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El regimiento había ganado una VC [7], en la batalla, más seis MCs y nueve MMs. Charlie experimentó indiferencia cuando se anunció el nombre de todos los hombres condecorados y se leyó su citación, hasta que oyó el nombre del teniente Arthur Harvey, quien, les dijo el coronel, había dirigido la carga del Pelotón Número Once hasta las mismísimas trincheras alemanas, arrastrando a los hombres que le seguían y consiguiendo romper de esta manera las defensas enemigas. Por esto, se le concedía a título póstumo la Cruz Militar.

Un momento después, Charlie oyó que el coronel pronunciaba el nombre del capitán Guy Trentham. Este valeroso oficial, aseguró el coronel al regimiento, arriesgando su vida, continuó el ataque después de que cayera el teniente Harvey y, tras cruzar las líneas enemigas persiguió a dos alemanes hasta un bosque cercano. Consiguió matar a los dos soldados enemigos antes de rescatar a dos Fusileros de las garras alemanas. Después, les condujo sanos y salvos a las trincheras aliadas. Por este supremo acto de valentía, al capitán Trentham también se le concedía la Cruz Militar.

Trentham se adelantó y las tropas le vitorearon cuando el coronel sacó una cruz plateada de una caja de piel y se la prendió en el pecho.

Se leyeron a continuación las citaciones de un sargento mayor, dos cabos y cuatro soldados, así como sus actos de heroísmo. Pero sólo uno de ellos subió a recibir la medalla.

– Entre los que no se encuentran hoy entre nosotros -continuó el coronel- hay un joven que siguió al teniente Harvey hasta las trincheras enemigas y mató después a cuatro, o tal vez cinco soldados alemanes, antes de acechar y disparar a otro, matando finalmente a un oficial alemán antes de que una bala perdida le matara trágicamente a pocos metros de sus líneas. Se elevaron nuevos vítores. Momentos después, se rompieron filas y, mientras los demás volvían a sus tiendas, Charlie se acercó lentamente al cementerio; se arrodilló junto a un túmulo conocido y, tras un instante de vacilación, arrancó la cruz que había plantado sobre la tumba. Sacó el cuchillo que colgaba de su cinturón y, a continuación del nombre «Tommy Prescott», grabó las letras «M. M.».

Quince días después, un millar de hombres con un millar de piernas, un millar de brazos y un millar de ojos entre todos, fueron mandados a casa. El sargento Charles Trumper, de los Fusileros Reales, fue designado para acompañarles. Tal vez porque ningún hombre había llegado a alcanzar la fama por sobrevivir a tres cargas contra las líneas enemigas.

La alegría que manifestaban por seguir aún con vida sólo conseguía que Charlie se sintiera más culpable. Al fin y al cabo, sólo había perdido el dedo de un pie. Durante el camino de vuelta por tierra, mar y tierra les ayudó a vestirse, lavarse, comer y acostarse sin quejas ni protestas.

Fueron recibidos en el muelle de Dover por jubilosas multitudes que festejaban el regreso de sus héroes. Se habían fletado trenes para conducirles a diferentes puntos del país; de esta forma, recordarían durante el resto de sus vidas unos pocos momentos de honor, e incluso gloria. Pero no era el caso de Charlie. Sus instrucciones le indicaban que debía viajar hasta Edimburgo para colaborar en la instrucción del siguiente grupo de reclutas que sustituirían a los caídos en el frente occidental.

El 11 de noviembre de 1918, a las once horas, cesaron las hostilidades y toda la nación permaneció en silencio durante tres minutos, al tiempo que, en el interior de un custodiado vagón de tren, en el bosque de Compiègne, se firmaba el armisticio. Cuando Charlie se enteró de la victoria, estaba entrenando nuevos reclutas en el tiro con rifle, en Edimburgo. Algunos no pudieron ocultar su decepción al saber que habían perdido la oportunidad de luchar con el enemigo.

La guerra había terminado y el Imperio había ganado…, o así vendían los políticos el resultado de la contienda entre Inglaterra y Alemania.

