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Habrás oído uno de los dichos más importantes que está, de una forma u otra, en casi todas las escrituras del mundo:

«Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo». Esto es una actitud calculada, pero no es compasión. No tiene nada que ver con la religiosidad, y es un tipo de moralidad muy baja, una moralidad muy mundana. «Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo.» Es una especie de transacción, pero no tiene nada de religioso. Lo estás haciendo sencillamente porque te gustaría recibir lo mismo a cambio. Es egoísta, egocéntrico e interesado. No estás al servicio del otro, no estás amando al otro, sino que, de una manera indirecta estás haciéndote un favor a ti mismo. Estás utilizando al otro. Es un egoísmo iluminado, pero es egoísmo; es un egoísmo muy inteligente, pero es egoísmo. La compasión es un florecimiento no calculado, es algo que emana. Das porque no puedes hacerlo de otra manera.

Recuerda esto: en primer lugar, la compasión no es bondad en este sentido -en el sentido en el que se usa la palabra bondad-, no es bondad. En otro sentido, la compasión es la única

verdadera bondad. No estás «siendo bondadoso» con alguien, simplemente eres la otra persona y te desprendes de una energía que recibes de la totalidad. Procede de la totalidad y vuelve a la totalidad; simplemente no te metes en medio como si fueses un obstáculo.

Cuando Alejandro Magno viajó a la India fue a ver al gran místico Diógenes. Diógenes estaba tumbado a la orilla del río, tomando el sol. Alejandro siempre había abrigado el deseo de conocer a Diógenes, porque había oído decir que ese hombre no tenía nada y, sin embargo, no había nadie tan rico como él en la tierra. Tenía algo, era un ser luminoso. La gente decía: «Es un mendigo pero, en realidad, es un emperador». De manera que Alejandro estaba intrigado. Mientras viajaba oyó decir que Diógenes se hallaba cerca y fue a verle.

Al amanecer, Diógenes está desnudo sobre la arena mientras sale el sol, y Alejandro le dice: «Me alegro de verle. Todo lo que he oído decir parece ser verdad, nunca he visto a nadie tan feliz. ¿Puedo hacer algo por usted, señor?». Y Diógenes dijo: «Apártate un poco, me estás tapando el sol, recuerda que no debes obstruir el sol. Eres una persona peligrosa, puedes impedir que el sol le llegue a mucha gente. Apártate un poco». La compasión no es algo que das a los demás; simplemente es no tapar el sol. Date cuenta de este detalle, se trata sencillamente de no obstruir la divinidad. Es convertirse en un vehículo de la divinidad, permitir que lo divino fluya a través de ti. Te conviertes en un bambú hueco y lo divino fluye a través de ti. Solo un bambú hueco se puede convertir en una flauta, porque solo un bambú hueco es capaz de permitir que la música fluya a través de él.

La compasión no proviene de ti, forma parte de la existencia, de lo divino, pero la bondad proviene de ti; esto es lo primero que debes comprender. La bondad es algo que tú puedes hacer pero la compasión la hace la existencia. Tú sencillamente no lo impides, no te colocas en medio. Permites que dé el sol, que penetre y llegue hasta donde quiera.

La bondad fortalece el ego, pero la compasión solo es posible si el ego ha desaparecido del todo. No dejes que los diccionarios te confundan, en ellos encontrarás que compasión y bondad son sinónimos, pero no es así en el verdadero diccionario de la existencia.

El zen solo tiene un diccionario y es el del universo. El Corán son las escrituras de los musulmanes, los hindúes tienen el Veda, los Sikhs tienen el Gurugranth, los cristianos tienen la Bi blia y los judíos tienen el Talmud. Si me preguntases cuál es la escritura del zen, te diría que el zen no tiene escrituras, sus escrituras son el universo. Esa es la belleza del zen. El sermón está en cada piedra, Dios está recitando en el sonido de cada pájaro, la existencia misma está bailando en todo lo que sucede a tu alrededor.

La compasión es cuando permites que esta canción eterna fluya a través de ti, cuando permites que suene a través de ti, cuando cooperas con la divinidad y vas al mismo ritmo. No tiene nada que ver contigo y tú debes desaparecer para que pueda existir. Para que pueda existir la compasión tienes que desaparecer absolutamente, porque solo puede fluir en tu ausencia.

La bondad cultivada te vuelve egoísta. Es evidente que las personas buenas son mucho más egoístas que las personas crueles. Es extraño pero quien es cruel al menos tiene cierto complejo de culpabilidad, pero la persona supuestamente buena se siente perfectamente bien, siempre es más devota que tú y mejor que los demás. Se siente muy segura de lo que hace, y todos los actos de bondad van dándole más energía y poder a su ego. Cada día se vuelve mejor. Todo esto es un engaño del ego.

