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El zen tiene una perspectiva fundamental y completamente distinta. El maestro no dice que el dinero sea sucio y que no deberías ir detrás del dinero de los demás. ¿Qué tiene el dinero que ver con los demás? El dinero no es de nadie. Por eso, decirle a alguien: «Tú eres un ladrón», es creer en la propiedad privada. Es creer que alguien lo puede tener justamente y otro injustamente, que alguien tiene el derecho de poseerlo y otro no.

Robar está mal visto a consecuencia de la mentalidad capitalista del mundo; forma parte de la mente capitalista. La mente capitalista dice que el dinero pertenece a alguien; pertenece a alguien por derecho y nadie se lo debería quitar.

Pero el zen dice que nada pertenece a nadie, nadie tiene nada por derecho. ¿Cómo puedes ser dueño del mundo? Llegas al mundo con las manos vacías y te vas con las manos vacías, no puede pertenecerte. No pertenece a nadie; todos lo usamos. Y estamos todos aquí juntos para usarlo. Este es el mensaje: «¡Toma el dinero! Pero déjame un poco a mí también. Yo también estoy aquí para usarlo, tanto como tú».

¡Qué actitud más práctica, más empírica! ¡Y qué desapegada del dinero! En el juicio dijo: «… este hombre no es un ladrón…» ha convertido al ladrón en un amigo. Dice: «En lo que a mí respecta… No puedo hablar por los demás, ¿cómo voy a hablar por los demás? Solo sé que yo le di el dinero y él me dio las gracias. Y se acabó, las cuentas están claras. Ya no me debe nada. Me ha dado las gracias, ¿qué más puedo pedir?».

Como mucho, podemos dar las gracias. Podemos dar las gracias a la existencia por todo lo que nos ha dado, ¿qué más podemos hacer?

Cuando cumplió su condena y salió de la cárcel, este hombre se convirtió en discípulo de Shichiri.

¿Qué más puedes hacer con alguien como Shichiri? Tienes que convertirte en su discípulo. Ha convertido al ladrón en un sannyasin. Esta es la alquimia del maestro, nunca pierde una oportunidad. Utiliza cualquier oportunidad que se presente; incluso si es un ladrón quien llega hasta el maestro, acabará convirtiéndose en sannyasin.

Entrar en contacto con un maestro es transformarse. Tal vez hayas ido por otro motivo, tal vez no hayas ido por el maestro; el ladrón no estaba allí por el maestro. En realidad, si hubiese sabido que en esa choza vivía un maestro no se habría atrevido a entrar. Solo iba en busca de dinero y se tropezó con el maestro por casualidad. Pero aunque te encuentres con un buda por casualidad, te cambiará totalmente. Nunca volverás a ser la misma persona.

Muchos de vosotros estáis aquí por casualidad. No me estabais buscando, no estabais detrás de mí. Habéis llegado aquí por mil y una casualidades. Pero cada vez se hace más difícil irse.

Un maestro no predica, nunca dice qué hay que hacer. Bodhi-dharma dice: «El zen no tiene nada que decir, pero el zen tiene mucho que mostrar». Este maestro le mostró al ladrón un camino. Le transformó, y lo hizo con una gran habilidad. Debía de ser un gran cirujano porque operó a este hombre del corazón… sin hacer el menor ruido. Destruyó completamente a este hombre y lo volvió a crear. Y el hombre ni siquiera se dio cuenta de qué había sucedido. Esto es el milagro de un maestro.

Hay un sutra del zen que dice: «El hombre de conocimiento no rechaza el error». Cuando lo conocí, mi corazón saltó de alegría. Recita este sutra en el fondo de tu corazón: el hombre de conocimiento no rechaza el error.

Y otro maestro, hablando sobre este sutra -se llamaba Oha-sama-, comentó: «No es necesario buscar la verdad en primer lugar, porque está presente en todas partes, incluso en el error. Por eso, quien rechaza el error está rechazando la verdad».

¡Estas personas son asombrosas! Quien rechaza el error rechaza la verdad. ¿Puedes ver la belleza que hay en ello? ¿Ves el punto de vista tan radical y revolucionario? Shichiri no rechazó al hombre porque fuese un ladrón ni por su error, porque detrás de ese error hay una existencia divina, un dios. Si rechazas el error también rechazas al dios. Al rechazar el error estás rechazando la verdad que hay oculta dentro de él.

