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El zen abre una dimensión completamente nueva: la dimensión de la transformación sin esfuerzo. La dimensión de la transformación que llega naturalmente cuando tienes los ojos limpios, cuando hay claridad, cuando estudias la naturaleza de las cosas directamente sin el obstáculo de los prejuicios.

En cuanto dices que una persona es buena es que has dejado de mirarla. Ya le has puesto una etiqueta, la has encasillado y la has clasificado. En cuanto dices que «ese hombre es malo», ¿cómo puedes volver a mirarle a los ojos? Has decidido de antemano acabar con esa persona, esa persona ha dejado de ser un misterio. Has resuelto el misterio escribiéndole encima «malo» o «bueno» y ahora estás relacionándote con esas etiquetas y no con las realidades.

Un hombre bueno se puede volver malo y uno malo se puede volver bueno. Sucede a cada instante; por la mañana el hombre era bueno, por la tarde es malo y por la noche volverá a ser bueno. Pero ahora tendrás que comportarte con arreglo a la etiqueta que le has puesto. No estarás hablando con el hombre en sí, sino que estarás hablando con la etiqueta que le has impuesto, con la imagen que has fabricado.

Por supuesto, sigues sin percibir las realidades y a las verdaderas personas, y esto origina mil y un problemas y complicaciones. Problemas que no tienen solución. ¿Realmente hablas con tu mujer? Cuando estás en la cama con tu mujer, ¿con quién estás en la cama realmente, con tu mujer o con determinada imagen? Tengo la sensación de que en cualquier lugar que se encuentren dos personas, en vez de dos personas, en realidad hay una multitud. Por lo menos cuatro personas ya que también están ahí tu imagen del otro y la imagen que el otro tiene de ti. Y además nunca concuer-dan, porque la verdadera persona va cambiando, es un flujo. La verdadera persona es un río que va cambiando de color. ¡La verdadera persona está viva! El hecho de que le hayas puesto una etiqueta no significa que haya muerto; sigue estando viva.

Una vez, alguien preguntó a Chuang Tzu: «¿Has acabado tu trabajo?». Él respondió: «¡Cómo voy a haberlo terminado si todavía estoy vivo!».

Analiza lo que dice: «¿Cómo voy a haberlo terminado? Todavía estoy vivo. Solo se habrá acabado el día que muera; mientras siga fluyendo, seguirán ocurriendo cosas».

Mientras un árbol esté vivo le saldrán flores, hojas nuevas, irán nuevos pájaros para hacer en él sus nidos, irán nuevos viajeros que pasarán la noche debajo de él… las cosas irán cambiando. Mientras estás vivo todo es posible. Pero en cuanto clasificas a una persona como buena, mala, moral, inmoral, religiosa, irreligiosa, teísta, ateísta, esto y lo otro, estás pensando como si la persona hubiese muerto. Solo deberías poner etiquetas a la persona cuando haya muerto. Puedes etiquetar a una persona cuando esté en la tumba, pero no antes. Puedes ir a su tumba y escribir: «Esta persona es esto». Ahora ya no te puede contradecir, porque todo se ha acabado; ha llegado al final. El río ha dejado de fluir.

Pero mientras alguien siga estando vivo… Pero no dejamos de poner etiquetas, incluso a los niños, a los niños pequeños. Decimos: «Este niño es obediente y este otro es muy desobediente. Este niño es una delicia y este otro es un problema». Estás poniendo etiquetas, y recuerda, al hacerlo estás creando muchos problemas. En primer lugar porque cuando le pones una etiqueta a alguien estás exigiéndole que se comporte de acuerdo con la etiqueta que le has puesto, ahora empieza a sentir que tiene la obligación de demostrar que estás en lo cierto. Si el padre dice: «Mi hijo es un problema», el hijo piensa: «Ahora tengo que demostrar que soy un problema, si no, se demostrará que mi padre no tenía razón». Este razonamiento es inconsciente, ¿cómo puede pensar un niño que su padre no tiene razón? Por eso el niño causa más problemas para que el padre pueda decir: «¿Ves? Este niño es un problema».

Tres mujeres estaban hablando y, como hacen todas las mujeres, se jactaban de sus respectivos hijos. Una dijo: «Mi hijo solo tiene cinco años y escribe poesía. Son unos poemas tan hermosos que hasta los poetas consumados sentirían vergüenza».

