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Harrison se quitó lentamente las gafas y las limpió con gran aspaviento con un pañuelo que se sacó del bolsillo superior. Finalmente habló:

– Confieso, sir Charles, que no veo motivo para ocupar el tiempo de los tribunales con este caso. De hecho, creo que sería irresponsable por mi parte si le recomendara hacerlo, a no ser, ciertamente, que la señorita Ross se sintiera capaz de dar alguna prueba nueva que hasta aquí no haya habido ocasión de considerar, o al menos pudiera corroborar la afirmación que usted ha avanzado en su nombre. Señorita Ross -dijo volviéndose a Cathy-, ¿hay alguna cosa que quisiera decir en este momento?

Los cuatro hombres volvieron su atención a Cathy que estaba frotando el pulgar contra los otros dedos con la mano bajo la barbilla.

– Tenga la bondad de disculparme, señorita Ross -dijo Harrison-, no me había dado cuenta de que trataba de captar mi atención.

– No, no, soy yo quien debe pedir disculpas, señor Harrison -dijo Cathy-. Siempre hago esto cuando estoy nerviosa. Es que me recuerda la joyita que me regaló mi padre cuando era pequeña.

– ¿La joyita que le regaló su padre? -preguntó Harrison en voz baja, no muy seguro de haberla escuchado correctamente.

– Sí -dijo Cathy.

Se desabrochó el botón superior de la blusa y sacó una medalla miniatura que colgaba de una cadenita.

– ¿Tu padre te regaló eso? -preguntó Charlie.

– Sí -dijo Cathy-, Es el único recuerdo tangible que tengo de él.

– ¿Puedo ver el collar, por favor? -preguntó Harrison.

– Por supuesto -dijo Cathy quitándose la cadena por encima de la cabeza y entregándole la medalla a Charlie, quien examinó la miniatura un momento y luego se la pasó al señor Harrison.

– Aunque no soy experto en medallas, creo que esta es una MC en miniatura -dijo Charlie.

– ¿No le dieron la MC a Guy Trentham? -preguntó Harrison.

– Sí -dijo Birkenshaw-, y también fue a Harrow, pero el simple hecho de usar su vieja corbata del colegio no prueba que mi cliente sea su hermano. De hecho no prueba nada y no se puede presentar como prueba. Después de todo, debe de haber cientos de MC por allí. En realidad, la señorita Ross podría haber comprado esa medalla en cualquier tienda de baratijas de Londres, una vez que había planeado hacer calzar los hechos relativos a Guy Trentham con sus antecedentes. No esperará realmente que nos dejemos engañar por ese viejo truco, sir Charles.

– Le puedo asegurar a usted, señor Birkenshaw, que esta medalla en particular me la dio mi padre -dijo Cathy mirando directamente al abogado-. Puede que él no haya tenido derecho a llevarla, pero jamás olvidaré cuando me colocó la cadenilla alrededor del cuello.

– Eso no puede ser de ninguna manera la MC de mi hermano -dijo Nigel Trentham hablando por primera vez-. Más aún, puedo demostrarlo.

– ¿Lo puede demostrar? -preguntó Harrison.

– ¿Está seguro…? -comenzó a decir Birkenshaw, pero esta vez fue Trentham quien colocó la mano firmemente en el brazo del abogado.

– Le probaré a su satisfacción, señor Harrison -continuó Trentham-, que la medalla que tiene delante de usted no pudo haber sido la MC que ganó mi hermano.

– ¿Y cómo se propone probar eso? -preguntó Harrison.

– Porque la medalla de Guy era única. Después que le otorgaron la MC, mi madre envió el original a Spinks e hizo que grabaran las iniciales de Guy en el borde del cuello de la medalla. Esas iniciales sólo se pueden ver con una lupa. Lo sé, porque la medalla que él recibió aún está en la repisa de la chimenea de mi casa de Chester Square. Si alguna vez existió una miniatura, mi madre habría hecho grabar sus iniciales exactamente de la misma forma.

