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– Espero que haya tenido tiempo de confesarse -dijo Tommy. Charlie salió de detrás del altar-. Por el amor de Dios, estate quieto. Hay alguien más en esta iglesia, y tengo el curioso presentimiento de que no es el Todopoderoso.

Ambos oyeron un movimiento en el pulpito, situado sobre sus cabezas, y Charlie volvió a refugiarse detrás del altar.

– Soy yo -dijo una voz que ambos reconocieron.

– ¿Quién es «yo»? -preguntó Tommy, esforzándose por contener la risa.

– El capitán Trentham. No dispare.

– Pues salga y baje con las manos sobre la cabeza -dijo Tommy-, para que comprobemos si es usted quien dice que es -añadió, disfrutando cada momento de angustia de su torturador.

Trentham se alzó lentamente del pulpito y empezó a bajar los escalones de piedra con las manos sobre la cabeza. Caminó por el pasillo hacia la cruz, caída frente al altar, pasó por encima del oficial alemán y continuó hasta detenerse frente a Tommy, que aún le apuntaba al corazón con la pistola que sostenía.

– Lo siento, señor -dijo Tommy, bajando la pistola-. Debía asegurarme de que no era un alemán.

– Que hablaba un inglés de pura cepa -respondió Trentham con sarcasmo.

– Nos previno contra eso en una de sus conferencias, señor -indicó Tommy.

– Menos insolencias, Prescott. ¿Cómo es que empuña la pistola de un oficial?

– Pertenecía al teniente Harvey -interrumpió Charlie-, que cayó cuando…

– Usted huyó al bosque -terminó Tommy, mirando a Trentham.

– Perseguía a dos alemanes que intentaban escapar.

– Pues a mí me pareció todo lo contrario -dijo Tommy-, Y cuando volvamos, procuraré que todo el mundo se entere.

– Sería su palabra contra la mía -repuso Trentham-. En cualquier caso, los dos alemanes están muertos.

– No olvide que el cabo también ha sido testigo de lo ocurrido.

– En ese caso, usted sabe que mi versión de los hechos es la correcta -dijo Trentham, volviéndose hacia Charlie.

– Lo único que sé es que deberíamos estar en lo alto de la torre, pensando cómo volver a nuestras líneas, en lugar de perder el tiempo discutiendo aquí abajo.

El capitán asintió, se dio la vuelta y corrió escalera arriba. Charlie le siguió. Ambos tomaron posiciones de vigilancia en lados opuestos del tejado, y aunque Charlie oía el estruendo de la batalla, no conseguía averiguar qué estaba pasando al otro lado del bosque.

– ¿Dónde está Prescott? -preguntó Trentham, pasados unos minutos.

– No lo sé, señor -dijo Charlie-. Pensé que venía detrás de mí.

Aún transcurrieron varios minutos antes de que Tommy, llevando un casco alemán acabado en punta, apareciera en lo alto de la escalera.

– ¿Dónde estaba? -preguntó Trentham con suspicacia.

– Registrando la iglesia de arriba a abajo por si encontraba algo de comer, pero ni siquiera había vino de misa.

– Sitúese allí -ordenó el capitán, señalando un arco aún sin vigilancia- y esté ojo avizor. Nos quedaremos aquí hasta que oscurezca. Para entonces, ya se me habrá ocurrido un plan para regresar detrás de nuestras líneas.

Los tres hombres contemplaron la campiña francesa, mientras la luz que declinaba envolvía al mundo en tinieblas.

– ¿No tendríamos que pensar en empezar a movernos, capitán? -preguntó Charlie, después de estar sentados una hora en total oscuridad.

– Nos iremos cuando yo lo diga, y no antes -replicó Trentham.

– Sí, señor -dijo Charlie.

Siguió tiritando y escrutando la penumbra por espacio de otros cuarenta minutos.

– Bien, síganme -dijo Trentham sin previo aviso.

Se levantó y bajó los peldaños de piedra, deteniéndose en la entrada de la sacristía. Abrió la puerta poco a poco. El ruido de los goznes le recordó a Charlie el cargador de una ametralladora vaciándose. Los tres escudriñaron la noche, y Charlie se preguntó si algún alemán les estaría esperando. El capitán consultó su brújula.

