Y así sucesivamente… puedes llegar hasta el principio sin principio. Puedes seguir yendo hacia atrás y verás que todo lo que ha sucedido en la existencia hasta ahora, ha ocurrido para que tú estés aquí. Si no tú no existirías. Estás in-terconectado. Solo eres una pequeña parte de una cadena infinita. Todo lo que existe está implícito en ti, todo lo que ya pasó, está implícito en ti. Tú eres el ápice, en este momento, de todo lo que te ha precedido. En ti existe todo el pasado. Pero eso no es todo. De ti vendrán tus hijos, y los hijos de tus hijos… y así sucesivamente.
Todas tus acciones provocarán acciones resultantes, y de las acciones resultantes habrá otros resultados, y de los otros resultados otras acciones. Tú desaparecerás, pero todo lo que hagas continuará. Tendrá repercusiones a lo largo del tiempo, hasta el final.
De manera que todo el pasado está implícito en ti y todo el futuro también. En este momento el pasado y el futuro se encuentran en ti, hasta el infinito, en las dos direcciones. Dentro de ti se encuentra la semilla de la que surgirá el futuro, del mismo modo que, en este momento, eres la totalidad del pasado. Por tanto, también eres la totalidad del futuro. Este momento lo es todo, tú lo eres todo. Como la totalidad está implícita en ti, todo está en juego dentro de ti. La totalidad se entrecruza en ti.
Dicen que cuando tocas una brizna de hierba, has tocado todas las estrellas. Como todo está implícito en todo lo demás, todo está dentro de todo.
El zen dice que esta implicación de la totalidad en cada una de sus partes es jiji muge hokkai. Se ilustra con el concepto de una red universal. En India, esta red recibe el nombre de la «red de Indra», una gran red que se extiende por el universo, vertical-mente para representar el tiempo y horizontalmente para representar el espacio. En cada punto donde se cruzan los hilos de la red hay una cuenta de cristal, símbolo de una existencia individual. Cada cuenta de cristal refleja en su superficie no solo el resto de las cuentas de la red, sino el reflejo del reflejo de cada cuenta sobre cada cuenta. Los incontables reflejos de uno en el otro, es lo que se llama jiji muge hokkai.
Cuando Gautama Buda se presentó con la flor de loto en la mano, estaba mostrando este jiji muge hokkai. Mahakashyapa lo comprendió. Ese era el mensaje, en una pequeña flor estaba implícito todo: estaba implícito todo el pasado, todo el futuro y todas las dimensiones. En esta pequeña flor de loto ha florecido todo, y todo lo que florezca algún día está contenido en esta pequeña flor de loto. Mahakashyapa se rió; había comprendido el mensaje: jiji muge hokkai. Por eso la flor que recibió Mahakashyapa es un símbolo de la transmisión más allá de las palabras.
De ahí la compasión budista por todo, la gratitud por todo y el respeto por todo, porque todo está contenido en lo demás.
Ahora, volvamos a nuestra historia zen.
Una noche, mientras Shichiri Kojun estaba recitando sutras, entró un ladrón armado con una afilada espada y le exigió el dinero o la vida.
Shichiri le respondió: «No me molestes. Puedes encontrar el dinero en ese cajón», y siguió recitando.
No hay reproche ni juicio, sino simple aceptación, como si hubiese entrado una brisa y no un ladrón. No se produce ni un ligero cambio en su mirada, como si en vez de un ladrón hubiese entrado un amigo. No hay ningún cambio en su actitud. Dice: «No me molestes. Puedes encontrar el dinero en ese cajón. ¿No ves que estoy recitando mis sutras? Al menos, podías ser un poco más respetuoso y no molestar a un hombre que está recitando sus sutras por algo tan insignificante como el dinero. ¡Ve y cógelo tú mismo! Y no me molestes».
Observa: no está en contra del ladrón porque haya ido a robar. No está en contra del ladrón porque quiera su dinero o porque esté obsesionado con el dinero, no, nada de eso. Simplemente hay aceptación: él es así. ¿Y quién sabe? Él tiene que ser así. ¿Por qué le voy a recriminar? ¿Quién soy yo para hacerlo? Si es tan amable de no molestarme, es suficiente, eso es más de lo que espero de cualquiera. Así que no me molestes.
Poco después se detuvo y le dijo: «Mañana tengo que pagar unos impuestos, no te lo lleves todo».
Observa qué gracia y qué amabilidad. No hay enemistad alguna. Y como no hay enemistad no hay temor. No hay desaprobación sino un respeto profundo, puede confiar en que se marchará. Cuando das de todo corazón, puedes confiar, hasta la peor de las personas tendrá respeto por tu respeto hacía ella. Puedes estar seguro de que te respetará. Cuando confías en alguien, cuando no juzgas ni criticas, puedes confiar en que confiarán en ti. Simplemente dijo: «Mañana tengo que pagar unos impuestos, no te lo lleves todo».
