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He oído contar esta historia:

Luis regresó a casa y se quedó desconcertado al encontrarse a su. mujer en los brazos de otro hombre. Salió del cuarto chillando:

– Voy a por mi pistola.

Su mujer corrió tras él a pesar de estar desnuda, le sujetó y gritó:

– Necio, ¿por qué te alteras tanto? Mi amante es quien ha pagado los muebles nuevos y mi ropa nueva. El dinero extra que te dije que había ganado con la costura, todos los pequeños lujos que he podido comprar, ¡todo eso se lo debemos a él!

Pero Luis se soltó de su mujer y siguió subiendo.

– ¡Deja la pistola, Luis! -gritó su mujer.

– ¿Qué pistola? -replicó Luis-. Voy a por una manta. Ese pobre se va a resfriar como siga ahí tumbado desnudo.

Aunque sientas compasión -o creas que la sientes, o finjas que la sientes- tendrás que profundizar y analizarla y siempre encontrarás algún motivo. No es pura compasión. Y si no es pura, no es compasión. La pureza es un ingrediente básico en la compasión, si no, se tratará de otra cosa, será algún tipo de formalismo. Hemos aprendido a ser formales: cómo comportarte con tu mujer, con tu marido, con tus hijos, con tus amigos, con tu familia. Lo hemos aprendido todo. La compasión no es algo que se pueda aprender. Cuando hayas desaprendido todos los formalismos, la etiqueta y las buenas costumbres, nacerá en ti la compasión. La compasión es salvaje; no huele a etiqueta ni a formalismo. Comparadas con ella, todas esas cosas están muertas. Está muy viva y es una llama de amor.

En el duodécimo agujero de una competición de golf muy reñida, los campos daban a la autopista, y mientras los señores Martín y Blanco se aproximaban al campo, vieron cómo avanzaba por la carretera la procesión de un funeral.

En esto, Martín se detuvo, se quitó el sombrero, lo puso sobre su corazón e inclinó la cabeza hasta que la procesión hubo desaparecido tras la curva.

Blanco estaba asombrado y cuando Martín volvió a ponerse el sombrero le dijo:

– Eso ha sido muy respetuoso y delicado por tu parte, Martín.

– Bueno -dijo Martín-, no podía hacer menos. Al fin y al cabo, he estado casado con esa mujer durante veinte años.

La vida se ha vuelto artificial y formal, porque tienes que hacer determinadas cosas. Por supuesto, realizas tus tareas con desgana por eso es normal que te pierdas gran parte de la vida, porque la vida solo es posible cuando estás vivo, intensamente vivo. Si tu llama ha sido cubierta con formalismos, tareas y reglas que tienes que satisfacer con desgana, solo puedes ir arrastrándote. Podrás arrastrarte cómodamente, tu vida puede ser una vida llena de comodidades, pero no estará realmente viva.

Una vida realmente viva es, en algún sentido, caótica. Digo en algún sentido porque ese caos tiene su propia disciplina. No tiene reglas porque no las necesita. Intrínsecamente posee la regla más básica y no necesita reglas externas.

Ahora un cuento zen:

Un día de invierno, un samurai llegó al templo de Eisai y suplicó:

– Soy pobre y estoy enfermo -dijo-, y mi familia se está muriendo de hambre. Por favor, maestro, ayúdanos.

La vida de Eisai era muy austera ya que dependía de la limosna de las viudas, y no tenía nada para darle. Estaba a punto de despedir al samurai cuando recordó que en la sala había una imagen de Yakushi-Buda. Subiéndose a la imagen, le arrancó la corona y se la dio al samurai.

– Véndela -dijo Eisai-. Te servirá para salir del apuro.

Perplejo, el desesperado samurai la cogió y se marchó.

– ¡Maestro! -exclamó uno de los discípulos de Eisai-. ¡Eso es un sacrilegio! ¿Cómo has podido hacer algo así?

– ¿Sacrilegio? ¡Bah! Por así decirlo, solamente le he dado una utilidad a la mente de Buda que está llena de amor y misericordia. Él mismo se habría cortado una extremidad si hubiese oído a ese pobre samurái.

Es una historia muy sencilla pero muy significativa. En primer lugar, incluso cuando no tengas nada para dar, vuelve a mirar. Siempre podrás encontrar algo. Incluso cuando no tienes nada para dar, siempre puedes encontrar algo. Es una cuestión de actitud. Si no puedes dar nada, al menos puedes sonreír; si no puedes dar nada, al menos puedes sentarte con la persona y cogerle la mano. No es cuestión de dar algo sino cuestión de dar.

Eisai era un monje pobre como todos los monjes budistas. Su vida era austera y no tenía nada para dar. Normalmente, sería un sacrilegio quitarle la corona a la estatua de Buda para dársela a alguien. No se le pasaría por la cabeza a ninguna persona de las que llamamos religiosas. Solo sería capaz de hacerlo alguien que es realmente religioso; por eso la compasión no tiene reglas y está más allá de las reglas. La compasión es salvaje y no atiende a formalismos.

