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Hay una cosa irrefutable: está contento con su trabajo porque si no ya lo habría dejado. Sigue esforzándose. Si Dios está contento contigo, es un disparate absoluto que tú no estés contento contigo mismo. Debes estar contento contigo mismo.

Deja que la felicidad sea el valor supremo. Yo soy un hedonista. Recuerda que el criterio es siempre la felicidad. Hagas lo que hagas, sé feliz, eso es todo. No te preocupes de si es perfecto o no lo es.

¿Por qué estás tan obsesionado con la perfección? Así siempre estarás tenso, ansioso, nervioso, inquieto y en conflicto. La palabra «agonía» significa estar en conflicto, estar luchando contigo mismo constantemente; ese es el significado de agonía. Si no estás tranquilo contigo mismo estarás en agonía. No pidas lo imposible, sé natural, tranquilo, quiérete y quiere a los demás.

Y recuerda, una persona que se está condenando no puede amarse, y tampoco puede amar a los demás. Un perfeccionista no es perfeccionista solo consigo mismo, sino también con los demás. Un hombre que es duro consigo mismo inevitablemente será duro con los demás. Sus exigencias son imposibles.

En India vivía Mahatma Gandhi que era un perfeccionista, casi un neurótico. Y era muy duro con sus discípulos, ni siquiera les permitía tomar té. ¡Té! No, porque contiene cafeína. Cuando alguien tomaba té en su ashram estaba cometiendo un gran pecado. No se permitía el amor. Si alguien se enamoraba de otra persona, era un pecado tan grande que parecía que se iba a hundir el mundo por su culpa. Espiaba a sus discípulos continuamente, siempre estaba mirando por el agujero de la cerradura. Pero él también era así consigo mismo. Solo puedes ser con los demás como eres contigo mismo.

No estoy aquí para ayudarte a ser perfecto; no tengo nada que ver con un disparate así. Solo estoy aquí para ayudarte a ser tú mismo. Si eres imperfecto, no hay ningún problema; si eres perfecto, tampoco hay ningún problema.

No intentes ser imperfecto, porque eso también se puede convertir en un ideal. Tal vez ya seas perfecto, ¡en ese caso escucharme puede crearte confusión! «Este hombre dice que sea imperfecto». No es necesario. Si eres perfecto, ¡acéptalo también!

Intenta quererte. No condenes. Cuando la humanidad empiece a aceptarse, desaparecerán todas las iglesias, los políticos y los sacerdotes.

He oído esta anécdota:

Un hombre estaba pescando en las montañas, y una noche, alrededor del fuego, el guía le contó que una vez, en una excursión de pesca, había servido de guía a un sacerdote.

– Sí -dijo el guía-, era un buen hombre excepto que blasfemaba.

– ¿No me estarás diciendo que el sacerdote era inmoral? -preguntó el pescador.

– Ah, pues sí lo era -protestó el guía-. Una vez pescó una gran lubina. Cuando estaba a punto de echarla al barco, el pez se le escurrió del anzuelo.

– ¡Maldita la gracia! -le dije-. «¡Desde luego!», respondió el sacerdote. Pero esa fue la única vez que le oí usar ese lenguaje.

Esta es la mente de un perfeccionista. ¡El sacerdote no había dicho nada! Simplemente había asentido: «¡Desde luego!». Pero para un perfeccionista eso es suficiente para encontrarle una falta.

Un perfeccionista es un neurótico. Y no solo es un neurótico, sino que crea tendencias neuróticas a su alrededor. No seas perfeccionista y si alguien a tu alrededor lo es, escapa en cuanto puedas, antes de que esa persona contamine tu mente.

El perfeccionismo es una especie de profundo viaje del ego. Pensar en ti mismo en términos de ideales y perfección no es otra cosa que decorar tu ego hasta el extremo. Una persona humilde acepta que la vida no es perfecta. Una persona humilde, una auténtica persona religiosa, acepta que todos tenemos limitaciones.

Esa es mi definición de humildad. Ser humilde es no intentar ser perfecto. Una persona humilde se vuelve cada vez más total, porque no tiene nada que negar, nada que rechazar. Acepta lo que hay, sea bueno o malo. Una persona humilde es muy rica, porque acepta su totalidad, su enfado, su sexualidad o su codicia; se acepta totalmente. En esa profunda aceptación ocurre una gran transformación alquímica. Todo lo feo va desapareciendo, poco a poco, por su propia cuenta. Se vuelve cada vez más armónico y total.

No estoy a favor de los santos pero estoy a favor de las personas sagradas. Un santo es un perfeccionista; una persona sagrada es completamente distinta. Los maestros zen son sagrados; los santos católicos son santos. La misma palabra «santo» es horrible. Viene de una palabra que significa que la persona ha sido ratificada por la autoridad. ¿Quién puede autorizar a alguien a ser santo? Se trata de una especie de grado, de certificado? Pero la Iglesia se dedica a hacer cosas así de absurdas. ¡Incluso dan calificaciones postumas! Un santo puede haber muerto hace trescientos años, y la Iglesia reconsidera después sus ideas. El mundo ha cambiado, al cabo de trescientos años, pero la Iglesia le da un certificado postumo, ratifica que esa persona fue realmente un santo aunque en su momento no lo pudiéramos entender. Y ¡es posible que la propia Iglesia le haya matado! Así se convirtió en santa Juana de Arco; la mataron pero luego les resultó difícil no aceptarla. Primero la mataron, después la santificaron. Al cabo de cientos de años, encontraron sus huesos y los santificaron. Pero la habían quemado las mismas personas, la misma Iglesia.