– En primer lugar, intentaremos llegar a aquellos árboles que hay en lo alto del risco -susurró Trentham-. Después, buscaré un camino que nos lleve detrás de nuestras líneas.

Cuando los ojos de Charlie se acostumbraron a la oscuridad, empezó a estudiar la luna y, sobre todo, el movimiento de las nubes.

– Una extensión de terreno descubierto nos separa de esos árboles -continuó el capitán-, así que no podemos arriesgarnos a cruzarla hasta que la luna desaparezca detrás de alguna nube. Después, correremos hacia el risco por separado. Usted irá primero, Prescott, cuando yo dé la orden.

– ¿Yo? -preguntó Tommy.

– Sí, usted, Prescott. El cabo Trumper le seguirá en cuanto usted llegue a los árboles.

– Y supongo que usted cerrará la marcha, si tenemos la suerte de sobrevivir -dijo Tommy.

– No se insubordine conmigo -advirtió Trentham-, o descubrirá esta vez lo que es un consejo de guerra y acabar en la cárcel, que es donde debería estar.

– Sin un testigo, lo dudo. Según tengo entendido, consta así en las ordenanzas reales.

– Cierra el pico, Tommy -dijo Charlie.

Todos esperaron en silencio detrás de la puerta hasta que una larga sombra se deslizó poco a poco por el sendero, hasta cubrir la extensión que separaba la iglesia de los árboles.

– ¡Adelante! -gritó el capitán, palmeando a Prescott en la espalda.

Tommy salió disparado como un galgo liberado de la traílla, y los otros dos hombres observaron cómo corría por el terreno descubierto hasta llegar, veinte segundos después, a la seguridad de los árboles.

La misma mano palmeó el hombro de Charlie un segundo más tarde, y corrió más rápido que nunca, a pesar de llevar un rifle en una mano y una mochila en la espalda. La sonrisa reapareció en su rostro cuando llegó al lado de Tommy.

Ambos se volvieron y miraron en dirección al capitán.

– ¿Qué coño está esperando? -masculló Charlie.

– Yo diría que espera a ver si nos matan -respondió Tommy cuando la luna alumbró de nuevo en el cielo.

Ambos aguardaron sin decir nada hasta que una nube ocultó el resplandor. Entonces vieron que el capitán, por fin, corría a su encuentro.

Se detuvo a su lado y se recostó contra un árbol hasta recobrar el aliento.

– Perfecto -susurró por fin-. Avanzaremos lentamente por el bosque, parándonos cada pocos metros para escuchar, mientras utilizamos los árboles como protección al mismo tiempo. Recuerden: no muevan ni un músculo si sale la luna, y no hablen como no sea para responder a una pregunta mía.

Los tres empezaron a bajar por la colina, avanzando de árbol en árbol, sin recorrer más que unos pocos metros cada vez. Charlie no tenía ni idea de que pudiera estar tan alerta al menor sonido extraño. Tardaron más de una hora en llegar a la falda de la pendiente, donde hicieron un alto. Lo único que veían frente a ellos era una amplia extensión de terreno yermo y descubierto.

– Tierra de nadie -susurró Trentham-. Eso significa que a partir de ahora avanzaremos reptando por el suelo. -Se hundió al instante en el barro-. Yo iré delante. Trumper me seguirá y Prescott cerrará la marcha.

– Bueno, eso demuestra al menos que sabe a dónde va -susurró Tommy-, porque habrá calculado con toda exactitud de dónde vendrán las balas y a quién alcanzarán primero.

Poco a poco, centímetro a centímetro, los tres hombres empezaron a recorrer los ochocientos metros de tierra de nadie, de vuelta al frente aliado, hundiendo las caras en el barro cuando la poco fiable cortina dejaba al descubierto la luna.

Aunque Charlie siempre veía a Trentham delante de él, Tommy se movía con tanto sigilo que de vez en cuando tenía que volver la cabeza para comprobar que su amigo seguía con ellos. Una sonrisa de dientes resplandecientes bastaba para tranquilizarle.