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Alguien está intentando convertirse en Jesús… No hay forma de hacerlo; no ocurre de ese modo, porque la naturaleza no lo permite. Solo hay un Jesús; la naturaleza no tolera las repeticiones. Alguien se está intentando convertir en Buda; está intentando hacer algo imposible. Simplemente no sucede, no puede suceder, porque va contra la naturaleza. Solo puedes ser tú mismo. Por eso tienes que ser total. Estés donde estés y hagas lo que hagas, hazlo con totalidad. Implícate en lo que estás haciendo, permite que se convierta en tu meditación. No te preocupes de si es perfecto o no; nunca será perfecto. Es suficiente con que seas total. Si has sido total, habrás disfrutado haciéndolo, te habrás sentido satisfecho, te habrás implicado, te habrá absorbido y habrás salido como nuevo, fresco, joven y rejuvenecido.

Todos los actos que se hacen con totalidad rejuvenecen; y los actos que se hacen con totalidad no esclavizan. Ama con totalidad y no surgirá ningún apego; ama parcialmente, y entonces surgirá el apego. Vive con totalidad y no tendrás miedo a la muerte; vive parcialmente y tendrás miedo a la muerte.

Pero olvídate de la palabra «perfección». Es una de las palabras más dañinas que existen. Esta palabra debería desaparecer de todos los idiomas del mundo, debería desaparecer de la mente humana. Nunca ha existido nadie perfecto y nunca existirá. ¿No te das cuenta? Si apareciese Dios y te encontrases con él, ¿no encontrarías fallos en su creación? Hay muchos, por eso se esconde. Casi te tiene miedo. Un fallo detrás de otro. ¿Eres capaz de contarlos? Encontrarás un número infinito de fallos. En realidad, eres un descubridor de fallos y no encuentras nada que esté bien, en el momento adecuado, o en el sitio correcto. Todo es un caos. Ni siquiera Dios es perfecto; Dios es total. Disfrutó cuando lo hacía y sigue disfrutando haciéndolo, pero no es perfecto. Si fuese perfecto la creación no podría ser imperfecta. De la perfección solo puede salir perfección.

Todas las religiones del mundo dicen que Dios es perfecto. Yo no digo eso. Yo digo que Dios es completo, Dios es sagrado, Dios es total, pero no es perfecto. Aunque quizá lo siga intentando… ¿Cómo puede ser perfecto? Si lo fuera, el mundo ya estaría muerto. Cuando algo es perfecto sobreviene la muerte, porque no hay ningún futuro, no hay un recorrido. Los árboles siguen creciendo, los niños siguen naciendo… el mundo sigue. Y él sigue perfeccionándolo. ¿No ves las mejoras? Él lo sigue mejorando todo. Ese es el significado de evolución: las cosas van progresando. Los monos se convierten en hombres; eso es un progreso. Después el hombre se volverá divino y se convertirá en Dios; eso es la evolución.

Teilhard de Chardin dice que hay un punto omega en el que todo será perfecto. Pero eso no existe; no existe ese punto omega, ni puede existir. El mundo siempre está en proceso, hay una evolución; estamos aproximándonos cada vez más pero nunca llegamos, porque el día que lo hagamos, se habrá acabado. Dios sigue buscando nuevas maneras, sigue progresando.

Hay una cosa irrefutable: está contento con su trabajo porque si no ya lo habría dejado. Sigue esforzándose. Si Dios está contento contigo, es un disparate absoluto que tú no estés contento contigo mismo. Debes estar contento contigo mismo.

Deja que la felicidad sea el valor supremo. Yo soy un hedonista. Recuerda que el criterio es siempre la felicidad. Hagas lo que hagas, sé feliz, eso es todo. No te preocupes de si es perfecto o no lo es.

¿Por qué estás tan obsesionado con la perfección? Así siempre estarás tenso, ansioso, nervioso, inquieto y en conflicto. La palabra «agonía» significa estar en conflicto, estar luchando contigo mismo constantemente; ese es el significado de agonía. Si no estás tranquilo contigo mismo estarás en agonía. No pidas lo imposible, sé natural, tranquilo, quiérete y quiere a los demás.

Y recuerda, una persona que se está condenando no puede amarse, y tampoco puede amar a los demás. Un perfeccionista no es perfeccionista solo consigo mismo, sino también con los demás. Un hombre que es duro consigo mismo inevitablemente será duro con los demás. Sus exigencias son imposibles.