Él acepta el error para aceptar la verdad. Cuando la verdad aflora, cuando se acepta y se extiende, el error desaparece espontáneamente. No tienes que luchar con la oscuridad; ese es el significado, simplemente enciende una vela. No tienes que luchar con la oscuridad, basta con que enciendas una vela. El maestro encendió una vela en el interior de ese hombre.

Hay otra historia exactamente igual sobre otro maestro pero todavía un poco más zen:

A medianoche, mientras el maestro Taigan estaba escribiendo una carta, un ladrón entró en su habitación con una espada desenvainada. Mirando al ladrón, el maestro dijo: «¿Qué quieres, el dinero o la vida?».

Esta historia es más zen porque al ladrón no le da la oportunidad de decir nada. Shichiri al menos le dio una última oportu-. nidad; el ladrón pudo preguntarle a Shichiri:«… entró un ladrón armado con una afilada espada y le exigió el dinero o la vida». Taigan ha mejorado la historia. Tal vez, Taigan apareció un poco más tarde y conocía la historia de Shichiri. No brinda muchas oportunidades al ladrón sino que sencillamente le dice: «¿Qué quieres, el dinero o la vida? Las dos cosas son irrelevantes, llévate lo que necesites, tú eliges».

«He venido a por el dinero», respondió el ladrón un poco asustado.

Ese hombre -nunca se había encontrado con un dragón como este- dijo: «¿Qué quieres, el dinero o mi vida?». Estaba dispuesto a darlo todo: «Puedes escoger». Sin reproche ni nada por el estilo. Aunque hubiese escogido su vida, Taigan se la habría dado. Todo lo que nos puede ser quitado es mejor darlo. Tarde o temprano, hasta la vida misma desaparecerá, ¿para qué preocuparse por ello? La muerte llegará; deja que el ladrón disfrute un momento.

«He venido a por el dinero», respondió el ladrón un poco asustado.

El maestro sacó su bolsa y se la entregó diciendo: «¡Tómalo!». Después siguió escribiendo su carta como si no pasara nada.

El ladrón empezó a sentirse incómodo con tantas facilidades y se marchó de la habitación muy sorprendido. «¡Eh! ¡Espera un momento!», dijo el maestro.

El ladrón dio un paso atrás estremeciéndose. «¿Por qué no cierras la puerta?», le dijo el maestro.

Días más tarde, el ladrón fue capturado por la policía y dijo: «Llevo años robando pero nunca he tenido tanto miedo como cuando ese maestro budista me llamó y dijo: "¡Eh! ¡Espera un momento!"; todavía estoy temblando de miedo».

«Ese hombre es muy peligroso y no podré olvidarlo jamás. El día que salga de la prisión iré a buscarle. Nunca había conocido a alguien como él, ¡de esa calidad! Yo tenía en la mano una espada desenvainada, pero eso no es nada. Él sí que es una espada desenvainada.»

Solo estas palabras: «¡Eh! ¡Espera un momento!», y el ladrón dijo: «Todavía estoy temblando de miedo».

Cuando te encuentras con un maestro, es el maestro quien te mata. ¿Cómo puedes matar a un maestro? Aunque hayas desenvainado tu espada no podrás matar a un maestro; el maestro te matará a ti. Y mata de una forma tan sutil que nunca te darás cuenta de que te ha matado. Solo te darás cuenta cuando vuelvas a nacer. De repente, un día ya no eres el mismo. De repente, un día, tu viejo yo ha desaparecido. De repente, un día, todo es nuevo, los pájaros cantan y te salen hojas nuevas. El río estancado fluye de nuevo y va hacia el mar. Y otra historia:

Un maestro zen había estado en la cárcel varias veces.

… ¡Ahora un paso más! Estas personas zen realmente son excéntricas, locas, pero hacen cosas maravillosas. «Un maestro zen había estado en la cárcel varias veces.» Bueno, una cosa es perdonarle a un ladrón, creer que no es malo, pero otra muy diferente es que él mismo vaya a la cárcel. Y no solamente una vez, sino muchas, por robar a sus vecinos cosas insignificantes. Los vecinos lo sabían y estaban un poco perplejos: ¿por qué nos roba este hombre y, para colmo, cosas insignificantes? Pero en cuanto salía de la cárcel volvía a robar y acababa de nuevo entre rejas. Hasta los jueces estaban desconcertados. Pero su deber era mandarle a la cárcel puesto que él confesaba su delito. Nunca decía: «Yo no he robado».