La segunda dijo: «Eso no es. nada. Mi hijo solo tiene cuatro años y pinta unos cuadros tan modernos, tan ultramodernos, que ni siquiera Picasso les encontraría ni pies ni cabeza. Y ni siquiera usa pincel, lo hace todo con las manos. A veces solo lanza la pintura contra el lienzo y de la nada sale algo precioso. Mi hijo es un impresionista, es un pintor muy original».

La tercera mujer dijo: «Eso no es nada. Mi hijo solo tiene tres años y va al psicoanalista él sólito».

Conseguirás volver loco al niño poniéndole etiquetas… lo destruirás. Todas las etiquetas son destructivas. No le pongas nunca la etiqueta de pecador o de santo a nadie. Cuando hay demasiada gente que pone determinada etiqueta a alguien… Y los seres humanos tendemos a pensar colectivamente; la gente no tiene ideas propias. Oyes un rumor de que alguien es un pecador y lo aceptas. Y después se lo pasas a otro, y lo acepta. Y el rumor se va difundiendo, la etiqueta va adquiriendo mayores proporciones. Y un día esa persona lleva una etiqueta de «Pecador» con letras mayúsculas, con luces de neón, de manera que él mismo la lee y tiene que comportarse de acuerdo con esa etiqueta. Toda la sociedad espera que se comporte de ese modo, de lo contrario, la gente se enfadaría. «¿Qué haces? ¡Eres un pecador y estás intentando ser un santo! ¡Compórtate como es debido!»

Sutilmente, la sociedad saca partido de su clasificación: «¡Compórtate! No hagas nada que vaya contra la idea que tenemos de ti». Es algo tácito, pero está ahí.

En segundo lugar, cuando etiquetas a alguien, por mucho que intente comportarse de acuerdo con su etiqueta, no podrá hacerlo. No podrá hacerlo a la perfección, es imposible. Realmente es algo que no se puede hacer; solo se puede fingir. En ocasiones, cuando no está fingiendo, o está más relajado -si está de vacaciones o de picnic-, se impone la realidad. Entonces te sientes engañado: ese hombre es un impostor. Creías que era bueno y te ha robado el dinero. Durante años has pensado que era bueno, que era un santo, ¡y ahora resulta que te ha robado!

¿Crees que te ha engañado? No, es tu clasificación la que te ha engañado. Él está actuando según su realidad. Durante mucho tiempo ha estado intentando encajar en tu esquema, pero tarde o temprano sale de ese esquema. Todo el mundo tiene que hacer las cosas que quiere hacer.

Nadie está aquí para satisfacer tus expectativas. Solamente los más cobardes intentan satisfacer las expectativas de los demás. Un hombre de verdad destruye todas las expectativas que tienen sobre él los demás, porque no está aquí para que le aprisionen las ideas de nadie. Prefiere ser libre. Prefiere ser incoherente; eso es la libertad. Hoy hará una cosa y mañana hará exactamente lo contrario para que no puedas hacerte una idea fija sobre él. Un verdadero y genuino ser humano es incoherente. Solo los falsos seres humanos son coherentes. Un verdadero y genuino ser humano está lleno de contradicciones. Es la libertad absoluta. Es tan libre que puede ser esto y también puede ser todo lo contrario. Puede elegir, si quiere ser de izquierdas lo será, si quiere ser de derechas, se hará de derechas. No hay nada que se lo impida. Si quiere estar dentro puede estar dentro, si quiere estar fuera puede estar fuera. Es libre. Puede ser extravertido o puede ser introvertido, puede hacer lo que quiera. Su libertad escoge en cada momento lo que debe hacer.

Pero a los seres humanos les imponemos un patrón que les exige ser coherentes. Se da mucho valor a la coherencia. Decimos: «Ese hombre es tan coherente… Es una gran persona, es muy coherente». Pero ¿qué quieres decir con «coherencia»? Coherencia significa que esa persona está muerta, que ya no está viva. El día que se volvió coherente dejó de estar viva y desde entonces no ha vuelto a vivir.

Cuando dices, «En mi marido se puede confiar», ¿qué estás queriendo decir? Que ha dejado de querer, que ha dejado de vivir y ahora ya no le atrae ninguna otra mujer. Si no le atraen otras mujeres, ¿cómo puede ser que tú le sigas atrayendo? Tú también eres una mujer. En realidad, ahora está fingiendo. Si un hombre está vivo y ama, cuando ve a una mujer hermosa se siente atraído. Cuando una mujer está viva, ama y tiene energía, si ve a un hombre guapo, ¿cómo no va a sentirse atraída? ¡Es tan natural! No digo que tenga que irse con él, pero la atracción es algo natural. Puede decidir no irse con él, pero negar la atracción es negar la vida misma.