La enfermedad se hizo doble en mí. Debería habérmelo esperado… en el caso inconcebible de que hubiera podido esperar algo. El mal se manifestó en una especie de equivalencia cruel. Mientras mi cuerpo se retorcía en las torturas del dolor, mi alma estaba en otra parte, donde por motivos distintos sufría lo mismo. Mi alma… la fiebre… En aquel entonces no se usaba bajar la fiebre con medicamentos… La dejaban cumplir su ciclo, interminablemente… Yo estaba en un delirio constante, me sobraba tiempo para elaborar las historias más barrocas… Supongo que tendría altos y bajos, pero se sucedían en una intensidad única de invención… Las historias se fundían en una sola, que era el revés de una historia… porque no tenía más historia que mi angustia, y las fantasmagorías no se posaban, no se organizaban… No me permitían siquiera entrar, perderme en ellas…
Uno de los avatares de la historia era la inundación. Yo estaba en mi casa… En la casa de Pringles que habíamos dejado al mudarnos a Rosario… que ya no era nuestra y donde no volveríamos a vivir. El agua subía, y yo en la cama mirando el techo paralizada… ni siquiera podía volver la cabeza para ver el agua… pero en el techo se reflejaban los bucles blanquecinos de la creciente… Era una ficción salida de la nada, porque nunca habíamos estado cerca de una inundación…
Otro: yo convidaba a mi familia con bombones envenenados… Cobertura de chocolate, una capa finísima de vidrio, y adentro arsénico alcohólico… No tenía antídoto… Lo irreparable… Papá aceptaba uno, mamá también… Yo quería volver atrás, me arrepentía, pero ya era tarde… Iban a morirse… la policía no tendría problemas en averiguar la causa… me interrogarían… Yo decidía confesar todo, llorar a mares, dejar que me arrastraran las aguas… Pero ni siquiera la muerte podía consolarme porque ¿cómo iba a vivir yo sin mi papá y mi mamá? Y lo peor era que nunca se había visto una hija que matara a sus padres… nunca…
Otro (pero eran distintas caras de la misma pesadilla): un animal nadando dentro de la casa inundada, una nutria… Nos mordía los pies si intentábamos caminar en el agua que subía… Si mi mano resbalaba de la sábana me comería los dedos uno por uno…
Otro más: yo seguía paralizada, la cabeza apoyada en una almohada alta, y mi mamá abría el armario con puertas de vidrio verde que había frente a la cama, donde yo guardaba mis libros… En realidad no tenía libros, era demasiado chica, no sabía leer… El pánico me cortaba la respiración… ¿Qué había ido a buscar en el armario mi mamá? ¿Acaso sabía…? Aprovechaba mi impotencia para… En cualquier momento lo encontraría… mi secreto… ¡Alto, mamá! ¡No lo hagas! ¡Te causará dolor, el dolor más grande de tu vida! Su dolor sería tan grande como mi vergüenza, mi espanto…
No necesito decir que yo no tenía ningún secreto… Nunca tuve secretos, y a la vez todo era secreto, pero secreto involuntario… El delirio daba el modelo, y algo más que el modelo… Mamá hurgaba en el armario… en medio de la inundación… ¡en lugar de tomar medidas más prácticas, como tomarme en brazos y ponerme a salvo, a campo traviesa, por las llanuras inundadas! La odiaba por eso… Ella seguía buscando, alucinada, aunque la nutria, de pronto mi cómplice, le roía los tobillos sumergidos… y yo sabía además que le quedaban minutos de vida, el veneno ya estaría actuando… si es que había comido el bombón, ¡y ojalá lo hubiera comido!
Ojalá… dentro de todo… Pero no. No era cuestión de que pasara esto o aquello… Era una combinatoria, o mejor dicho un orden… Los hechos se ordenaban de otro modo… Se repetían… O mejor dicho, derivaban… En los peores momentos me preguntaba a mí misma: ¿estoy loca?
