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– ¿Y me vas a echar igualmente de menos a mí con mi criticona lengua cuando presente mi dimisión?

– ¿De qué hablas?

– Resulta que cumpliré sesenta y cinco el próximo año y pienso seguir el ejemplo de Daphne.

– Pero…

– Nada de peros, Charlie -le dije-. Número uno, ahora camina solo… Es más que competente desde que le robé el joven Richard Cartwright a Christie's. En todo caso, a Richard se le debería ofrecer mi puesto en el consejo general. A fin de cuentas, lleva la mayor parte de la responsabilidad sin la satisfacción de llevarse el mérito.

– Bueno, pues yo te diré una cosa -replicó Charlie desafiante-. Yo no pienso dimitir, ni cuando tenga setenta años.

Durante 1966 abrimos tres nuevos departamentos: el de «Adolescentes» con especialidad en ropa y discos y con cafetería propia; una agencia de viaje para hacer frente a la creciente demanda de viajes al extranjero, y un departamento de regalos para «El hombre que lo tiene todo». Cathy también recomendó al consejo que a sus veinte años tal vez todo el carretón necesitaba una buena cirugía plástica. Charlie me comentó que no se sentía muy seguro respecto a ese cataclismo radical, pero como por lo visto Arthur Selwyn y los demás directores estaban convencidos de que esa renovación debía haberse hecho hacía ya mucho tiempo, logré convencerle de que él opusiera sólo una resistencia simbólica.

Mantuve mi promesa, o amenaza según Charlie, y dimití al mes siguiente de cumplir sesenta y cinco años, dejando a Charlie como el único director que quedaba del primer consejo.

Por primera vez en su vida Charlie reconoció que comenzaba a sentir su edad. Me comentó que siempre que empezaba la reunión pidiendo la conformidad con el acta de la reunión anterior, daba una mirada a la sala de reuniones y comprendía lo poco que tenía en común con la mayoría de sus compañeros directores. Las «brillantes nuevas chispas» como los llamaba Daphne, financieros, especialistas en «opas», relaciones públicas, todos parecían en cierto modo alejados del único elemento que siempre había importado a Charlie: el cliente.

Hablaban de financiación deficitaria, proyectos opcionales de préstamos, «spots» publicitarios en televisión, muchas veces sin molestarse en pedir su opinión a Charlie.

– ¿Qué debo hacer al respecto? -me preguntó Charlie la semana anterior a la Asamblea General de Accionistas.

Frunció el ceño al escuchar mi respuesta.

La semana siguiente Arthur Selwyn anunció ante la Asamblea General de Accionistas de la empresa que los beneficios antes de impuestos para 1967 serían de 1.078.600 libras. Charlie me miró y yo asentí con firmeza desde la primera fila. Esperó el punto «Otros asuntos» y entonces se levantó para comunicar a la asamblea que pensaba llegada la hora de presentar su dimisión. Otra persona tenía que empujar el carretón hacia los años setenta, sugirió.

Todo el mundo en la sala pareció horrorizado, se habló del final de una era, de «no hay reemplazo posible», nunca jamás será igual; pero nadie le pidió a Charlie que reconsiderara su decisión. Veinte minutos después Cathy era elegida unánimemente presidenta del consejo.

Capítulo 49

La primera medida que tomó Cathy en su nuevo papel de presidenta fue organizar una cena en honor de Charlie en el hotel Grosvenor House. Todo el personal de Trumper's asistió al homenaje, acompañados por sus esposas o maridos, así como muchos de los amigos de Charlie y Becky, ganados a lo largo de casi siete décadas. Charlie ocupó su lugar en el centro de la mesa principal, uno entre las mil setecientas setenta personas que esa noche llenaron el gran salón de baile.

A continuación vino la cena de cinco platos a la que ni siquiera Percy pudo encontrar un defecto. Una vez le sirvieron el coñac, Charlie encendió un gran cigarro Trumper's y susurró a Becky:

– Ojalá hubiera visto este banquetazo tu padre. Pero claro -añadió-, él no habría asistido, a menos que hubiera suministrado todo, desde los merengues a los panecillos.

– Y ojalá nos hubiera acompañado Daniel también esta noche -repuso Becky.

Unos momentos después se puso de pie Cathy e invitó a los presentes a brindar por la salud del fundador de la empresa y primer presidente vitalicio. No hubo necesidad de que nadie gritara «¡Que hable!», porque Charlie ya se había puesto de pie antes que alcanzaran a poner sus copas en la mesa.

