Una noche, mientras Shichiri Kojun estaba recitando sutras, entró un ladrón armado con una afilada espada y le exigió el dinero o la vida.
Shichiri le respondió: «No me molestes. Puedes encontrar el dinero en ese cajón», y siguió recitando.
Poco después se detuvo y le dijo: «Mañana tengo que pagar unos impuestos, no te lo lleves todo».
El intruso recogió la mayor parte del dinero y se disponía a marchar, cuando Shichiri añadió: «Cuando te hacen un regalo debes dar las gracias». El hombre le dio las gracias y se marchó.
Unos días más tarde atraparon al tipo que confesó, entre otros, el delito contra Shichiri. Cuando llamaron a Shichiri como testigo, este dijo: «En lo que a mí respecta, este hombre no es un ladrón. Yo le di el dinero y él me dio las gracias».
Cuando cumplió su condena y salió de la cárcel, este hombre se convirtió en discípulo de Shichiri.
Jesús dijo: «No juzguéis». Esto sería totalmente zen si lo hubiese dejado ahí. Pero añadió: «…para no ser juzgados», quizá porque estaba hablando a los judíos y tenía que expresarse en sus términos. Ha dejado de ser una historia zen y se ha convertido en un trato. Este añadido ha destruido su calidad y profundidad.
«No juzguéis» es suficiente; y no había necesidad de añadir nada. «No juzguéis» significa sin juicios. «No juzguéis» significa mirar la vida sin evaluarla. No valores, no digas «esto es bueno» o «esto es malo», no seas moralista, no califiques ciertas cosas como divinas y otras como malignas. «No juzguéis» es una afirmación extraordinaria que indica que no hay Dios ni Demonio.
Si Jesús lo hubiese dejado ahí, en esta pequeña frase, en estas dos palabras, «no juzguéis» habría transformado toda la naturaleza del cristianismo. Pero añadió algo que lo destruyó. Dijo: «… para no ser juzgados». Ahora es condicional. Ya no está ausente de juicios y se ha convertido en un trato, «para no ser juzgados». Ahora es un negocio.
No juzgues por miedo, por miedo a ser juzgado. Pero ¿cómo puedes dejar de juzgar por miedo o por codicia? Si no quieres ser juzgado, no juzgues, pero la codicia y el miedo no podrán hacer que no tengas valores. Es egocéntrico, «no juzguéis para no ser juzgados». Es egoísta. Se ha destruido toda la belleza del zen, ha desaparecido el sabor zen y se ha vuelto algo ordinario. Se ha convertido en un buen consejo, pero no conlleva ninguna revolución; es un consejo paternal. Es un buen consejo pero no es en absoluto esencial. La segunda cláusula es la crucifixión de la afirmación esencial.
El zen se detiene ahí: no juzguéis. Porque el zen dice que todo es lo que es, y no hay nada bueno ni nada malo. Las cosas son como son. Algunos árboles son altos y otros árboles son bajos. Algunas personas son morales y otras inmorales. Algunas rezan y otras roban. Así son las cosas. Pero, ¡fíjate en lo revolucionario de todo esto! Te dará miedo, te asustará. Por eso el zen no tiene mandamientos. No dice: haz esto y no hagas lo otro; no habla de lo que debemos hacer o no hacer. No ha creado esa prisión del «deberías».
El zen no es perfeccionista. Y ahora, el psicoanálisis ha demostrado que el perfeccionismo es una especie de neurosis. El zen es la única religión que no es neurótica. El zen acepta. Su aceptación es total, tan absolutamente total que ni siquiera llama ladrón al ladrón, ni asesino al asesino. Intenta ver la pureza de su espíritu y su absoluta trascendencia. Todo es como es.
El zen, por encima de todo, no valora; si pones una condición lo estás malinterpretando. En el zen no hay miedo ni codicia. En el zen no hay Dios ni Demonio, en el zen no hay cielo ni infierno. No despierta la codicia de la gente ni la soborna prometiéndoles una recompensa en el cielo. Y no asusta a la gente ni la atemoriza creando un infierno de pesadilla.
El zen no te soborna con recompensas ni te castiga con torturas. Simplemente te da la lucidez necesaria para analizar las cosas, y esa lucidez te libera. Esa lucidez no se basa en la codicia ni en el miedo. Todas las demás religiones fomentan la codicia, y en el fondo, todas se basan en el miedo. Por eso cuando hablamos de una persona religiosa decimos que tiene «temor de Dios», una persona religiosa teme a Dios,
¿Cómo puede ser religioso el miedo? Es imposible. El miedo nunca podrá ser religioso, y solo podrá la ausencia de miedo ser religiosa. Pero si tienes el concepto de bueno y malo nunca podrás ser valiente. Tu idea de bueno y malo hace que la gente se sienta culpable, los convierte en inválidos y los paraliza. ¿Cómo vas a ayudar a que se liberen de todo ese miedo? Es imposible porque estás provocando más miedo.
Por lo general, las personas no religiosas tienen menos miedo, dentro de su ser tienen menos miedo que las personas llamadas religiosas. Las personas llamadas religiosas están constantemente temblando por dentro, siempre angustiadas por si lo lograrán o si fracasarán. ¿Será expulsado al infierno o conseguirá hacer lo imposible y entrar en el paraíso?
Incluso cuando Jesús estaba despidiéndose de sus amigos y discípulos, la mayor preocupación de los discípulos era el lugar que iban a ocupar en el cielo. Se volverán a encontrar en el cielo, pero ¿cuál será su lugar? ¿Quién será quién? Por supuesto, acceden a que Jesús esté sentado a la derecha de Dios, pero ¿quién se va a sentar a su lado? Esta preocupación es fruto de su codicia y de su miedo. No les preocupa demasiado que Jesús vaya a ser crucificado al día siguiente, están mucho más preocupados por sus propios intereses.