Lo primero que hay que comprender es que la compasión no es la supuesta bondad. Contiene la parte esencial de la bondad: ser delicado, indulgente, tener empatia, no ser duro, ser creativo y ayudar. Pero por tu parte no hay ninguna acción, todo fluye a través de ti. Procede de la existencia y tú estás feliz y agradecido de que la existencia te haya escogido como vehículo. Te vuelves transparente y la bondad pasa a través de ti. Te vuelves tan transparente como el cristal y permites que el sol pase a través de ti, no lo obstruyes. Es bondad pura sin ego.

Lo segundo es que la compasión tampoco es el supuesto amor. Tiene la calidad esencial del amor, pero no es lo que tú conoces por amor. Tu amor no es más que lujuria disfrazada de amor. Tu amor no tiene nada que ver con el amor; es una especie de explotación del otro pero con un bonito nombre, un gran eslogan.

No haces más que repetir, «te quiero», pero ¿alguna vez has querido a alguien? Simplemente has utilizado a los demás, pero no los has querido. ¿Cómo es posible que utilizar a los demás sea amor? En realidad, utilizar a los demás es el acto más destructivo del mundo, porque utilizar al otro como un medio es un acto criminal.

Immanuel Kant, al describir su concepto de moral, dice que la utilización del otro es inmoral, es el mayor acto inmoral. Nunca utilices al otro como un medio, porque todo el mundo es un fin en sí mismo. Respeta al otro como un fin en sí mismo. Cuando respetas al otro como un fin en sí mismo, lo estás amando. Cuando empiezas a utilizar al otro -el marido que usa a la mujer o la mujer que usa al marido- es porque hay algún motivo. Y esto lo puedes comprobar en cualquier sitio.

La gente no se destruye por odio, la gente se destruye por lo que llaman amor. No pueden analizarlo porque lo llaman amor. Como lo llaman amor, creen que debe de ser bueno, pero no es así. La humanidad sufre por esa enfermedad que llaman amor. Si lo analizas en profundidad no encontrarás más que pura lujuria. La lujuria no es amor. La lujuria quiere poseer, pero el amor quiere dar. La lujuria insiste en «consigue todo lo que puedas dando lo menos posible. Da menos y consigue más. Si tienes que dar, hazlo para que piquen».

La lujuria es un buen negocio. Sí, tienes que dar algo para conseguir algo, pero la idea es conseguir más y dar menos. Esta es una mentalidad comerciante. Si puedes conseguir sin dar, ¡mejor! Si no puedes conseguir sin dar nada, entonces da un poquito; pero finge que estás dando mucho y arrebátale todo al otro.

La lujuria es aprovechamiento. El amor no es aprovechamiento. La compasión no es amor en el sentido habitual y, sin embargo, es amor en el verdadero sentido. La compasión solo da, no piensa en recibir nada a cambio, pero eso no significa que no reciba nada a cambio, no, no se te ocurra pensarlo ni por un instante. Cuando das sin pensar en recibir nada a cambio recibes mil veces más, pero eso es algo que no tiene nada que ver contigo. Cuando quieres recibir demasiado, solo te decepcionas y no recibes nada. Al final solo consigues desilusionarte.

Todas las aventuras amorosas acaban con una desilusión. ¿No te has dado cuenta de que las aventuras amorosas al final te sumen en un pozo de tristeza y depresión, y tienes la sensación de haber sido engañado? En la compasión no hay desilusión porque la compasión no empieza con una ilusión. La compasión nunca pide nada a cambio, no necesita nada. En primer lugar, porque la persona compasiva siente que «no es mi energía lo que estoy dando, sino la energía de la existencia misma. ¿Quién soy yo para pedir algo a cambio? Ni siquiera tiene sentido esperar recibir las gracias».

Esto es lo que le ocurrió a Jesús cuando se le acercó un hombre que se curó cuando lo tocó. El hombre le dio las gracias a Jesús, naturalmente, estaba extraordinariamente agradecido. Padecía desde hacía muchos años una enfermedad que no tenía cura y los médicos le habían dicho «No se puede hacer nada, tienes que aceptarlo». ¡Y luego se curó! Pero Jesús le dijo: «No señor, no me lo agradezcas a mí, agradéceselo a Dios. ¡Es algo que ha ocurrido entre tú y Dios! Yo no tengo nada que ver. Es tu fe la que te ha curado y gracias a ella has podido disfrutar de la energía de Dios. Yo, como mucho, soy un puente, un puente a través del cual la energía de Dios y tu fe se han dado la mano. No tienes que preocuparte por mí ni debes estarme agradecido. Da gracias a lo divino, da gracias a tu propia fe. Entre tú y lo divino ha sucedido algo. Yo no tengo ninguna parte en esto».

Esto es la compasión. La compasión no tiene la sensación de estar dando pero sigue dando, no tiene la sensación de «yo soy quien da». Pero después, la existencia responde de mil maneras. Si doy un poco de amor empieza a fluir el amor por todas partes. El hombre compasivo no está intentando arrebatar nada, no es codicioso. No espera nada a cambio, continúa dando. Y no para de recibir, pero eso no está en su mente.