La mente jurídica dice: Dios es la ley. Pero la mente jurídica no puede saber qué es Dios porque Dios es otra forma de decir amor. La mente jurídica no puede alcanzar esa dimensión. La mente jurídica responsabiliza de todo a los demás: a la sociedad, a la estructura económica y a la historia. Para la mente jurídica, los demás siempre son culpables. El amor se hace responsable de sí mismo; siempre soy yo el responsable, no tú.
Cuando entiendes que tú eres el responsable empiezas a florecer. La ley es una excusa. Es una astucia de la mente para que puedas seguir protegiéndote y defendiéndote. El amor es vulnerable, pero la ley es una medida defensiva. Cuando amas a alguien no hablas de leyes. Cuando amas, la ley desaparece, porque el amor es la ley suprema. No precisa otras leyes, se basta consigo mismo. Y cuando el amor te protege no necesitas otra protección. No seas legalista, de lo contrarío te perderás todo lo bello de la vida. No seas un abogado, sé un amante, de lo contrario te seguirás protegiendo y al final te darás cuenta de que no hay nada que proteger; solo has estado protegiendo un ego vacío. Y siempre puedes encontrar medios y formas de proteger el ego vacío.
He oído una anécdota sobre Oscar Wilde. El estreno de su primera obra de teatro fue un fracaso absoluto, un fiasco. Cuando salió del teatro, sus amigos le preguntaron: «¿Qué tal ha ido?». Él dijo: «La obra ha sido un éxito, pero el público ha sido un fracaso».
Así es la mentalidad jurídica, siempre está intentando proteger al ego vacío; no es más que una pompa de jabón: dentro no tiene nada, está llena de vacío y no hay nada. Pero la ley sigue protegiéndolo. Recuerda, en cuanto te vuelves legalista, en cuanto empiezas a ver la vida a través de la ley -puede ser la ley del gobierno o la ley de la iglesia, eso no cambia nada-, en cuanto empiezas a ver la vida a través de la ley, a través de un código moral, de las escrituras o de los mandamientos, empiezas a perdértela.
Hay que ser vulnerable para saber qué es la vida; hay que estar totalmente abierto, inseguro. Hay que estar dispuesto a morir para conocerla; solo así podrás conocer la vida. Si tienes miedo a la muerte nunca conocerás la vida, porque la muerte no puede conocer. Si no tienes miedo a la muerte, si estás dispuesto a conocerla, conocerás la vida, la vida eterna que nunca muere. La ley es miedo escondido, el amor es la expresión de la ausencia de miedo.
Cuando amas el miedo desaparece, ¿te has dado cuenta? Cuando amas no existe el miedo. Cuando amas a alguien el miedo desaparece. Cuanto más amas, más desaparece el miedo. Si amas totalmente, el miedo está absolutamente ausente. El miedo solo surge cuando no amas. El miedo es ausencia de amor, la ley es ausencia de amor porque básicamente es una defensa de tu tembloroso corazón interno; tienes miedo y quieres protegerte.
Si una sociedad se sustenta en la ley, esa sociedad estará dominada por el miedo. Cuando una sociedad se sustenta en el amor, el miedo desaparece y no es necesaria la ley, no son necesarios los tribunales, ni son necesarios el cielo y el infierno. El infierno es una actitud jurídica; el castigo proviene de una mentalidad jurídica. La ley dice que si haces el mal serás castigado y si haces el bien serás recompensado. Y luego están las llamadas religiones: dicen que si cometes un pecado te mandarán al infierno. ¡Imagínate ese infierno! Las personas que han inventado la idea del infierno deben de haber sido profundamente sádicas. Han representado el infierno de manera que han tomado todas las medidas posibles para que sufras. Y también han inventado el cielo; el cielo para ellos y sus seguidores, el infierno para los que no les siguen y no creen en ellos. Pero estas actitudes son legalistas, es la misma actitud que el castigo criminal. Y el castigo ha fallado.
No se puede detener el crimen, el castigo no ha podido detenerlo. Sigue aumentando porque, de hecho, la mentalidad jurídica y la mentalidad criminal son dos caras de la misma moneda; no son diferentes. Todas las mentes jurídicas son esencialmente criminales y todas las mentes criminales pueden convertirse en buenas mentes jurídicas, porque tienen el potencial. No son dos mundos independientes; forman parte del mismo mundo. El crimen sigue aumentando y la ley se va volviendo cada vez más complicada y compleja.
El hombre no ha cambiado debido al castigo sino que, en realidad, se ha vuelto más corrupto. Los tribunales no lo han cambiado pero lo han corrompido más. Y tampoco han servido los conceptos de recompensa, cielo o respetabilidad. Ya que el infierno depende del miedo y el cielo depende de la codicia; son estos dos conceptos, miedo y codicia, el problema. ¿Cómo vas a cambiar a la gente por medio de ellos? Son enfermedades, y la mente jurídica insiste en decir que son medicinas.