En India vivía Mahatma Gandhi que era un perfeccionista, casi un neurótico. Y era muy duro con sus discípulos, ni siquiera les permitía tomar té. ¡Té! No, porque contiene cafeína. Cuando alguien tomaba té en su ashram estaba cometiendo un gran pecado. No se permitía el amor. Si alguien se enamoraba de otra persona, era un pecado tan grande que parecía que se iba a hundir el mundo por su culpa. Espiaba a sus discípulos continuamente, siempre estaba mirando por el agujero de la cerradura. Pero él también era así consigo mismo. Solo puedes ser con los demás como eres contigo mismo.

No estoy aquí para ayudarte a ser perfecto; no tengo nada que ver con un disparate así. Solo estoy aquí para ayudarte a ser tú mismo. Si eres imperfecto, no hay ningún problema; si eres perfecto, tampoco hay ningún problema.

No intentes ser imperfecto, porque eso también se puede convertir en un ideal. Tal vez ya seas perfecto, ¡en ese caso escucharme puede crearte confusión! «Este hombre dice que sea imperfecto». No es necesario. Si eres perfecto, ¡acéptalo también!

Intenta quererte. No condenes. Cuando la humanidad empiece a aceptarse, desaparecerán todas las iglesias, los políticos y los sacerdotes.

He oído esta anécdota:

Un hombre estaba pescando en las montañas, y una noche, alrededor del fuego, el guía le contó que una vez, en una excursión de pesca, había servido de guía a un sacerdote.

– Sí -dijo el guía-, era un buen hombre excepto que blasfemaba.

– ¿No me estarás diciendo que el sacerdote era inmoral? -preguntó el pescador.

– Ah, pues sí lo era -protestó el guía-. Una vez pescó una gran lubina. Cuando estaba a punto de echarla al barco, el pez se le escurrió del anzuelo.

– ¡Maldita la gracia! -le dije-. «¡Desde luego!», respondió el sacerdote. Pero esa fue la única vez que le oí usar ese lenguaje.

Esta es la mente de un perfeccionista. ¡El sacerdote no había dicho nada! Simplemente había asentido: «¡Desde luego!». Pero para un perfeccionista eso es suficiente para encontrarle una falta.

Un perfeccionista es un neurótico. Y no solo es un neurótico, sino que crea tendencias neuróticas a su alrededor. No seas perfeccionista y si alguien a tu alrededor lo es, escapa en cuanto puedas, antes de que esa persona contamine tu mente.

El perfeccionismo es una especie de profundo viaje del ego. Pensar en ti mismo en términos de ideales y perfección no es otra cosa que decorar tu ego hasta el extremo. Una persona humilde acepta que la vida no es perfecta. Una persona humilde, una auténtica persona religiosa, acepta que todos tenemos limitaciones.

Esa es mi definición de humildad. Ser humilde es no intentar ser perfecto. Una persona humilde se vuelve cada vez más total, porque no tiene nada que negar, nada que rechazar. Acepta lo que hay, sea bueno o malo. Una persona humilde es muy rica, porque acepta su totalidad, su enfado, su sexualidad o su codicia; se acepta totalmente. En esa profunda aceptación ocurre una gran transformación alquímica. Todo lo feo va desapareciendo, poco a poco, por su propia cuenta. Se vuelve cada vez más armónico y total.

No estoy a favor de los santos pero estoy a favor de las personas sagradas. Un santo es un perfeccionista; una persona sagrada es completamente distinta. Los maestros zen son sagrados; los santos católicos son santos. La misma palabra «santo» es horrible. Viene de una palabra que significa que la persona ha sido ratificada por la autoridad. ¿Quién puede autorizar a alguien a ser santo? Se trata de una especie de grado, de certificado? Pero la Iglesia se dedica a hacer cosas así de absurdas. ¡Incluso dan calificaciones postumas! Un santo puede haber muerto hace trescientos años, y la Iglesia reconsidera después sus ideas. El mundo ha cambiado, al cabo de trescientos años, pero la Iglesia le da un certificado postumo, ratifica que esa persona fue realmente un santo aunque en su momento no lo pudiéramos entender. Y ¡es posible que la propia Iglesia le haya matado! Así se convirtió en santa Juana de Arco; la mataron pero luego les resultó difícil no aceptarla. Primero la mataron, después la santificaron. Al cabo de cientos de años, encontraron sus huesos y los santificaron. Pero la habían quemado las mismas personas, la misma Iglesia.