La tercera mujer dijo: «Eso no es nada. Mi hijo solo tiene tres años y va al psicoanalista él sólito».
Conseguirás volver loco al niño poniéndole etiquetas… lo destruirás. Todas las etiquetas son destructivas. No le pongas nunca la etiqueta de pecador o de santo a nadie. Cuando hay demasiada gente que pone determinada etiqueta a alguien… Y los seres humanos tendemos a pensar colectivamente; la gente no tiene ideas propias. Oyes un rumor de que alguien es un pecador y lo aceptas. Y después se lo pasas a otro, y lo acepta. Y el rumor se va difundiendo, la etiqueta va adquiriendo mayores proporciones. Y un día esa persona lleva una etiqueta de «Pecador» con letras mayúsculas, con luces de neón, de manera que él mismo la lee y tiene que comportarse de acuerdo con esa etiqueta. Toda la sociedad espera que se comporte de ese modo, de lo contrario, la gente se enfadaría. «¿Qué haces? ¡Eres un pecador y estás intentando ser un santo! ¡Compórtate como es debido!»
Sutilmente, la sociedad saca partido de su clasificación: «¡Compórtate! No hagas nada que vaya contra la idea que tenemos de ti». Es algo tácito, pero está ahí.
En segundo lugar, cuando etiquetas a alguien, por mucho que intente comportarse de acuerdo con su etiqueta, no podrá hacerlo. No podrá hacerlo a la perfección, es imposible. Realmente es algo que no se puede hacer; solo se puede fingir. En ocasiones, cuando no está fingiendo, o está más relajado -si está de vacaciones o de picnic-, se impone la realidad. Entonces te sientes engañado: ese hombre es un impostor. Creías que era bueno y te ha robado el dinero. Durante años has pensado que era bueno, que era un santo, ¡y ahora resulta que te ha robado!
¿Crees que te ha engañado? No, es tu clasificación la que te ha engañado. Él está actuando según su realidad. Durante mucho tiempo ha estado intentando encajar en tu esquema, pero tarde o temprano sale de ese esquema. Todo el mundo tiene que hacer las cosas que quiere hacer.
Nadie está aquí para satisfacer tus expectativas. Solamente los más cobardes intentan satisfacer las expectativas de los demás. Un hombre de verdad destruye todas las expectativas que tienen sobre él los demás, porque no está aquí para que le aprisionen las ideas de nadie. Prefiere ser libre. Prefiere ser incoherente; eso es la libertad. Hoy hará una cosa y mañana hará exactamente lo contrario para que no puedas hacerte una idea fija sobre él. Un verdadero y genuino ser humano es incoherente. Solo los falsos seres humanos son coherentes. Un verdadero y genuino ser humano está lleno de contradicciones. Es la libertad absoluta. Es tan libre que puede ser esto y también puede ser todo lo contrario. Puede elegir, si quiere ser de izquierdas lo será, si quiere ser de derechas, se hará de derechas. No hay nada que se lo impida. Si quiere estar dentro puede estar dentro, si quiere estar fuera puede estar fuera. Es libre. Puede ser extravertido o puede ser introvertido, puede hacer lo que quiera. Su libertad escoge en cada momento lo que debe hacer.
Pero a los seres humanos les imponemos un patrón que les exige ser coherentes. Se da mucho valor a la coherencia. Decimos: «Ese hombre es tan coherente… Es una gran persona, es muy coherente». Pero ¿qué quieres decir con «coherencia»? Coherencia significa que esa persona está muerta, que ya no está viva. El día que se volvió coherente dejó de estar viva y desde entonces no ha vuelto a vivir.
Cuando dices, «En mi marido se puede confiar», ¿qué estás queriendo decir? Que ha dejado de querer, que ha dejado de vivir y ahora ya no le atrae ninguna otra mujer. Si no le atraen otras mujeres, ¿cómo puede ser que tú le sigas atrayendo? Tú también eres una mujer. En realidad, ahora está fingiendo. Si un hombre está vivo y ama, cuando ve a una mujer hermosa se siente atraído. Cuando una mujer está viva, ama y tiene energía, si ve a un hombre guapo, ¿cómo no va a sentirse atraída? ¡Es tan natural! No digo que tenga que irse con él, pero la atracción es algo natural. Puede decidir no irse con él, pero negar la atracción es negar la vida misma.
