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Te estás perdiendo el amor por intentarlo demasiado. Todo el mundo está buscando amor, puedes llamarlo Dios, puedes llamarlo lo que quieras, pero en el fondo estás buscando amor. Pero no eres capaz, y no porque no lo hayas intentado sino por haberlo intentado demasiado.

El amor es algo que sucede; no se puede forzar. Por haberte obligado a amar, tu amor ha sido falsificado desde el principio, está envenenado desde su origen. No le digas nunca a un niño -no cometas ese pecado-, «Ama a tu madre». Ama al niño y permite que suceda al amor. No le digas: «Ámame porque soy tu madre o tu padre. Ámame». No se lo impongas, si no tu hijo no lo conseguirá nunca. Simplemente ama a tu hijo, y en un medio cariñoso sucede que un día hay sintonía. La armonía está en el órgano más profundo de tu ser. Algo se pone en marcha, surge una melodía, una armonía, y entonces sabes que esa es tu naturaleza. Pero no intentes crearla; simplemente relájate y permite que salga.

Este es el primer gran mandamiento. Jesús está usando el lenguaje de un abogado porque le está respondiendo, pero el amor no es un mandamiento ni puede serlo.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El primero es, ama a tu Dios. «Dios» quiere decir la totalidad, el Tao, Brahma. Dios no es una palabra demasiado precisa, Tao es mucho mejor, el todo, la totalidad, la existencia. Ama la existencia; eso es lo primero, lo más esencial.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

… porque es difícil encontrar a Dios y es difícil amar a Dios cuando todavía no lo has encontrado. ¿Cómo puedes amar a Dios sí no lo conoces? ¿Cómo puedes amar lo desconocido? Necesitas algún vínculo, necesitas tener familiaridad, ¿cómo puedes amar a Dios? Parece absurdo y es absurdo. De ahí el segundo mandamiento.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Leí una historia que me gustó. Un hombre docto le preguntó al rabino Abraham:

– Dicen que das a la gente drogas misteriosas y que tus drogas son efectivas. Dame una para que pueda lograr tener temor de Dios.

– No conozco ninguna droga para el temor de Dios -respondió el rabino-, pero si quieres, puedo darte una para el amor de Dios."

– ¡Eso es mejor todavía! -exclamó el erudito-. ¡Dámela!

– Es el amor hacia nuestros semejantes -respondió el rabino.

Si realmente quieres amar a Dios, tienes que empezar por amar a tus semejantes porque son los que están más cerca de ti. Y, poco a poco, las ondas de tu amor se irán expandiendo. El amor es como el guijarro que tiras a un lago tranquilo; surgen ondas que empiezan a extenderse hasta las lejanas orillas. Pero en primer lugar está el golpe del guijarro en el lago; cerca del guijarro surgen las ondas que se van extendiendo a lo lejos. Primero tienes que amar a los que son como tú, porque los conoces, porque con ellos, ai menos, puedes sentir cierta familiaridad, cierta intimidad. Después el amor puede seguir expandiéndose. Después puedes amar a los animales, a los árboles o a las piedras. Y solo entonces puedes amar la existencia como tal, pero nunca antes.

De manera que amando a los seres humanos ya has dado el primer paso. Pero en este desafortunado mundo siempre sucede lo contrario: la gente ama a Dios y mata a los seres humanos. Dicen que necesitan matar por su amor a Dios. Los cristianos matan a los musulmanes, los musulmanes matan a los cristianos, los hindúes matan a los musulmanes y los musulmanes matan a los hindúes, porque todos aman a Dios; matan a otros seres humanos en nombre de Dios. Sus dioses son falsos. Porque si tu Dios es verdadero, si realmente has conocido el significado de la divinidad, si te has dado cuenta -aunque solo sea un poco-, si has tenido algún vislumbre de qué es la divinidad, amarás a los seres humanos, a los animales, a los árboles, a las rocas, ¡amarás el amor! El amor se convertirá en tu estado natural. Pero si no puedes amar a los seres humanos, no te engañes, los templos no te van a ayudar.

Puedes decir no a Dios, pero nunca digas no a los seres humanos, porque si dices no a los seres humanos, estarás bloqueando el camino y nunca podrás alcanzar la divinidad. Di no a la iglesia, di no al templo -no pasa nada por eso-, pero nunca digas no al amor, porque ese es el verdadero templo. Los demás templos son monedas falsas, imágenes falsas, no son auténticas. Solo hay un auténtico templo y es el templo del amor. Nunca le digas no al amor; encontrarás la divinidad porque no podrá esconderse mucho tiempo.

En el segundo mandamiento, Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» porque, de hecho, tú eres toda la humanidad, con muchas caras y muchas formas. ¿No te das cuenta? Tu vecino no es otro que tú, tu propio ser con una apariencia y una forma diferentes.