El intruso recogió la mayor parte del dinero y se disponía a marchar, cuando Shichiri añadió: «Cuando te hacen un regalo debes dar las gracias…»
Observa la compasión de este hombre. No lo califica de robo sino que dice: «Cuando te hacen un regalo debes dar las gracias». Esto es transformador; su visión es completamente distinta porque no quiere que este hombre se sienta culpable. Tiene una enorme compasión. Sabe que sí no, antes o después, empezará a sentirse culpable. Inevitablemente se sentirá culpable… robarle a un pobre monje o a un pobre mendigo que no tiene casi nada; robarle a alguien que está tan dispuesto a dar y cuya aceptación es tan total… Ese hombre se sentirá culpable, ese hombre se arrepentirá. Cuando llegue a su casa no podrá dormir. Tal vez tenga que volver al día siguiente para ser perdonado.
No, eso no está bien. El zen no quiere crear culpabilidad de ningún tipo. De eso se trata el zen: es una religión que no crea culpa. Es muy fácil crear una religión con la culpa; eso es lo que han hecho el resto de las religiones. Pero cuando creas la culpa, creas algo mucho peor que lo que estás intentando curar. El zen no crea ninguna culpa y procura no hacer sentir culpable a nadie.
Ahora dice: «Debes darle las gracias a la persona que te hace un regalo. ¡Es un regalo! ¿No sabes ni eso? Te lo estoy dando; no me lo estás robando». ¡Qué diferencia tratándose del mismo acto!
Esto es lo que dice el zen: da, en lugar de que te lo arrebaten. Y esta es su visión de la vida. Antes de que llegue la muerte, dalo todo para que la muerte no se sienta culpable. Da tu vida a la muerte como si fuese un regalo. Esto es la renuncia del zen. Es completamente distinta a la renuncia hindú o cristiana; ellos dan para recibir. El zen da para no crear culpabilidad en ningún lugar del mundo; no deja tras de sí ninguna culpa.
El hombre le dio las gracias y se marchó. Unos días más tarde, atraparon al tipo, que confesó, entre otros, el delito contra Shi-chiri. Cuando llamaron a Shichiri como testigo, este dijo: «En lo que a mí respecta, este hombre no es un ladrón. Yo le di el dinero y él me dio las gracias».
¿Te has dado cuenta del detalle? ¡Qué respeto! ¡Qué inmenso respeto! ¡Qué respeto incondicional hacia una persona… hacia un ladrón!
Si Shichiri hubiese sido un santo cristiano habría amenazado a este hombre con el infierno, el infierno durante toda la eternidad. Si hubiese sido un santo hindú le habría sermoneado contra el robo y amenazado con los fuegos del infierno. Le habría hecho una descripción horripilante del infierno y le habría sermoneado sobre la inutilidad del dinero.
Veamos: el maestro zen no dice nada sobre la inutilidad del dinero. En realidad, dice: «Déjame un poco a mí; porque mañana voy a necesitarlo». El dinero tiene un propósito. No hay que estar obsesionado a favor ni en contra, en este sentido o en el otro. El dinero es útil. No hace falta que vivas solo por el dinero, ni que estés en contra del dinero, simplemente es útil. Por eso, mi actitud hacia el dinero es que el dinero está ahí para ser utilizado, se trata de un instrumento.
En todas las religiones se crítica mucho el dinero, las personas religiosas le tienen mucho miedo. Ese miedo no es más que la otra cara de la codicia. Es la misma codicia, pero ahora llena de miedo. Si vas a ver a un santo hindú con dinero en las manos, él cerrará los ojos. ¿Tanto miedo le tiene al dinero? ¿Por qué cierra los ojos? Dice que el dinero es sucio, pero nunca cierra los ojos cuando ve suciedad. Esto no es lógico. De hecho, si el dinero fuese sucio debería cerrar los ojos las veinticuatro horas del día, porque hay suciedad en todas partes. ¿El dinero es sucio? ¿Y por qué le tiene tanto miedo a la suciedad? ¿A qué le tiene miedo?
El zen tiene una perspectiva fundamental y completamente distinta. El maestro no dice que el dinero sea sucio y que no deberías ir detrás del dinero de los demás. ¿Qué tiene el dinero que ver con los demás? El dinero no es de nadie. Por eso, decirle a alguien: «Tú eres un ladrón», es creer en la propiedad privada. Es creer que alguien lo puede tener justamente y otro injustamente, que alguien tiene el derecho de poseerlo y otro no.
Robar está mal visto a consecuencia de la mentalidad capitalista del mundo; forma parte de la mente capitalista. La mente capitalista dice que el dinero pertenece a alguien; pertenece a alguien por derecho y nadie se lo debería quitar.
Pero el zen dice que nada pertenece a nadie, nadie tiene nada por derecho. ¿Cómo puedes ser dueño del mundo? Llegas al mundo con las manos vacías y te vas con las manos vacías, no puede pertenecerte. No pertenece a nadie; todos lo usamos. Y estamos todos aquí juntos para usarlo. Este es el mensaje: «¡Toma el dinero! Pero déjame un poco a mí también. Yo también estoy aquí para usarlo, tanto como tú».
¡Qué actitud más práctica, más empírica! ¡Y qué desapegada del dinero! En el juicio dijo: «… este hombre no es un ladrón…» ha convertido al ladrón en un amigo. Dice: «En lo que a mí respecta… No puedo hablar por los demás, ¿cómo voy a hablar por los demás? Solo sé que yo le di el dinero y él me dio las gracias. Y se acabó, las cuentas están claras. Ya no me debe nada. Me ha dado las gracias, ¿qué más puedo pedir?».