De repente, Eisai recordó la imagen de Buda que había en la sala. En Japón y China, a Buda le ponen una corona dorada en la cabeza para representar el aura que hay alrededor de su cabeza. De repente, Eisai se acordó… debía adorar a esa misma estatua todos los días.

Acercándose hasta la estatua le arrancó la corona y se la dio al samurái.

– Véndela -dijo Eisai-. Te servirá para salir del apuro.

Perplejo, el desesperado samurái la cogió y se marchó.

Hasta el samurái estaba perplejo. No se lo esperaba. Incluso él debió de pensar que era un sacrilegio. ¿Qué clase de hombre es este? ¿¡Un seguidor de Buda que destruye la estatua!? Es sacrilegio simplemente tocar la estatua y él le ha arrancado la corona.

Esta es la diferencia entre una persona realmente religiosa y una persona supuestamente religiosa. Los que llamamos religiosos siempre observan las normas, siempre piensan en lo que es apropiado o no. Pero una persona realmente religiosa lo vive. Para ella no hay nada que sea apropiado o que no lo sea. La compasión es tan infinitamente apropiada que cualquier cosa que se haga por compasión, será automáticamente apropiada.

– ¡Maestro! -exclamó uno de los discípulos de Eisai-. ¡Eso es un sacrilegio! ¿Cómo has podido hacer algo así?

Hasta el discípulo sabe que no está bien y que ha hecho algo inapropiado.

– ¿Sacrilegio? ¡Bah! Por así decirlo, solamente le he dado una utilidad a!a mente de Buda que está llena de amor y misericordia. Él mismo se habría cortado una extremidad si hubiese oído a ese pobre samurái.

Entender es diferente a obedecer. Cuando obedeces estás casi ciego; además hay reglas que debes respetar. Cuando entiendes también obedeces pero ya no estás ciego. Cada momento decide, tu conciencia responde en cada momento y todo lo que hagas está bien.

Una de las historias más bellas es la de un monje zen que en una noche de invierno pidió que le permitiesen quedarse en un templo. Estaba tiritando porque hacía frío y fuera estaba nevando. Por supuesto, el sacerdote del templo se apiadó de él y le dijo:

– Puedes quedarte, pero solamente una noche, porque este templo no es un hotel. Por la mañana tendrás que marcharte.

En mitad de la noche, de pronto, el sacerdote oyó un ruido. Fue corriendo y no podía creer lo que estaba viendo. El monje estaba sentado junto a un fuego que había encendido dentro del templo. Y faltaba una estatua de Buda. En Japón las estatuas de Buda son de madera.

El sacerdote le preguntó:

– ¿Dónde está la estatua?

El maestro señaló hacia el fuego y dijo:

– Tenía mucho frío y estaba tiritando.

– ¿Estás loco? -exclamó el sacerdote-. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado a Buda!

El maestro miró el fuego, que estaba desapareciendo, y lo removió con un palo.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó el sacerdote.

– Estoy tratando de encontrar los huesos de Buda -respondió.

– Estás loco de remate -dijo el sacerdote-, es un Buda de madera. No tiene huesos.

Entonces el maestro dijo:

– La noche es larga y cada vez hace más frío. ¿Por qué no traemos también esos otros dos budas?

Por supuesto, le echaron del templo inmediatamente. ¡Ese hombre era un peligro! Cuando le estaban echando, dijo:

– ¿Qué hacéis, estáis expulsando a un buda vivo por respeto a un buda de madera? El buda vivo estaba sufriendo tanto que tuve que ser compasivo. Si Buda estuviese vivo habría hecho lo mismo. Él mismo me habría dado esas tres estatuas. ¡Estoy seguro! Sé que él habría hecho lo mismo.

Pero ¿quién lo escuchaba? Le echaron a la nieve y cerraron las puertas. Por la mañana, cuando salió el sacerdote, se encontró al maestro adorando un mojón sobre el que había colocado unas flores. El sacerdote volvió y le dijo:

– ¿Y ahora qué haces, adorar un mojón?

El maestro dijo:

– Cuando llega la hora de rezar, creo mis budas en cualquier parte, porque están en todas partes. Este mojón vale tanto como los budas de madera que tienes ahí dentro.

Es una cuestión de actitud. Cuando miras con ojos adoradores, entonces todo se vuelve divino.

Y recuerda, la historia de Eisai es fácil de entender porque la compasión se muestra hacia otra persona. Esta historia es más difícil y complicada de entender porque la compasión es hacia uno mismo. Una verdadera persona de conocimiento no es dura con los demás y tampoco consigo misma, porque la energía es una y la misma. Una verdadera persona de conocimiento no es masoquista. No es sádica ni ma-soquista. Una verdadera persona de co-

nocimiento comprende que sencillamente no hay separación; todo es sagrado, incluido él mismo, y vive con esta comprensión.