No, la palabra «santo» no es una buena palabra. Una persona sagrada lo es gracias a sí misma, por sí misma, no porque una Iglesia decida recompensarla con santidad.

Me han contado esta anécdota:

Jacobson, que tenía noventa años, había sobrevivido a los apaleamientos en las matanzas de Polonia, a los campos de concentración de Alemania y a docenas de experiencias antisemíticas.

– ¡Dios mío! -rezaba sentado en una sinagoga-, ¿es verdad que somos el pueblo elegido?

Y oyó una voz del cielo que dijo:

– Sí, Jacobson, ¡los judíos sois mi pueblo elegido!

– Entonces -sollozó-, ¿no sería hora de que escogieses a otros?

Los perfeccionistas son los elegidos de Dios, no lo olvides. De hecho, el día que entiendas que estás creando tu propia desdicha a costa de tus ideales, te distanciarás de ellos. Entonces simplemente vivirás tu realidad, sea cual sea. Esa es la gran transformación.

No intentes ser el elegido de Dios, sé simplemente humano.

SOLO LA COMPASIÓN ES TERAPÉUTICA

Todo aquello que está enfermo en el ser humano se debe a la ausencia de amor. Todo lo que va mal en el ser humano está asociado al amor. Porque no ha sido capaz de amar, no ha sido capaz de recibir amor o no ha sido capaz de compartir su ser. Esa es la desdicha. Esto es lo que crea en su interior todo tipo de complejos.

Las heridas internas pueden salir a la superficie de muchas maneras. Pueden convertirse en enfermedades físicas o en enfermedades mentales, pero en el fondo, el hombre sufre por falta de amor. Del mismo modo que el alimento es necesario para el cuerpo, el amor es necesario para el alma. El cuerpo no puede sobrevivir sin alimento y el alma no puede sobrevivir sin amor. En realidad si no hay amor, el alma no puede llegar a nacer, no se trata de una cuestión de supervivencia.

Crees que tienes un alma, por tu temor a la muerte piensas que tienes un alma. Pero no lo sabrás hasta que hayas amado. Solo cuando amas puedes llegar a saber que eres algo más que el cuerpo, algo más que la mente.

Solo la compasión es terapéutica. ¿Qué es la compasión? La compasión es la forma más pura de amor. El sexo es una forma inferior del amor, la compasión es una forma superior del amor. En el sexo, el contacto es principalmente físico; en la compasión el contacto es principalmente espiritual. En el amor, la compasión y el sexo están entremezclados, lo físico y lo espiritual están mezclados. El amor está a mitad de camino entre el sexo y la compasión.

También puedes llamar meditación a la compasión. La forma de energía más elevada es la compasión.

La palabra «compasión» es preciosa: la mitad es «pasión»; de alguna manera la pasión se ha refinado tanto que ya no es pasión, se ha convertido en compasión.

En el sexo, utilizas a la otra persona, reduces al otro a un medio, reduces al otro a un objeto. Por eso, en una relación sexual te sientes culpable. Y esa culpabilidad es más profunda que fas enseñanzas religiosas. En una relación sexual como tal te sientes culpable, y te sientes culpable por estar reduciendo a un ser humano a una cosa, a un producto de usar y tirar.

Por eso en el sexo también sientes una especie de esclavitud, tú también estás siendo reducido a una cosa. Y tu libertad desaparece cuando eres una cosa, porque tu libertad solo existe cuando eres una persona. Cuanto más seas una persona, más libre serás; cuanto más seas una cosa, menos libre serás.

Los muebles de tu cuarto no son libres. Si cierras el cuarto con llave y vuelves al cabo de muchos años, los muebles seguirán estando en el mismo sitio; no se habrán recolocado de otra manera. No son libres. Pero si dejas a una persona en la habitación, cuando vuelvas la persona no estará igual, ni siquiera al día siguiente o al- momento siguiente. No volverás a encontrar a la misma persona. El viejo Heráclito decía: «No puedes cruzar dos veces el mismo río». No puedes cruzarte dos veces a la misma persona. Es imposible encontrarte con la misma persona dos veces, porque el ser humano es como un río, está fluyendo constantemente. Nunca sabes qué va a suceder. El futuro está sin definir.

Para una cosa el futuro está definido. Una piedra seguirá siendo una piedra. No tiene un potencial de crecimiento. No puede cambiar, no puede evolucionar. El ser humano no permanece igual, puede ir hacia atrás o ir hacia delante; puede ir al infierno o al cielo, pero nunca permanece igual. Va cambiando de un modo u otro.