Todas las demás religiones se basan en una codicia y un miedo muy vulgares. La misma codicia que sientes por el dinero se transforma un día en codicia de Dios. Antes, Dios era tu dinero y ahora el dinero es tu Dios, pero esa es la única diferencia. Después Dios se convierte en el dinero. Ahora tienes miedo del Estado, de la policía, de esto y lo otro… y luego empiezas a tener miedo del infierno, del tribunal supremo, de la corte final suprema de Dios y del día del juicio final.
Los mal llamados santos cristianos están constantemente temblando, incluso en los últimos momentos de su vida, ¿lo lograrán o no lo lograrán?
El zen, por encima de todo, está libre de los juicios de valor. Deja que esto penetre profundamente en tu ser porque también es mi punto de vista. Solo deseo que lo comprendas, nada más. Basta con comprenderlo. Deja que la comprensión sea la única ley; no hay ninguna otra. No vivas guiado por el miedo; de lo contrario, estarás vagando en la oscuridad. No vivas con arreglo a la codicia, porque la codicia no es más que la otra cara del miedo. Son dos aspectos de la misma cosa: por un lado es codicia y por el otro lado es miedo. La persona miedosa siempre es codiciosa, y la persona codiciosa es miedosa. Siempre van juntos.
Solo la comprensión, el darse cuenta, la capacidad de ver las cosas como son… ¿No puedes aceptar la existencia tal como es? Pero no aceptarla no cambia nada. ¿Qué es lo que cambia? Hemos estado rechazando cosas desde hace miles de años pero siguen estando ahí, incluso con más fuerza. No han desaparecido los ladrones ni los asesinos. No ha cambiado nada; las cosas siguen siendo las mismas de siempre. Las cárceles siguen aumentando. Las leyes se siguen ampliando y haciéndose cada vez más complejas. Y a causa de estas leyes tan complejas, cada vez se contrata a más ladrones: los abogados y jueces… Esto no ha cambiado nada en absoluto. Todo el sistema penitenciario no ha hecho ningún bien; en realidad, ha sido muy perjudicial. El sistema penitenciario se ha convertido en la universidad del crimen; es el lugar donde se aprende a delinquir y donde están los maestros que enseñan a delinquir.
Cuando una persona entra en la cárcel una vez ya se convierte en un visitante periódico. Una vez que ha estado en la cárcel, vuelve a ella una y otra vez. Es muy raro encontrar a alguien que haya estado en la cárcel y nunca vuelva a ella. Cuando sale de la cárcel tiene más maestría. Cuando sale de la cárcel tiene más ideas de cómo hacer lo mismo de una forma más experta. Cuando sale de la cárcel ya no es un aficionado. Sale de la cárcel con un título; la salida de la cárcel es una especie de título del crimen. Ahora sabe más, y sabe cómo hacerlo mejor. Ahora sabe lo que tiene que hacer para que no le pesquen. Ahora ya conoce las fisuras del sistema jurídico.
Y los encargados de que se cumpla la ley son tan delincuentes como los demás, en realidad, son más delincuentes que ninguno, porque para tratar con delincuentes tienen que ser más delincuentes. La policía, los carceleros y los guardias penitenciarios son más criminales que las personas obligadas a estar en la cárcel; es necesario que lo sean.
No ha cambiado nada. Esta no es la forma de cambiar las cosas y ha demostrado ser un fracaso rotundo.
El zen dice que el cambio viene a través de la comprensión y no de la imposición.
¿Y qué son vuestro cielo y vuestro infierno? No son nada más que el mismo concepto trasladado a la vida del más allá. El mismo concepto de prisión se convierte en vuestro concepto de infierno. Y el mismo concepto de recompensa -recompensas gubernamentales, recompensas presidenciales, medallas de oro, esto y lo otro-, ese mismo concepto se traslada al cielo, al paraíso, firdaus. Pero la idea sigue siendo la misma.
El zen destruye de raíz esa forma de pensar. El zen no condena nada, es comprensivo, dice que hay que intentar comprender que las cosas son como son. Intenta comprender al ser humano como es y no le impongas ningún ideal, no digas cómo debería ser.
En el momento que dices cómo debería ser, te ciegas a la realidad de lo que es. El «debería» se convierte en una barrera. Entonces, no puedes ver la realidad, no puedes ver lo que es porque tu «debería» se convierte en algo opresivo. Tienes un ideal, un ideal perfeccionista y, naturalmente, todas las personas quedan por debajo de ese ideal. De ese modo condenas a todo el mundo. Y las personas egoístas que consiguen de alguna manera encajar en ese ideal -aunque sea superficialmente o exteriormen-te- se convierten en grandes santos. Pero solo son egoístas, y si les miras a los ojos, encontrarás una única cualidad: soy-más-santo-que-tú. Son los elegidos, los elegidos de Dios y están aquí para condenarte y transformarte. El zen no está interesado en la transformación de nadie pero la paradoja es que transforma. No le interesa qué deberías ser, sino qué eres. Analízalo, analízalo con una mirada cargada de amor y cariño. Intenta comprenderlo y de esta comprensión surgirá la transformación. La transformación es natural, no tienes que hacer nada, sucede espontáneamente. El zen transforma pero no habla de la transformación. Cambia, pero no le preocupa el cambio. Aporta más beatitud a los seres humanos que ninguna otra cosa, pero no le preocupa en absoluto. Llega como una gracia, como un regalo. Es el resultado de la comprensión. Esa es la belleza del zen, que por encima de todo no tiene valores. La valoración es una enfermedad de la mente, eso es lo que dice el zen. No hay nada bueno ni malo, las cosas son exactamente como son. Todo es como es.