¿Cómo se alcanza ese estado? Los que practican el zen tienen una palabra especial para la puerta hacia ese estado, lo llaman hua t'ou. Esta palabra china significa antes del pensamiento o antes de la palabra. La mente recibe el nombre de hua t'ou antes de ser alterada por un pensamiento. Entre dos pensamientos hay un intervalo, ese intervalo recibe el nombre de hua t'ou.
Observa. Un pensamiento pasa por la pantalla de tu mente; en ese radar, un pensamiento pasa como si fuese una nube. Primero es indefinido -va llegando, va llegando-, después aparece de repente en la pantalla. Sigue avanzando hasta que sale de la pantalla y vuelve a ser indefinido, desaparece… Llega otro pensamiento. Entre estos dos pensamientos hay un intervalo, por un instante o una fracción de segundo no hay en la pantalla, ningún pensamiento.
Ese estado puro de no pensamiento recibe el nombre de hua t'ou: prepalabras, prepensamiento, antes de que se agite la mente. Se nos sigue escapando porque en nuestro interior no estamos alerta; de lo contrario, la meditación sucede en cada instante. Simplemente tienes que ver lo que sucede, darte cuenta del tesoro que llevas dentro de ti en todo momento. No es que tengas que traer la meditación de ningún otro sitio. La meditación ya está ahí, la semilla está ahí. Solo tienes que reconocerla, nutrirla y cuidarla para que empiece a crecer.
El intervalo entre dos pensamientos se llama hua t'ou, y es la puerta para entrar en la meditación. Hua t'ou, este término significa literalmente «cabeza de palabra». «Palabra» es una palabra hablada y «cabeza» es lo que precede a la palabra. Hua t'ou es el momento antes de que surja el pensamiento. En el momento que surge un pensamiento se convierte en hua wei, que significa literalmente «cola de palabra». Y después, cuando el pensamiento o la palabra se han ido y vuelve a haber un intervalo, vuelve a ser hua t'ou. La meditación es mirar en ese hua t'ou.
«No deberíamos tener miedo de que surjan los pensamientos -dice Buda-, sino del retraso en percibirlos.» Este enfoque de la mente es completamente nuevo, antes de Buda nunca se había experimentado. Buda dice que uno no debería tener miedo de que surjan pensamientos, sino que solo debería temer una cosa: no ser consciente de ellos, retrasar la conciencia.
Cuando surge un pensamiento, si además del pensamiento hay conciencia, si lo ves surgir, ves cómo llega, ves que está ahí y lo ves marcharse, entonces no pasa nada. El simple hecho de verlo se convierte, poco a poco, en tu defensa. La propia conciencia da muchos frutos. Primero puedes ver, y cuando lo haces, te das cuenta de que no eres el pensamiento. El pensamiento está separado de ti, no te identificas con él. Tú eres la conciencia y el pensamiento es el contenido. Va y viene; es un invitado, y tú eres el anfitrión. Esta es la primera experiencia de la meditación.
El zen habla del «polvo extranjero». Por ejemplo: un viajero se detiene en una posada para pasar la noche o para cenar; después recoge sus cosas y continúa su viaje, porque no puede quedarse más tiempo. Por su parte, el regente del hostal no va a ningún lugar. El huésped es el que no se queda; quien se queda es el anfitrión. Lo que no se queda es «extranjero». O dicho de otro modo: un día claro sale el sol y los rayos entran por la ventana de la casa; se puede ver el polvo moviéndose en los rayos de luz, pero el espacio vacío permanece inmóvil. Lo que está quieto es el vacío, y lo que se mueve es el polvo. «Polvo extranjero» es el falso pensamiento y el vacío es tu propia naturaleza; el anfitrión que no va detrás del huésped en sus idas y venidas.
Este concepto es muy importante. La conciencia no es el contenido. Tú eres la conciencia: los pensamientos vienen y van, pero tú eres el anfitrión. Los pensamientos son los huéspedes, vienen, se quedan un rato, descansan un poco, comen o pasan la noche, y después se van. Tú siempre estás ahí. Tú eres siempre el mismo, no cambias, estás eternamente ahí. Eres la eternidad misma.