Por encima de estas historias se suspendía otra, más convencional en cierto modo, al mismo tiempo más fantástica. Funcionaba aparte de la serie, como un "fondo", todo el tiempo. Era una especie de cuento detenido… un episodio de terror, muy preciso y con detalles escalofriantes… La angustia que me provocaba hacía parecer en comparación un entretenimiento de fin de semana el delirio cuadripartito… Salvo que no era un detalle, un relámpago en el cielo tormentoso… Era todo lo que me pasaba… todo lo que me pasaría en una eternidad que no había empezado ni terminaría nunca… Yo estaba dibujada en un librito de cuento de hadas, me había hecho mito… y lo veía desde adentro…
Desde adentro… Yo estaba sola en casa. Papá y mamá habían tenido que ir a un velorio y me habían dejado encerrada… en aquella vieja casita de Pringles en la que ya no vivíamos… sola con mis cuatro historietas dando vueltas en la cabeza… mi corona de espinas… Las dos puertas estaban con llave, bajadas las persianas de madera de las ventanas… una caja fuerte para el tesoro de vida que tenían mis papás: yo. El realismo era minucioso, hermético… Pero cuando digo que estaba sola, que la casa estaba cerrada, que era de noche… no son circunstancias, no son elementos sueltos con los que armar una serie… La serie era exterior (la inundación, la nutria, los bombones, el secreto) y agotaba todas las reservas delirantes de mi fiebre… Aquí ya no quedaba sino el bloque de realidad inmanejable, el verosímil rabioso…
Me habían recomendado severamente que no le abriera a nadie, bajo ninguna circunstancia. ¡Como si fuera necesario! De eso dependía mi vida y algo más. Nunca me habían dejado sola antes (en la realidad nunca lo hicieron) pero esto era fuerza mayor… La primera vez siempre asusta, por lo que pueda pasar… Yo estaba segura de mí, la consigna era simple… No abrir. Podía hacerlo. Era fácil. Podían confiar en mí. Además, ¿quién iba a venir, a la medianoche…? Mi vida dependía de eso, mi integridad… ¿Quién, quién, quién podía venir?
¡Pero estaban llamando a la puerta de calle! ¡La estaban golpeando, como si quisieran echarla abajo! No era sólo que llamaran: querían entrar… ¿Para qué iban a quererlo sino para asesinarme? ¡Y yo estaba sola…! Debían de saberlo… lo sabían perfectamente, por eso venían… Eran ladrones, venían a desvalijar la casa, en la hipótesis más benévola… Estaba en mis manos impedirlo, pero mis manos eran tan débiles… Temblaba como una hoja, atrás de la puerta… ¿Por qué me habían dejado sola? ¿Qué era tan importante que tuvieran que abandonarme?
Lo peor es que… eran ellos… ¡Eran papá y mamá, los que llamaban a la puerta! Los dos monstruos habían adoptado la forma de mi mamá y mi papá… No sé cómo los veía, supongo que por el agujero de la cerradura, que alcanzaba poniéndome en puntas de pie… Me erizaba de pies a cabeza, me congelaba… al verlos tan idénticos… les habían robado las caras, la ropa, el pelo… a papá muy poco porque era calvo, pero los rulos rojos de mi mamá… Eran símiles perfectos, sin errores… ¡El trabajo que se habían tomado! Esos seres que no tenían forma, o no me la revelaban… esos simulacros… sus pésimas intenciones… El espanto me helaba la sangre, no podía pensar…
Sacudían la puerta con frenesí, no sé cómo no se venía abajo… Gritaban mi nombre, hacía horas que lo estaban gritando… con las voces de papá y mamá… ¡Las voces también! Un poco alteradas, un poco roncas… Habían tomado cognac en el velorio, y no estaban acostumbrados… se ponían como locos… Habían perdido la llave, o se la habían olvidado… cualquier cosa… la mentira era tan transparente… ¡Me insultaban! ¡Me decían cosas feas! Y yo lloraba de horror, muda, paralizada…
Papá saltaba el muro del patio, iba a la puerta de la cocina, empezaba a golpearla, a patearla… Yo cruzaba la casa oscura, como una sonámbula, me paraba frente a la otra puerta, le rogaba a Dios que resistiera… Mi plegaria era escuchada, por una vez… Volvía a la puerta de calle…
Y aunque quisiera abrirles, ¿cómo hacerlo? Estaba encerrada, no tenía la llave… ¿O sí la tenía?
Eso era secundario. ¿Quería o no quería abrirles? Por supuesto que no. No me engañaban… ¿O sí me engañaban? ¿Cómo saberlo? Eran exactamente como mis padres, más reales que la realidad… No sacaba el ojo del agujero de la cerradura, bebía esa escena irreal… Pero dentro de lo irreal eran ellos, ellos mismos, mis padres… No sólo en la máscara sino en los gestos, en los tics, en el estilo, en sus historias… Ése era mi modo de ver a mis padres, sobre todo a papá… con mamá era otra cosa… a él lo veía no en la persona exterior como podía verlo cualquiera… veía su modo de ser, su pasado, sus reacciones, su razonamiento… a mamá también, ahora que lo pienso… Y no porque yo fuera especialmente perspicaz sino porque ellos, por ser mis padres, no tenían forma, o no me la revelaban… se negaban a hacerlo… fue la tragedia de mi infancia y de toda mi vida… Mi mirada no podía detenerse en la visión, se precipitaba más allá, a un abismo, y yo atrás…