Comenzó por recordar una vez más a su auditorio cómo todo había comenzado con el carretón de su abuelo en Whitechapel, carretón que ahora se alzaba orgulloso en el salón comedor de Trumper's. Rindió homenaje al coronel, tiempo atrás fallecido, a los pió ñeros de la empresa, los señores Sanderson y Hadlow, como también a Bob Makins y Nel Denning, los dos componentes del personal inicial que unas pocas semanas antes que él se habían retirado. Por último recordó a Daphne, la marquesa de Wiltshire que le prestara sus primeras sesenta libras.

– Cómo desearía volver a mis catorce años -exclamó con añoranza-. Yo, mi carretón y mis clientes regulares en Whitechapel Road. Aquellos fueron los días más felices de mi vida. Porque en mi corazón, verán ustedes, soy un sencillo hombre de frutas y verduras.

Todos rieron, excepto Becky, que miró a su marido y recordó al niño de ocho años de pantalones cortos y gorra en la mano parado fuera de la tienda de su padre con la esperanza de obtener un bollo gratis.

– Me enorgullezco -continuó- de haber construido el carretón más grande del mundo y de encontrarme esta noche entre aquellos que me han ayudado a empujarlo todo el camino desde el East End hasta Chelsea Terrace. Os echaré de menos a todos…, y sólo me queda esperar que me permitan entrar a Trumper's de vez en cuando.

Charlie se sentó y todo el personal se puso de pie para aclamarlo. Él se inclinó hacia Becky, le tomó la mano y dijo:

– Perdóname, olvidé decirles que en primer lugar fuiste tú quien lo fundaste.

Después de haber dejado la empresa, Charlie pasó unos siete días por lo menos en que daba la impresión de sentirse totalmente satisfecho con estar en la casa sin hacer nada en particular, pero a la segunda semana Becky se dio cuenta de que habría de hacer algo si no quería volverse loca y de paso perder a la mayor parte del personal doméstico de Eaton Square. La mañana del lunes se dejó caer en Trumper's para hacer una visita al encargado del departamento de viajes. Durante la cuarta semana lady Trumper recibió unos pasajes enviados por las oficinas de Cunard, para un viaje a Nueva York en el Queen Elizabeth, seguido de un extenso recorrido por Estados Unidos.

– Realmente espero que ella pueda llevar el carretón sin mí, Becky -dijo Charlie mientras Stan los conducía a Southampton.

– Supongo que sabrá arreglárselas bien -dijo Becky.

Su plan consistía en estar fuera por lo menos unos tres meses, con el fin de dejar el campo libre a Cathy para que pudiera continuar con su programa de renovación y decoración, ya que ambas sospechaban que si Charlie estaba por allí haría todo lo posible por entorpecerlo.

Becky se convenció aún más de que así habría sucedido, un día en que Charlie entró en Bloomingdale's y comenzó a refunfuñar por la falta de espacio dedicado a exhibir los productos. Lo llevó entonces a Macy's y allí se quejó de la falta de atención, y cuando llegaron a Chicago, Charlie le dijo a Henry Field que ya no le gustaban los escaparates que en su tiempo fueran el sello distintivo de esos grandes almacenes.

– Demasiado chillones -le aseguró al propietario-. Incluso para Estados Unidos.

Becky le habría recordado la palabra «tacto» si Henry Field mismo no se hubiera mostrado de acuerdo con cada palabra de su amigo, a la vez que echaba categóricamente la culpa a los floristas, quienes quieran que éstos fuesen.

En Dallas, San Francisco y Los Ángeles las cosas no fueron mejor. Tres meses más tarde, cuando se embarcaban en el gran transatlántico en Nueva York, nuevamente reapareció el nombre de Trumper's en los labios de Charlie. Becky comenzó a temer entonces lo que podría pasar en el momento en que pisaran suelo inglés. Su única esperanza era que los cinco días de océano calmado, y cálida brisa atlántica les sirvieran para relajarse y tal vez hasta para que Charlie olvidara Trumper's por unos momentos. Pero el viaje de vuelta él se lo pasó la mayor parte del tiempo explicándole sus nuevas ideas para revolucionar la empresa, ideas que según él deberían ponerse en práctica tan pronto llegaran a Londres. Entonces fue cuando Becky decidió que debía adoptar postura a favor de Cathy.