me gustaría saber, señora Culver, si a usted le parecería justo un trueque de este cuadro por un minibús.

– Un trueque muy justo -dijo sin vacilar la señora Culver-, En realidad estoy segura de que…

– ¿Y sería demasiado pedirle que escribiera al dorso del cuadro «pintado por la señorita Cathy Ross» además de las fechas del período en que ella residió en Santa Hilda?

– Encantada, sir Charles. -La señora Culver avanzó un paso y descolgó el cuadro, y luego dio la vuelta al marco para que todos lo vieran. Aunque descolorido por el tiempo, lo que sir Charles había pedido ya estaba escrito y era claramente legible a los ojos.

– Tenga la bondad de disculparme, señora Culver -dijo Charlie-. A estas alturas ya debería conocerla bien.

Sacó su billetero de un bolsillo interior, firmó un cheque en blanco y se lo entregó a la señora Culver.

– ¿Pero cuánto…? -empezó a decir la directora.

– Lo que sea que cueste -fue toda la respuesta de Charlie, habiendo dado por fin con una forma de dejar sin habla a la señora Culver.

Los tres volvieron al estudio de la directora en donde les esperaba una tetera con té. Uno de los ayudantes se instaló a hacer copias de todo lo que aparecía en el dosier de Cathy mientras Roberts telefoneaba a la residencia en que se encontraba la señorita Benson para decirle a la supervisora que estarían allí antes de una hora. Cuando ambas tareas estuvieron realizadas, Charlie dio las gracias a la señora Culver y se despidió. Ella aún estaba sin habla pero se las arregló para decirle:

– Gracias, sir Charles, gracias.

Charlie salió del orfanato llevando firmemente aferrado el cuadro y, una vez de vuelta al coche, inmediatamente dio instrucciones al conductor de custodiar el cuadro con su vida.

– ¿Adonde ahora? -preguntó éste.

– Al Hogar Residencia Maple Lodge, en el lado norte -dijo Roberts-, Naturalmente ahora espero -dijo volviéndose hacia su cliente- que me explique lo que ha sucedido allí en Santa Hilda. Porque me siento, como diría un buen libro, «gravemente sorprendido».

– Le contaré todo lo que yo sé -dijo Charlie, y explicó cómo había conocido a Cathy hacía quince años, y continuó con su historia sin interrupción hasta llegar al hecho de que Cathy era ahora una de las directoras de «Trumper's», y que no sabía decirles nada acerca de sus antecedentes porque había perdido la memoria de todo lo que había sucedido antes de llegar a Inglaterra. La primera observación del abogado ante esta información cogió por sorpresa a Charlie.

– No puede haber sido casualidad que la señorita Ross visitara su país en primer lugar; o, si es por eso, que solicitara trabajo en «Trumper's».

– ¿Qué quiere decir?

– Quizá se fue de Australia con el único objetivo de averiguar algo sobre su padre, pensando que aún estaba vivo y tal vez en Inglaterra. Ésa debe de haber sido su primera motivación para ir a Londres, donde sin lugar a dudas descubrió cierta conexión entre la familia de su padre y la suya, sir Charles. Y si usted logra descubrir ese vínculo entre su padre, su ida a Inglaterra y su solicitud para trabajar en «Trumper's», entonces tendrá su prueba, la prueba de que Cathy Ross es de hecho Margaret Ethel Trentham.

– Pero es que no tengo la menor idea de cuál puede ser el vínculo -dijo Charlie-, Y ahora que Cathy ha perdido la memoria, tal vez jamás logre descubrirlo.

– Bueno, esperemos que por lo menos la señorita Benson esté dispuesta a orientarnos en la dirección correcta -dijo Roberts-. Aunque, como le advertí anteriormente, nadie que la conociera en Santa Hilda diría cosas buenas de ella.

– Pero, si tenemos en cuenta lo que ha pasado con Walter Slade, no será tan fácil sacarle algo a ella. Parece evidente que la señora Trentham hechizaba a todo el mundo con quien hablaba.

– Yo pienso lo mismo. Por eso no dije nada a la supervisora de Maple Lodge acerca de nuestros motivos para visitar la residencia. No vi ningún sentido en poner sobreaviso a la señorita Benson de nuestra visita. Eso sólo le daría tiempo para tener bien preparadas sus respuestas.

– ¿Pero se le ha ocurrido alguna idea respecto al método a emplear con ella? -gruñó Charlie-, Porque estoy seguro de que la pifié en mi entrevista con Walter Slade.