«Más de nueve millones de hombres han muerto por su país, algunos incluso antes de hacerse hombres», escribió Charlie en una carta a su hermana Sal. «¿Qué han pretendido demostrar ambos bandos con tal carnicería?»

Sal le respondió expresando su enorme gratitud por el hecho de que siguiera con vida, y añadía: «Mantengo relaciones con un piloto canadiense, cuya tía dirige el restaurante de Commercial Road en el que trabajo. Pensamos casarnos dentro de pocas semanas e ir a vivir a Montreal con sus padres. La próxima vez que recibas una carta mía llegará desde el otro extremo del mundo.

»Grace sigue en Francia, pero espera volver al hospital de Londres a final de año. La han nombrado enfermera de sala. Ya sabrás que su cabo gales contrajo neumonía. Murió a los pocos días de que se firmara la paz.

»Kitty desapareció de la faz de la Tierra y de repente apareció en Whitechapel, montada en un automóvil con un hombre. Ninguno de los dos parecía pertenecerle, pero tenía muy buen aspecto.»

Charlie no entendió la postdata de su hermana: «¿Dónde vivirás cuando vuelvas al East End?».

El sargento Charles Trumper fue desmovilizado el 20 de enero de 1919; fue uno de los primeros: el dedo amputado le había servido por fin de algo. Dobló su uniforme, colocó el casco encima, las botas a un lado, y lo entregó todo al furriel.

– No le había reconocido con ese traje viejo y la gorra, sargento. Le van pequeños, ¿verdad? Habrá crecido mientras estaba con los Fusileros.

Charlie bajó la vista y examinó la longitud de sus pantalones: colgaban sus buenos tres centímetros por encima de los cordones de las botas.

– Habré crecido mientras estaba con los Fusileros -asintió, reflexionando sobre las palabras.

– Apuesto a que su familia estará contenta de verle cuando vuelva a la ciudad vestido de calle.

– La que quede -dijo Charlie, antes de marcharse.

Su tarea final consistió en personarse en la oficina del oficial pagador para recibir su última paga y el vale de desplazamiento, además del chelín real.

– Trumper, el oficial de guardia quiere hablar contigo -dijo el sargento mayor, una vez que Charlie concluyó la que consideraba su última tarea.

Los tenientes Makepeace y Harvey serían siempre sus oficiales de guardia, pensó Charlie mientras atravesaba el terreno de instrucción hacia las oficinas de la compañía. Algún jovenzuelo de rostro imberbe, que no había sido presentado de la forma apropiada al enemigo, tenía la cara de ocupar el lugar de ellos.

Charlie estaba a punto de saludar al teniente cuando recordó que ya no llevaba uniforme, de modo que se limitó a quitarse la gorra.

– ¿Quería verme, señor?

– Sí, Trumper. Se trata de un asunto personal. -El joven oficial tocó una caja de cartón grande que descansaba sobre el escritorio. Charlie no podía ver lo que contenía-, Trumper, su amigo el soldado Prescott -continuó el teniente- hizo un testamento en el que le dejaba todo a usted.

Charlie fue incapaz de ocultar su sorpresa cuando el teniente empujó la caja de cartón hacia él.

– ¿Sería tan amable de verificar su contenido y firmar el recibo?

Le presentó un formulario. Sobre el nombre escrito a máquina del soldado Thomas Prescott había un párrafo escrito con trazos enérgicos, firmado con una «X». El sargento mayor Philpott había actuado de testigo.

Charlie empezó a sacar de uno en uno los objetos que contenía la caja. La armónica de Tommy, oxidada y rota, siete libras, once chelines y seis peniques de la paga con efecto retroactivo, el casco de un oficial alemán. A continuación, Charlie sacó una cajita de piel. Al abrir la tapa descubrió la Medalla Militar de Tommy y la sencilla inscripción: «Por valentía en el campo de batalla». Cogió la medalla y la sostuvo en la palma de la mano.

– Ese Prescott debió ser un chico valeroso -dijo el teniente-. La sal de la tierra y todo eso.

– Y todo eso -repitió Charlie.

– ¿También era religioso?

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[7] VC, Cruz de la Victoria; MC, Cruz Militar; MM, Medalla militar. (N. del T.)