Es necesaria una actitud completamente distinta, la actitud del amor. Cristo aporta amor al mundo. Destruye la ley, el mismo fundamento de la ley. Ese fue su crimen y por eso le crucificaron, porque estaba destruyendo los cimientos de esta sociedad criminal; estaba destruyendo el pilar fundamental del mundo criminal, de las guerras, la violencia y la agresión. Proporcionó un pilar fundamental completamente nuevo. Hay que intentar comprender estas líneas en toda su profundidad.
Entonces, uno de ellos, que era doctor en leyes, le hizo una pregunta tentándole y diciendo…
«Tentándole.» Quería arrastrar a Jesús a una discusión legalista. Hay muchas ocasiones en la vida de Jesús en las que le tentaron a bajar de las alturas del amor a los oscuros valles de la ley. Y la gente que intentó tentarle era muy capciosa. Por el tipo de preguntas que le hacían, si Jesús no hubiese sido un ser realizado, habría caído en la trampa. Le planteaban lo que en la lógica se llama un dilema: respondas lo que respondas, estás perdido. Si dices una cosa estás perdido, pero si dices lo contrario también estás perdido.
Seguro que conoces esta famosa historia. Él está sentado a la orilla del río, la gente se acerca llevándole a una mujer. Le dicen que esta mujer ha cometido un pecado: «¿Tú qué opinas?». Le están tentando porque las escrituras antiguas dicen que cuando una mujer comete un pecado, hay que lapidarla hasta la muerte. Ahora le están dando a Jesús dos alternativas. Si sigue las escrituras, entonces le preguntarán: «¿Dónde ha ido a parar tu concepto del amor y la compasión? ¿No eres capaz de perdonarla? ¿De manera que todo lo que dices sobre el amor no es más que palabrería?». No tiene salida. Pero si dice: «Perdonadla», ellos contestarán: «Entonces estás en contra de las escrituras; y tú has estado diciendo a la gente "Yo vendré a cumplir las escrituras, no a destruirlas"». Esto es un dilema, estas son las dos únicas alternativas.
Pero la mente jurídica no se da cuenta de que un hombre de amor tiene una tercera alternativa que la mente jurídica no conoce, porque la mente jurídica solo puede pensar en opuestos. Para la mente jurídica solo existen dos alternativas, sí o no. No sabe nada de la tercera alternativa, a la que De Bono ha denominado po; la primera sí, la segunda no y la tercera alternativa es po. No es ni sí ni no, sino completamente diferente. Jesús es el primer hombre en el mundo que dijo po. No utilizó ese término, el término ha sido inventado por De Bono, pero dijopo, en realidad lo hizo. Él dijo a la multitud: «Solo aquellos de entre vosotros que no hayan pecado nunca y nunca hayan pensado en cometer un pecado, que den un paso al frente. Coged las piedras con vuestras manos y matad a esta mujer». Pero no había ni una sola persona que no hubiese cometido un pecado o que nunca hubiese pensado en cometerlo.
Tal vez haya gente que no ha cometido nunca un pecado pero pueden estar pensando constantemente en ello. En realidad, es inevitable que lo hagan. La gente que comete pecados no piensa tanto en ello. Los que no lo hacen están constantemente pensando o fantaseando sobre ello. Y en el fondo de tu ser, no hay ninguna diferencia entre pensar o actuar.
Poco a poco la gente empezó a desaparecer. Los que estaban en primera fila se fueron hacia atrás, los juristas expertos de la sociedad y los ciudadanos eminentes de la ciudad empezaron a irse. Este hombre había usado una tercera alternativa. No dijo sí ni dijo no. Dijo: «Sí, matad a esta mujer, pero solo pueden hacerlo quienes no hayan cometido nunca un pecado ni hayan pensado en cometerlo». La multitud desapareció. Dejaron a Jesús solo con la mujer; ella cayó a sus pies y le dijo: «Realmente he cometido un pecado, soy una mala mujer. Puedes castigarme».
Jesús le respondió: «¿Quién soy yo para juzgarte? Esto es un asunto entre tú y tu Dios. Es algo entre tú y la existencia. ¿Quién soy yo para interferir? Si te das cuenta de que has hecho algo mal, no vuelvas a hacerlo».
Estas situaciones se repetían continuamente. La gente solo estaba interesada en llevar a Jesús a una disputa en la que pudiera salir ganadora la mente jurídica. No puedes discutir con una mente jurídica, si lo haces te derrotará, porque la mente jurídica es muy eficiente en la discusión. Adoptes la posición que adoptes -eso no importa- serás derrotado.
Jesús no podía ser derrotado porque nunca discutía. Esta era una de las señales, uno de los signos de que había alcanzado el amor. Se mantenía en su cumbre; nunca descendía.
Entonces, uno de ellos, que era doctor en leyes, le hizo una pregunta tentándole y diciendo: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?».