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Los avispados nunca van contra las normas, buscan la forma de robar sin transgredirlas. Pero hay algunas personas que no son tan listas y se dan cuenta de que siguiendo las normas, nunca obtendrán nada, por lo que se olvidan de ellas y empiezan a cometer actos ilegales. Pero todos ellos son maniáticos del dinero. Por eso Bankei desestimó la cuestión.

Más tarde el alumno fue descubierto en un acto similar y, de nuevo, Bankei volvió a zanjar la cuestión.

Él sabe que los dos están en el mismo barco, y no hay mucha diferencia entre ellos.

Sorprendentemente, cuando una persona tiene éxito en sus delitos, se convierte en una persona respetable. Solo se convierte en un criminal cuando falla. Los ladrones con éxito se convierten en reyes y los reyes fracasados se convierten en ladrones. Solo es una cuestión de tener éxito. Si tienes mucho poder, eres un gran emperador. ¿Quién fue Alejandro Magno? Un gran ladrón, pero tuvo éxito.

Vuestros supuestos políticos son todos unos ladrones. Intentan acabar con otros ladrones, pueden estar contra el contrabando, contra el robo, contra esto y aquello pero, en el fondo, son los más ladrones y los mayores contrabandistas. Simplemente hacen las cosas legalmente o por lo menos consiguen aparentar que las están haciendo legalmente. Y lo consiguen, al menos mientras están en el poder. Cuando dejan de estarlo, desaparecen todas esas bonitas historias sobre ellos.

El político, una vez depuesto, se convierte en un fenómeno desagradable. Puede tratarse de Richard Nixon o de Indira Gan-dhi. Una vez depuesto, cuando desaparece el poder, cuando ya no tienes el poder para protegerte, todo queda en evidencia. Si sabes de qué modo se ha enriquecido alguien, no serás capaz de respetarle. Pero si la persona es realmente rica puede lograr mantener a la gente callada. Y la gente tiene muy mala memoria, se olvidan.

He leído, en un libro de historia, que expulsaron de Inglaterra a veinte personas por ser piratas. ¿Y qué pasó al cabo de treinta años? De esas veinte personas, algunas se fueron a Australia y otras se fueron a Estados Unidos. Algunas se habían convertido en gobernadores de Estados Unidos, otras en banqueros o terratenientes, pero las veinte se habían convertido en personas muy respetables.

Por eso Bankei desestimó la cuestión. No le prestó mucha atención y la desestimó. «No pasa nada, así es como funciona el mundo.» Alguien sin mentalidad mercantilista lo ignora.

Esto provocó el malestar de los demás alumnos, que hicieron una petición pidiendo la expulsión del ladrón, manifestando que de lo contrario se marcharían todos ellos.

Esas personas no habían ido para meditar en absoluto. Si has ido a meditar, tienes en cuenta algunos requisitos: estar menos centrado en el dinero y conseguir estar más desapegado de tus posesiones. No tiene mucha importancia que alguien te quite unos céntimos, eso no importa demasiado porque no es una cuestión de vida o muerte. Tienes que entender cómo funciona la mente y el apego al dinero de la gente.

Estás contra el ladrón porque te ha robado el dinero. Pero ¿cómo lo has conseguido tú? Se lo habrás robado a alguien de una forma u otra, porque nadie nace con dinero, todo el mundo llega con las manos vacías. Mantenemos que todo lo que poseemos nos pertenece, pero no hay nada que pertenezca a nadie. Esa sería la actitud de una persona que realmente ha ido a meditar, que nada pertenece a nadie. Cada vez tiene menos apego por las cosas.

Sin embargo, estas personas tenían una mentalidad mercan-tilista. Y cuando tienes esa mentalidad, empieza la política. Al ver que Bankei no censuraba al ladrón dos veces, debieron de pensar: «¿Qué clase de maestro es este? ¡Parece que está defendiendo al ladrón!». No podían entender por qué no les escuchaba. No lo hacía para mostrarles que tenían que olvidarse de centrarse en el dinero. Sí, robar está mal, pero centrarse en el dinero tampoco está bien.

Cuando vieron que no censuraba al ladrón dos veces se enfadaron. Hicieron una petición; enseguida entra la política: protestas, peticiones, o «pedir la expulsión del ladrón, manifestando que de lo contrario se marcharían todos ellos».