Nadie habló mientras Harrison abría un cajón de su escritorio, sacaba una lupa con mango de marfil que normalmente usaba para descifrar escrituras ilegibles. Acercó la medalla a la luz y examinó los bordes de los pequeños brazos de plata con toda atención.

– Tiene usted toda la razón -admitió Harrison mirando a Trentham-. Su caso está probado.

Le pasó la medalla y la lupa al señor Birkenshaw, quien a su vez la examinó durante un rato y luego la devolvió a Cathy con una ligera inclinación de cabeza. Se volvió hacia su cliente y le preguntó:

– ¿Las iniciales de su hermano eran G F T?

– Sí. Exactamente. Guy Francis Trentham.

– Pues entonces, ojalá hubiera mantenido la boca cerrada.

BECKY

1962-1970

Capítulo 48

Esa noche, cuando Charlie irrumpió en el salón, fue la primera vez que creí de verdad que finalmente había muerto Guy Trentham.

Yo permanecí sentada en silencio mientras mi marido se paseaba por la habitación relatando entusiasmado hasta el último detalle de lo sucedido esa tarde en la oficina del señor Harrison.

En mi vida he amado a cuatro hombres, con emociones que van de la adoración a la devoción, pero sólo Charlie las ha abarcado todas. Sin embargo, aun en el momento de su triunfo, yo sabía que me tocaría a mí quitarle lo que más amaba en su vida.

En las dos semanas siguientes a esa decisiva entrevista, Nigel Trentham había accedido a deshacerse de sus acciones al precio de mercado. Ahora que los intereses habían subido al ocho por ciento, no era de extrañar que tuviera poco valor para proseguir la larga y amarga lucha por cualquier derecho que tuviera o no tuviera sobre la propiedad Hardcastle. En nombre del trust, el señor Harrison compró todas sus acciones, por un valor de algo más de siete millones de libras. Entonces el anciano abogado aconsejó a Charlie que convocara una reunión de consejo especial, ya que era su deber informar a la Cámara de Empresas de lo ocurrido. También le advirtió que en el plazo de catorce días debía poner en conocimiento de los demás accionistas los detalles pertinentes de la transacción.

Hacía muchísimo tiempo que yo no esperaba con tanta ilusión una reunión de consejo.

Aunque fui de las primeras en llegar a la sala de consejo esa mañana, todos los demás llegaron mucho antes de la hora programada para la reunión.

– ¿Excusas por ausencia? -preguntó el presidente a las diez en punto.

– Nigel Trentham, Roger Gibbs y Hugh Folland -entonó Jessica con su voz más prosaica.

– Gracias. Acta de la última reunión -dijo Charlie-, ¿Es vuestro deseo que firme esas actas aprobándolas como relación verdadera y exacta de lo que tuvo lugar?

Observé a las personas sentadas alrededor de la mesa. Daphne, vestida con un llamativo y alegre conjunto amarillo, garabateaba distraídamente en las hojas de su copia del acta. Tim Newman asentía con su cortesía acostumbrada, mientras Simón tomaba agua de su vaso levantándolo como si hiciera un brindis. Ned Denning susurraba algo inaudible al oído a Makin, y Cathy marcaba un tic en el punto número dos. Volví mi atención a Charlie.

Como por lo visto nadie tenía ninguna objeción que hacer, Jessica dio vueltas a las hojas del acta colocando la última delante de Charlie para que firmara bajo la última línea. Observé la sonrisa que aparecía en su rostro al releer la última instrucción que había recibido del consejo en la reunión pasada: «Que el presidente intente llegar a un acuerdo amistoso con el señor Nigel Trentham respecto a la formal adquisición de Trumper's».

– ¿Algún asunto a tratar respecto al acta? -preguntó Charlie.

Todo el mundo continuó callado de modo que una vez más

Charlie miró el orden del día.

– Punto número cuatro, el futuro de… -comenzó, pero entonces todos intentamos hablar al mismo tiempo.

Cuando la reunión había vuelto a adquirir una apariencia de orden, Charlie sugirió que tal vez sería conveniente que el gerente nos pusiera al día sobre la situación actual. Yo me uní a los «Muy bien», y gestos de asentimiento que dieron la bienvenida a su sugerencia.