El zen dice: mantente fiel a tu libertad. Entonces surge en ti un tipo de ser completamente distinto, inesperado, imprevisible. Religioso, pero no moral. No es inmoral sino amoraclass="underline" está más allá de la moralidad, más allá de la inmoralidad.
Esta es la nueva dimensión de la vida que nos ofrece el zen. Hasta ahora has vivido en una realidad completamente distinta y esta realidad no tiene nada que ver con aquella. Tiene una cualidad nueva, esa cualidad es la ausencia de carácter.
Esta palabra a veces hace mucho daño, porque durante demasiado tiempo nos ha gustado la palabra «carácter». Decimos: «Ese hombre tiene carácter». Pero ¿has observado qué sucede? Una persona con carácter es una persona muerta. Una persona con carácter se puede encasillar porque es una persona previsible. Una persona con carácter no tiene futuro, solo tiene pasado.
Escucha: una persona con carácter solo tiene pasado, porque carácter significa pasado. La persona sigue repitiendo el pasado como si fuese un disco rayado. Repite lo mismo una y otra vez. No tiene nada nuevo que decir. No tiene nada nuevo que vivir, no tiene nada nuevo que ser. Y decimos que esa persona es una persona con carácter. Puedes confiar en ella, puedes contar con ella. No faltará a sus promesas, sí, eso es verdad. Esa persona resulta muy práctica, tiene una gran utilidad social, pero está muerta, es una máquina.
Las máquinas tienen carácter, puedes contar con ellas. Ese es el motivo por el que, poco a poco, vamos sustituyendo a los seres humanos por máquinas. Las máquinas son más previsibles, tienen mejor carácter, puedes contar con ellas.
No se puede confiar en un caballo tanto como en un coche. El caballo tiene cierta personalidad: hay días que no está de buen humor, otras veces no quiere ir por donde tú quieres y otras veces está muy rebelde. A veces simplemente se planta y no quiere moverse. Tiene alma; no siempre puedes contar con él. Pero un coche no tiene alma. Es un conjunto de piezas ensambladas, no tiene un centro. Va por donde tú quieras que vaya. Si quieres que el coche se tire por un acantilado, el coche lo hará. El caballo te dirá: «¡Espera! Si quieres suicidarte puedes hacerlo tú solo porque yo no voy a hacerlo. Salta si quieres. Yo no pienso saltar». Pero el coche no te dirá que no, no tiene alma para decir que no. Nunca dice ni sí ni no.
A veces, ni siquiera la mente de un gran matemático quiere funcionar. Pero el ordenador seguirá trabajando las veinticuatro horas del día, día tras día, año tras año; no se le ocurre dejar de trabajar. Una máquina tiene carácter, un carácter en el que se puede confiar. Eso es lo que hemos estado intentando hacer. Primero, hemos intentado convertir a las personas en máquinas pero como no lo hemos conseguido al cien por cien, poco a poco, hemos empezado a inventar máquinas con las que podamos sustituir a las personas. Antes o después, las personas serán reemplazadas por máquinas en todas partes. Las máquinas lo harán mucho mejor, de forma más eficiente, más fiable y más rápido.
El ser humano tiene estados de ánimo porque tiene alma. Como tiene alma, solamente puede ser auténtico si no tiene carácter. ¿A qué me refiero cuando digo «no tener carácter»? Me refiero a que el hombre se olvida de su pasado, no vive de acuerdo con su pasado y por eso es imprevisible. Vive momento a momento, en el presente. Ve lo que hay a su alrededor y vive, mira lo que tiene alrededor y vive, siente lo que tiene alrededor y vive. No tiene ideas fijas sobre la forma de vivir, sino intuición. Su vida es una corriente constante. Es espontáneo, a eso me refiero cuando digo que un hombre no tiene carácter. Es espontáneo.
Sabe responder y, cuando le dices algo, responde sin repetir una fórmula. Te responde, en este momento, a esta pregunta, a esta situación. No está respondiendo a otra situación aprendida. Te responde a ti, te observa. No está reaccionando sino que está respondiendo. La reacción es algo que surge del pasado.