Había una vez… esta es una historia sobre Buda, una bella historia. Escúchala atentamente porque debes entenderla.
Un día, a la hora de la comida, el muy Venerable se puso su túnica, cogió su cuenco y entró en la gran ciudad de Sravasti para mendigar su comida. Después de mendigar de puerta en puerta, se quitó la túnica y guardó el cuenco, se lavó los pies, arregló su asiento y se sentó.
Ve despacio porque la película va muy despacio. Es una película de Buda, y las películas de Buda son muy lentas. Lo voy a repetir de nuevo…
Un día, a la hora de la comida, el muy Venerable se puso su túnica, cogió su cuenco y entró en la gran ciudad de Sravasti para mendigar su comida. Después de mendigar de puerta en puerta, se quitó la túnica y guardó el cuenco, se lavó los pies, arregló su asiento y se sentó.
Visualiza al Buda haciendo todo esto y sentándose en su asiento.
Esto muestra que la vida de Buda y sus actividades diarias no eran nada extraordinarias y se parecían a las de todos los demás. Sin embargo, hay algo poco corriente pero que muy poca gente sabe.
¿Qué es? ¿Cuál es esa cualidad poco corriente, única? Porque Buda está haciendo cosas corrientes: se lava los pies, arregla su asiento, se sienta, guarda su túnica, guarda su cuenco, se acuesta, vuelve… son las cosas que hace todo el mundo.
… Subhuti, que estaba en la asamblea, se levantó de su asiento, descubrió su hombro derecho, se arrodilló sobre su rodilla derecha, juntó respetuosamente las manos y le dijo a Buda: «Es extraordinario, ¡oh, muy Venerable! ¡Es extraordinario!».
Sin embargo, en la superficie no parece que haya nada raro. Buda guarda su túnica, guarda su cuenco, arregla su asiento, se lava los pies y se sienta en la silla… no parece haber nada extraño. Pero este hombre, Subhuti… Subhuti es uno de los discípulos de Buda más clarividentes; muchas de las más bellas historias sobre Buda tienen que ver con Subhuti. Esta es una de esas historias y es muy rara.
En aquella época, el anciano Subhuti, que estaba en la asamblea, se levantó de su asiento, se descubrió el hombro derecho, se arrodilló sobre su rodilla derecha, juntó respetuosamente las manos y le dijo a Buda: «Es muy raro, ¡oh, muy Venerable! ¡Es muy raro!».
Nunca se había visto algo parecido, es único.
Las actividades diarias de Tathagata eran muy parecidas a las del resto de las personas, pero había algo distinto, y los que se sentaron frente a él no se habían dado cuenta.
Ese día, de repente Subhuti lo desveló, alabándolo y diciendo: «¡Qué raro! ¡Es muy raro!».
¡Qué lástima! Tathagata había estado treinta años con sus discípulos y aún no conocían sus actos cotidianos. Como no sabían, creían que se trataba de actos ordinarios, por lo que pasaron inadvertidos. Pensaban que era como todos los demás y por tanto desconfiaban de él y no creían lo que decía. Si Subhuti no hubiese tenido tanta claridad, ahora nadie conocería a Buda.
Esto es lo que cuentan las escrituras. Si Subhuti no hubiese existido, nadie se habría dado cuenta de lo que ocurría en su interior. Pero ¿qué estaba ocurriendo en su interior? Buda continúa siendo el anfitrión. En ningún momento pierde su eternidad, su intemporalidad. Buda permanece meditativo. En ningún momento pierde su hua t'ou. Buda permanece en samadhi incluso cuando se lava los pies: lo hace estando presente, estando alerta, consciente, sabiendo perfectamente que «yo no soy estos pies», sabiendo perfectamente que «yo no soy este cuenco», sabiendo perfectamente que «yo no soy esta túnica», sabiendo perfectamente que «yo no soy este hambre», sabiendo perfectamente que «todo lo que hay a mi alrededor no soy yo. Yo solo soy un testigo, un observador de todo ello».
De ahí la gracia de Buda, de ahí la belleza no terrenal de Buda. Él permanece tranquilo. Esa tranquilidad es la meditación. Se consigue estando más atento al anfitrión, estando más atento al huésped, no identificándose con el huésped, desconectando del huésped. Los pensamientos vienen y van, los sentimientos vienen y van, los sueños vienen y van, los estados de ánimo vienen y van, el clima cambia. Lo que no cambia eres tú.