Fíjate. A veces estás enfermo, a veces estás muy bien, a veces estás deprimido y a veces estás contento. Fuiste un niño muy pequeño, luego te convertiste en un joven y después te hiciste viejo. Antes eras fuerte y llegará un día en el que serás débil. Todas estas cosas van y vienen pero tu conciencia sigue siendo la misma. Por eso, si miras en tu interior no podrás darte cuenta de tu edad, porque la edad no existe. Si miras en tu interior e intentas saber cuántos años tienes, no encontrarás ninguna edad porque el tiempo no existe. De niño o cuando eras joven eras exactamente igual; por dentro sigues siendo exactamente igual. Para saber tu edad tienes que mirar el calendario, el diario, tu certificado de nacimiento o tienes que buscar algo del exterior. En tu interior no encontrarás edad ni habrá envejecimiento. En tu interior está la intemporalidad. Sigues siendo el mismo, tanto si pasa una nube llamada depresión como si pasa una nube llamada alegría.
A veces en el cielo hay nubes negras, pero el cielo no cambia a causa de esas nubes. A veces también hay nubes blancas y el cielo no cambia a causa de esas nubes blancas. Las nubes vienen y van, pero el cielo permanece. Las nubes vienen y van, pero el cielo se mantiene.
Tú eres el cielo y los pensamientos son las nubes. Si observas minuciosamente tus pensamientos, si no se te escapan, si los miras de frente, lo primero que tendrás es esta comprensión; y se trata de una gran comprensión. Es el principio de tu budeidad, es el principio de tu despertar. Ya no estás dormido, ya no te identificas con las nubes que vienen y van. Ahora sabes que tú te mantienes así para siempre. De repente, desaparece toda la ansiedad. No hay nada que te pueda cambiar, nada te cambiará jamás; entonces, ¿para qué sentir ansiedad, para qué estar angustiado? ¿De qué sirve estar preocupado? La preocupación no te puede afectar. Son cosas que vienen y van, solo son pequeñas ondas en la superficie. En el fondo de tu ser no se forma ninguna onda. Tú estás ahí y eres eso. Tú eres ese ser. La gente de zen llama a ese estado el estado de ser el anfitrión.
El sufrimiento surge porque normalmente te identificas demasiado con los huéspedes. Cuando llega un huésped, te apegas demasiado a él, y cuando el huésped hace las maletas y se va, empiezas a llorar y a lamentarte y le sigues al menos para ver cómo se marcha y despedirte de él. Luego vuelves llorando; se va el huésped y te sientes muy triste. Después llega otro huésped y de nuevo vuelves a caer, te identificas con el huésped, y otra vez se va…
¡Los huéspedes vienen y van, no se quedan! No pueden quedarse, no es necesario que se queden, su destino no es quedarse.
¿Has observado los pensamientos? Nunca se quedan, no se pueden quedar. Aunque quieras que se queden, no lo harán. Inténtalo. A veces la gente intenta mantener una palabra en la mente. Por ejemplo, quieren mantener un sonido, el sonido aum, en la mente. Se acuerdan durante unos segundos pero después el sonido se va, desaparece. Y vuelven a pensar en su trabajo, en su mujer y sus hijos… Y de repente, se dan cuenta, ¿dónde está el aum?. Se ha escapado de la mente.
Los huéspedes son huéspedes, no se van a quedar para siempre. En cuanto te das cuenta de que todo lo que te sucede va a desaparecer, ¿para qué preocuparse? Fíjate: déjales estar ahí, déjales hacer las maletas, déjales marchar. Tú te quedas. ¿Te das cuenta de la paz que surge cuando sientes que tú siempre estás ahí? Esto es silencio. Es un estado sin preocupaciones. Es la ausencia de angustia. El sufrimiento cesa en el momento que cesa la identificación; simplemente no te identifiques. Y si te fijas en una persona que vive en esta intemporalidad eterna, sentirás la gracia, la tranquilidad y la belleza que hay a su alrededor.