Выбрать главу

Un maestro zen preguntó una vez: «¿Cuál es el secreto de Buda? ¿Qué es lo que transmitió a Mahakashyapa cuando le dio una flor? ¿Por qué dijo "Le entrego a Mahakashyapa lo que no he conseguido darle a nadie más, porque los demás solamente comprenden las palabras mientras que Mahakashyapa comprende el silencio"?».

Buda llegó ese día con una flor de loto en las manos. Todos sus discípulos no hacían más que mirar; estaban preocupados y cada vez más inquietos. Buda no decía nada, simplemente miraba la flor de loto… como si se hubiese olvidado de toda la gente que estaba ahí reunida.

Pasaron los minutos, pasó una hora, y todos empezaron a estar muy impacientes. Entonces, Mahakashyapa se echó a reír. Buda le llamó, le entregó la flor y le dijo: «Todo lo que puedo transmitir a través de las palabras se lo he dado a los demás. Lo que no puedo transmitir a través de las palabras te lo doy a ti, Mahakashyapa. Guárdalo hasta que encuentres a alguien que pueda recibir el mensaje en silencio».

El maestro zen preguntó a sus discípulos: «¿Cuál era el secreto? ¿Qué es lo que le entregó con la flor de loto? ¿Qué sucedió en ese momento?». Un discípulo se puso de pie, empezó a bailar y salió corriendo. Y el maestro dijo: «Muy bien, es exactamente eso».

Pero, esa noche, otro maestro del mismo monasterio fue a ver a este maestro y le dijo: «No deberías estar de acuerdo tan rápido; sospecho que has dado tu aprobación demasiado pronto».

Entonces el maestro buscó al discípulo que se había puesto a bailar y al que le había dicho: «Es exactamente eso», y por la noche volvió a hacerle la misma pregunta: «¿Qué es lo que Buda le entregó a Mahakashyapa con la flor de loto? ¿Qué es lo que Mahakashyapa comprendió cuando sonrió? ¿Qué fue? Dame la respuesta».

El joven se puso a bailar y, ¡el maestro le propinó un golpe! «Estás equivocado, completamente equivocado», dijo el maestro.

El discípulo respondió: «Pero, si esta mañana me has dicho que tenía razón».

«Sí -dijo el maestro-, por la mañana estaba bien, pero por la noche está mal. Estás repitiendo. Por la mañana creí que era una respuesta, pero ahora sé que ha sido una reacción.»

Cada vez que se hace la pregunta, la respuesta, si es una respuesta, tiene que ser diferente. La pregunta puede ser la misma, pero todo lo demás no es lo mismo. Por, la mañana, cuando el maestro preguntó, estaba saliendo el sol, los pájaros estaban cantando y la gente que estaba reunida… había mil monjes sentados meditando; era un mundo completamente distinto. Sí, la pregunta es la misma, la formulación lingüística es la misma, pero todo el resto ha cambiado, la gestalt ha cambiado. Por la noche es completamente diferente; el maestro está solo con su discípulo en su celda. El so! ya no está en el cielo, los pájaros ya no están cantando y no hay nadie más. El maestro ha cambiado. En esas pocas horas el río ha corrido, ha bañado nuevos prados y ha entrado en nuevos territorios. La pregunta aparentemente es la misma, pero el discípulo no ha variado porque piensa: «Ya sé la respuesta».

No, en la vida real nadie conoce las respuestas, en la vida real tienes que responder. En la vida real no puedes tener las respuestas preparadas de antemano, respuestas fijas, fórmulas. En la vida real tienes que estar abierto, pero el discípulo no lo comprendió.

Un hombre sin carácter es un hombre que no tiene respuestas ni filosofía, ni una idea preconcebida de cómo deberían ser las cosas. Sea lo que sea, él permanece abierto. Es un espejo que refleja.

¿No lo has observado? Cuando te pones delante de un espejo, si estás enfadado el espejo reflejará tu rostro enfadado; si estás sonriente el espejo reflejará tu rostro sonriente. Si eres viejo el espejo reflejará tus años, si eres joven el espejo reflejará tu juventud. No puedes decirle al espejo: «Ayer me reflejaste riendo, y ¿hoy por qué me estás reflejando enfadado y triste? ¿Qué quieres decir? No eres consecuente. ¡No tienes carácter! Me voy a deshacer de ti».

