Выбрать главу

– Pero si ya ni siquiera estás en el consejo -le recordó, tendida en cubierta tomando el sol.

– Aún soy el presidente vitalicio -insistió él luego de explicarle su última gran idea de ponerle placas detectoras a la ropa, para evitar los robos.

– Pero ese es sólo un título honorario.

– Tonterías. Tengo la intención de dar mi opinión siempre que…

– Charlie, eso no es justo para Cathy. Ella ya no es la subdirectora de una empresa familiar arriesgada, sino presidenta de una enorme empresa pública. ¿No crees que ha llegado la hora de que te mantengas alejado de Trumper's y dejes a Cathy empujar el carretón sola?

– Pero ¿qué se supone que he de hacer entonces?

– No lo sé y no me importa. Pero sea lo que fuere, ya no lo vas a hacer en ningún lugar cercano a Chelsea Square. ¿Me he explicado claramente?

Charlie iba a contestar cuando se detuvo junto a ellos un oficial de cubierta.

– Siento interrumpirle, señor.

– No ha interrumpido nada -dijo Charlie-. ¿Qué desea que haga? ¿Organizar un motín o un partido de tenis en cubierta?

– Ambas cosas son responsabilidad del sobrecargo, sir Charles -dijo el joven-, Pero el capitán desearía saber si puede tener la amabilidad de reunirse con él en el puente. Ha recibido un cablegrama de Londres para usted y no lo entiende muy bien.

– Espero que no sean malas noticias -dijo Becky incorporándose rápidamente y dejando la novela que intentaba leer a un lado-. Les dije que no se comunicaran con nosotros a menos que surgiera una emergencia.

– Tonterías -dijo Charlie-. Eres una pesimista. Para ti, una botella siempre está medio vacía.

Diciendo esto se paró, se estiró y acompañó al joven oficial por la cubierta de popa hacia el puente, explicándole cómo haría él para organizar un motín. Becky los seguía a un metro de distancia sin hacer más comentarios.

Mientras el oficial los escoltaba por el puente, el capitán se volvió a saludarlos.

– Acaba de llegar un cablegrama desde Londres, sir Charles, y pensé que desearía verlo inmediatamente -dijo pasándole el mensaje.

– Maldita sea, me he dejado las gafas en cubierta -farfulló Charlie- Becky, mejor será que me lo leas.

Le pasó el papel a su esposa. Becky abrió el cablegrama con dedos algo temblorosos y leyó el mensaje para sí misma primero mientras Charlie le observaba la cara para hacerse una idea de su contenido.

– ¡Venga! ¿De qué se trata?

– Es una instancia del palacio de Buckingham -contestó ella.

– ¿No te lo dije? Es que no los puedes dejar hacer nada solos. Primer día del mes, jabón de baño, ella prefiere lavanda; pasta dentífrica, él prefiere Macleans, y papel higiénico… Le dije a Cathy…

– No, no creo que Su Majestad esté preocupada por el papel higiénico en esta ocasión -dijo Becky.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Desean saber qué título vas a escoger.

– ¿Título? -dijo Charlie.

– Sí -dijo Becky levantando el rostro para mirar a su marido-. Lord Trumper ¿de dónde?

Becky se sorprendió y Cathy se sintió algo aliviada al descubrir con cuánta rapidez lord Trumper de Whitechapel se absorbía en los trabajos cotidianos de la Cámara Alta. Los temores de Becky de que estuviera continuamente interfiriendo en los asuntos rutinarios de la empresa se esfumaron tan pronto Charlie se hubo colocado el armiño rojo. A ella la rutina le trajo recuerdos de aquellos días durante la Segunda Guerra Mundial cuando Charlie trabajara bajo las órdenes de lord Woolton en la Secretaría para la Alimentación y no sabía nunca a qué hora de la noche llegaría.

Seis meses después de haberle dicho Becky que no debía ir a ningún lugar cerca de Trumper's, Charlie le comunicó que había sido invitado a formar parte del Comité de Agricultura, donde pensaba que una vez más podría aportar sus conocimientos técnicos para beneficio de sus consocios. Incluso volvió a su rutina de levantarse a las cuatro y media de la mañana, con el fin de ponerse al día con esos documentos parlamentarios que siempre había que leer antes y después de las reuniones importantes.

Cada día al volver a casa por la noche para cenar, venía con cantidad de noticias sobre alguna cláusula que había propuesto al comité ese día, o sobre el zoquete que le había ocupado el tiempo esa tarde en la Cámara con innumerables enmiendas al acta en curso.

En 1970, cuando Gran Bretaña solicitó la entrada al Mercado Común, Charlie le contó a su esposa que el oficial disciplinario jefe le había propuesto presidir un subcomité para la distribución de alimentos en Europa y que creía que era su deber aceptar. Desde ese día, siempre que Becky bajaba a desayunar encontraba papeles con el orden del día de las reuniones o ejemplares del diario Hansar de los lores desparramados por todo el camino desde el estudio de Charlie a la cocina, en donde había dejado la inevitable nota explicándole que había tenido que asistir a otra reunión temprana del subcomité, o a una reunión con algún partidario de la entrada de Gran Bretaña en el Mercado Común llegado del continente. Hasta entonces Becky no tenía idea de lo mucho que tenían que trabajar los miembros de la Cámara Alta.

Becky continuó en contacto con Trumper's visitando regularmente la tienda los lunes por la mañana. Siempre iba a una hora en que la tienda estuviera relativamente tranquila y, para su sorpresa, se convirtió en la principal fuente de información de Charlie respecto a lo que allí sucedía.

Siempre disfrutaba paseándose por los diferentes departamentos un par de horas, pero no podía dejar de notar lo rápido que cambiaban las modas y lo bien que se las arreglaba Cathy para llevar siempre la delantera a sus rivales sin dar jamás motivo de queja a los clientes regulares con cambios innecesarios.

Becky siempre destinaba la última visita a la sala de subastas para ver los cuadros que iban a subastarse en la próxima venta. Hacía ya tiempo que había pasado la responsabilidad a Richard Cartwright, el primer subastador jefe, pero él siempre estaba disponible para acompañarla en la ronda de vista anticipada de los cuadros que iban a subastarse.

– Impresionistas de segundo orden en esta ocasión -le aseguró él.

– Ahora a precios de primer orden -comentó Becky examinando obras de Pissarro, Bonnard, Vuillard y Dufy-; tendremos que procurar que Charlie no sepa nada sobre este lote.

– Ya lo sabe -le advirtió Richard-. Vino el jueves pasado camino de los lores, puso precio mínimo a tres lotes y hasta encontró tiempo para protestar por nuestros cálculos. Alegó que sólo hacía unos años le había comprado a usted un gran óleo de Renoir, L'homme à la peche, por el precio que ahora yo esperaba que pagara por un pequeño pastel de Pissarro que no era otra cosa que un estudio para un cuadro importante.

– Creo que tal vez tenga razón en eso -dijo Becky echando un vistazo al catálogo para comprobar las diferentes tasas-. Y los cielos se apiaden de su hoja de balance si descubre que no ha logrado alcanzar el precio mínimo en cualquier cuadro que le interese a él. Cuando yo llevaba este departamento lo apodaban «nuestro jefe de pérdidas».

En ese momento entró otro dependiente y se les acercó, se inclinó educadamente ante lady Trumper y le pasó una nota a Richard. Éste leyó el mensaje y se volvió hacia Becky.