¿Hay algo que permanece inmutable? Eso eres tú y eso es la divinidad. Saberlo, serlo, estar en ello, es alcanzar el samadhi. El método es la meditación, el objetivo es el samadhi. La meditación, dyana, es la técnica para destruir la identificación con el huésped. Y el samadhi es disolverse en el anfitrión, permanecer en el anfitrión, quedarse centrado ahí.
Todas las noches mientras uno duerme abraza a un buda,
todas las mañanas uno se vuelve a despertar con él.
Al levantarse o al sentarse, ambos se observan y se siguen mutuamente.
Tanto si hablan como si no, ambos están en el mismo espacio.
No se separan ni un instante pero son como el cuerpo y su sombra.
Si deseas conocer el paradero del buda,
está en el sonido de tu propia voz.
Hay un dicho zen: «Todas las noches mientras uno duerme, abraza a un buda». El buda siempre está ahí, el no buda también está ahí. En ti se encuentran el mundo y el nirvana, en ti se encuentran lo inmaterial y la materia, en ti se encuentran el espíritu y el cuerpo. Dentro de ti se encuentran todos los misterios de la existencia, tú eres el punto de encuentro, tú eres el lugar donde confluyen. De un lado, todo el mundo, y del otro, la totalidad del mundo espiritual. Tú no eres más que un vínculo entre los dos. Solo es una cuestión de énfasis. Si te sigues enfocando en el mundo, permanecerás en el mundo. Si empiezas a cambiar el foco, lo desvías y empiezas a enfocarte en la conciencia, eres dios. Solo se trata de un pequeño cambio, como un cambio de marcha en el coche, no es nada más que eso.
«Todas las noches abrazas a un buda al dormir, todas las mañanas te vuelves a levantar con él.» Siempre esta ahí porque la conciencia siempre está ahí, no se pierde ni un solo instante.
«Al levantarse o al sentarse, ambos se observan y se siguen mutuamente.» El anfitrión y el huésped, ambos están ahí. Los huéspedes van cambiando, pero siempre hay alguien en el hostal. Nunca está vacío, a menos que no te identifiques con el huésped. Entonces surgirá un vacío. A veces puede ocurrir que tu hostal esté vacío y solo esté el anfitrión sentado tranquilamente, sin ser molestado por los huéspedes. El tráfico se detiene, no viene nadie. Esos son momentos de beatitud, son momentos de una gran bendición.
«Tanto si hablan como si no, ambos están en el mismo espacio.» Cuando estás hablando, también hay algo en silencio dentro de ti. Cuando estás sensual, hay algo más allá de la sensualidad. Cuando estás deseando, hay alguien que no tiene deseos en absoluto. Obsérvalo y te darás cuenta. Sí, estás muy próximo; sin embargo eres diferente. Te encuentras y, sin embargo, no te encuentras. Es como el agua y el aceite, no se juntan; la separación se mantiene. El anfitrión está muy cerca del huésped. A veces se cogen de la mano y se abrazan, pero el anfitrión es el anfitrión y el huésped es el huésped. El huésped es el que va y viene; el huésped va cambiando. Y el anfitrión es el que se queda, el que permanece.
«No se separan ni un instante, pero son como el cuerpo y su sombra. Si deseas conocer el paradero del buda, está en el sonido de tu propia voz.» Deja de buscar a Buda en el exterior. Reside en ti y además es el anfitrión.
Pero ¿cómo llegar a este estado del anfitrión? Me gustaría hablarte de una técnica muy antigua; esta técnica te será de gran ayuda. Esta es una de las sencillas fórmulas que propuso Buda para llegar al anfitrión incognoscible, para llegar al misterio supremo de tu ser:
Despójate de todas las posibles relaciones y observa lo que eres. Supón que no eres el hijo de tus padres, ni el marido de tu mujer, ni el padre de tus hijos, ni el pariente de tu familia, ni el amigo de tus conocidos, ni un ciudadano de tu país, y así sucesivamente… entonces, lo que queda eres tú dentro de ti mismo.