El espejo no tiene carácter, y el hombre de verdad es como un espejo.

El zen no juzga. El zen no valora. El zen no impone a nadie un carácter, porque para imponer un carácter tienes que haber valorado: bueno o malo. Para imponer un carácter tienes que crear deberías y no deberías; tienes que crear unos mandamientos. Para imponer un carácter tienes que ser un Moisés, no puedes ser un Bodhidharma. Para imponer un carácter tienes que provocar miedo y codicia. Si no ¿quién te va a escuchar? Tienes que ser como B. F. Skinner y tratar a las personas como si fuesen ratas, entrenarlas, castigarlas, recompensarlas, para obligarles a comportarse según un patrón determinado.

Eso es lo que han hecho con vosotros. Vuestros padres lo han hecho, vuestra educación lo ha hecho, y lo han hecho vuestra sociedad y vuestros estados. El zen dice: ya está bien, salta de ahí, abandona todo ese sin sentido, empieza a ser tú mismo. No significa que el zen te deje sumido en el caos, sino todo lo contrario. El zen, en vez de darte un carácter y una conciencia que pueda manipular ese carácter, te ofrece un estado consciente.

Esta es la diferencia que hay que tener en cuenta y recordar. Las demás religiones te ofrecen conciencia. El zen brinda un estado consciente. Conciencia significa: «Esto es bueno y esto es malo. Haz esto y no hagas lo otro». Pero estado consciente simplemente significa: «Sé un espejo, refleja y responde». La respuesta es correcta, la reacción es incorrecta. Ser responsable no significa obedecer ciertas normas; ser responsable significa tener capacidad de respuesta.

El zen te vuelve luminoso desde tu interior, no es una imposición del exterior, no se cultiva desde fuera ni constituye una armadura o un mecanismo de defensa. No se ocupa de la periferia, sino que simplemente enciende una lámpara en tu interior, en el centro mismo de tu ser; esa luz se va expandiendo… y llega un momento en el que toda tu personalidad es luminosa.

¿Cómo surgió esa perspectiva o ese enfoque zen? Surgió de la meditación. Es la cima suprema de la conciencia meditativa. Si meditas verás que, poco a poco, todo está bien, todo es lo que debería ser. Surge tathata, o la visión de que las cosas son como son. Entonces, al ver a un ladrón no piensas que tendría que transformarse, sino que respondes simplemente. Ya no piensas que es malo. Cuando no piensas que una persona es mala, malvada, estás dándole la oportunidad de transformarse. Estás aceptando al ser humano tal como es, y esa aceptación trae consigo la transformación.

¿Has observado que eso ocurre también en tu vida? Cuando alguien te acepta totalmente, incondicionalmente, empiezas a cambiar. Esta aceptación te da la valentía… cuando alguien te quiere simplemente como eres, ¿no has comprobado que algo cambia milagrosamente y empieza a cambiar de una manera muy rápida? Simplemente la aceptación de ser querido tal como eres -sin esperar nada de ti-, te da alma, te equilibra, te devuelve la confianza y te da fe. Te hace sentir que eres, que no tienes que cumplir expectativas, que puedes ser y que tu ser original es respetado.

Incluso aunque solo encuentres una sola persona que te respete totalmente -porque todo juicio es una falta de respeto-, que te acepta como eres, que no te exige nada y que dice: «Sé como eres. Sé auténticamente tú mismo. Te quiero. Te quiero a ti y no lo que haces. Te quiero tal como eres en tu esencia más profunda. No me interesa tu apariencia ni tu ropa. Amo tu ser y no lo que posees. No me interesa lo que posees, solo me interesa una cosa y es lo que eres. Y eres inmensamente bello…»

Eso es el amor. Por eso el amor es tan nutritivo. Cuando encuentras a una mujer o a un hombre que simplemente te quiere -por ningún motivo en concreto, por el placer de amar-, el amor te transforma. De repente aparece otra persona, alguien que nunca has sido. De repente desaparece toda la tristeza y la apatía. De repente encuentras el paso en tu danza, la canción en tu corazón. Empiezas a actuar de un modo distinto, surge la gracia.