No habían ido a meditar en absoluto. Si realmente hubiesen ido a meditar, su forma de abordar este problema habría sido completamente distinta. Habrían sido más compasivos con ese hombre y con su anhelo por el dinero. Si realmente fuesen medi-tadores habrían contribuido con su dinero para dárselo a este hombre: «Por favor, quédate con este dinero en vez de robar». Eso habría indicado que estaban ahí para meditar, para transformarse.

Pero en su lugar hicieron una petición de expulsión del ladrón. Y no solo eso, sino que amenazaron con irse todos si no se expulsaba al ladrón. No se puede amenazar a un maestro como Bankei.

Cuando Bankei leyó la petición les convocó a todos. «Sois hermanos sabios -les dijo-, sabéis lo que está bien y lo que no lo está. Podéis ir a estudiar a otro lugar si lo deseáis, pero este pobre hermano ni siquiera sabe distinguir lo bueno de lo malo. Si no le enseño yo, ¿quién lo hará? Él se va a quedar aquí aunque os vayáis todos los demás.»

Hay que entender muchas cosas. Cuando el maestro dice:

«

Sois hermanos sabios», está ridiculizándolos y les está asestando un duro golpe. No está diciéndoles que son sabios, sino que son absolutamente necios. Pero todos los necios se creen sabios. De hecho, uno de los requisitos básicos para ser necio es creerse sabio. Los sabios no piensan que son sabios. Los necios siempre piensan que son sabios.

Todos ellos son necios. No estaban ahí para tener dinero, no estaban ahí para conseguir dinero, sino para algo más importante, más elevado, aunque se habían olvidado completamente de ello. Ese hombre les estaba dando la oportunidad de darse cuenta. Si realmente fueran meditadores se lo habrían dado todo a ese hombre, incluso las gracias: «Nos has dado la oportunidad de ver lo mucho que nos aferramos al dinero. ¡De qué manera nos has influenciado! Nos has hecho olvidar completamente la meditación, nos has hecho olvidar el motivo por el que habíamos venido aquí. Nos hemos olvidado del maestro Bankei».

Seguramente habían viajado cientos o incluso miles de kilómetros; China es un país enorme. Debían haber viajado durante meses, porque en aquella época no era tan fácil viajar. Oyeron hablar de este maestro y viajaron desde muy lejos para estudiar meditación con él. ¡Y basta que alguien robe para que se olviden de todo! Deberían haberle dado las gracias al ladrón: «Hiciste aflorar algo a nuestra conciencia, ha salido a la superficie nuestro apego enfermizo al dinero».

Cuando Bankei dice: «Sois hermanos sabios», está bromeando. En realidad está diciendo: «Sois absolutamente necios, pero os creéis muy sabios, creéis que sabéis distinguir lo que está bien de lo que está mal. Incluso habéis intentado enseñarme a lo que está bien y lo que está mal. Me estáis diciendo: "O echas a este hombre o nos vamos". Estáis intentando imponerme condiciones. ¿Creéis que sabéis lo que está bien y lo que está mal? En ese caso podéis ir donde queráis, porque como sois tan sabios, podéis aprenderlo en cualquier parte. Pero este hombre ¿dónde va a ir? ¡Él sí que es un necio!».

Date cuenta del detalle, de la ironía. Recuerda que la rectitud de los rectos nunca es correcta. Los que creen tener la razón casi siempre son estúpidos. La vida es tan compleja y tan sutil que no es tan fácil decidir si tienes la razón o sí el otro está equivocado. De hecho, la persona que tenga un mínimo entendimiento se dará cuenta de que nunca cae en la trampa de la rectitud.

Los alumnos de Bankei creen saber lo que está bien y lo que está mal, el ladrón ha hecho algo malo y el maestro debería echarle. Si el maestro no lo hace, entonces el maestro también está equivocado. Están demasiado imbuidos en su sabiduría; creen que saben. No ven la compasión del maestro y no ven la meditación del maestro. No ven que el maestro se ha convertido en un buda; Bankei es uno de los grandes maestros del zen. No reconocen a la persona que tienen delante de ellos; protestan y le amenazan.