Muchos ríos del mundo tienen nombres de colores. En China está el río Amarillo, en alguna parte de Sudáfrica tienen el río Rojo. En Estados Unidos he oído que está el río Blanco y el río Verde. El río en sí mismo no tiene color; el agua es incolora, pero el río toma el color del terreno por el que pasa, el color de los arbustos de los márgenes. Si pasa por el desierto, por supuesto tiene un color diferente; si pasa por un bosque, se refleja el bosque -los matorrales, el follaje-, y tiene un color diferente. Si pasa por un terreno donde el barro es amarillo, se vuelve amarillo. Pero los ríos no tienen color. Y todos los ríos, se llamen blanco, verde o amarillo, llegan naturalmente a su fin, a su destino, desembocan en el océano y se convierten en el océano.

Vuestras diferencias son a causa del terreno. Vuestros colores son diferentes debido al terreno. Pero la cualidad más íntima del ser es incolora; es la misma. Hay negros y hay blancos, otros están justo en el medio: los indios; otros son amarillos: los chinos… hay muchos colores. Pero recuerda, estos colores son los colores del terreno del cuerpo por el que pasas. No son tus colores, tú eres incoloro. Tú no eres el cuerpo, tampoco eres la mente ni eres el corazón. Vuestras mentes difieren porque tienen condicionamientos distintos, vuestro cuerpo es diferente porque ha pasado por un terreno distinto, por una herencia distinta; pero no sois diferentes.

Jesús dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Como te amas a ti mismo, ama a tu prójimo. Y una cosa muy básica que los católicos han olvidado completamente es que Jesús dice «Ámate a ti mismo». A menos que te ames a ti mismo, no podrás amar a tu prójimo. La llamada cristiandad te ha estado enseñando el odio hacia ti mismo, el rechazo hacia ti mismo. Ámate porque eres lo más próximo a la divinidad. Ahí es donde tiene que surgir la primera onda. ¡Ámate! Amarse a uno mismo es lo más fundamental; si quieres ser religioso, el fundamento consiste en amarte a ti mismo. Sin embargo las llamadas religiones solo te están enseñando el odio hacia ti mismo: «Condénate a ti mismo, eres un pecador, eres culpable, esto y aquello… no mereces nada».

No eres un pecador pero te han hecho serlo. No eres culpable, porque te han dado interpretaciones de la vida equivocadas. Acéptate y ámate. Solo así podrás amar a tu prójimo, si no, no habrá ninguna posibilidad. Si no te amas a ti mismo, ¿cómo vas a amar a otro ser? Yo te enseño a amarte. Haz simplemente eso; si no puedes hacer nada más… ámate a ti mismo. Y del amor a ti mismo, poco a poco, podrás ver que el amor empieza a fluir, se empieza a expandir y alcanza a tu prójimo.

El problema actual es que te odias y quieres amar a otra persona, lo cual es imposible. Y el otro se odia a sí mismo y quiere amarte. Antes tienes que aprender la lección del amor dentro de ti mismo.

Si preguntas a Freud y a los psicoanalistas, ellos han descubierto algo muy básico. Dicen que en un principio el niño es autoerótico, onanista, se ama a sí mismo. Después se vuelve homosexuaclass="underline" los niños quieren jugar con los niños y las niñas quieren jugar con las niñas, no quieren mezclarse unos con otros. Y luego surge la heterosexualidad, el niño quiere mezciarse y amar a una niña; la niña quiere conocer a un niño y amarlo. Primero es autoerótico, después homoerótico y más tarde heteroerótico; esto es así en cuanto al sexo. Y lo mismo ocurre con el amor.

Primero, te amas a ti mismo. Después amas a tu prójimo, amas a otros seres humanos. Y después, das otro paso, y amas la existencia. Pero la base eres tú. Por tanto, no te critiques, no te rechaces. Acéptate. Lo divino ha hecho su morada en ti. La existencia te ha amado mucho, por eso ha hecho en ti su morada. La existencia ha hecho un templo de ti; lo divino está vivo dentro de ti. Si te rechazas a ti mismo, rechazas lo más próximo a la divinidad que puede haber. Y si rechazas lo más cercano es imposible que puedas amar lo que está más lejos.

Cuando Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», está diciendo dos cosas. Primero, ámate a ti mismo para que puedas ser capaz de amar a tu prójimo.

De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

En realidad, es un solo mandamiento: Ama. El amor es el único orden de cosas. Si entiendes el amor, lo has entendido todo. Si no has entendido el amor, quizá puedas saber muchas cosas, pero todo ese conocimiento está podrido. Échalo a la basura y olvídate de él. Empieza desde el principio. Vuelve a ser un niño y empieza a quererte otra vez.

Tu lago, como yo lo veo, no tiene ondas. No ha caído en él el primer guijarro del amor.

He oído una historia danesa. Recuérdala, deja que pase a formar parte de tu reflexión. La historia habla de una araña que vivía entre las tablas de un viejo establo. Un día se dejó caer por un largo hilo hasta una tabla más baja, donde vio que había más moscas y era más fácil cazarlas. Decidió vivir permanentemente en este nivel inferior y tejió una cómoda telaraña. Pero un día se fijó en el hilo por el que había bajado que subía hasta la oscuridad de arriba. «Ya no necesito este hilo-dijo-, solo está estorbando.» Lo cortó y de ese modo destruyó toda la telaraña que estaba sujeta a él.