Выбрать главу

Cuando se abrió la portezuela, entró viento y una luz inquietante.

Me sentía muy cerca del misterio de la vida y la muerte.

El instructor me dijo que me situara en el umbral, al través, tal como me habían enseñado. Hice lo que me había dicho. Transcurrieron unos segundos y después él me hizo la señal para saltar. Miré abajo y me quedé quieto. Quieto durante el tiempo infinito de una escena en cámara lenta, desgranada fotograma a fotograma. Él me repitió la orden de saltar, pero yo no me moví. Todo estaba absurdamente inmóvil.

En aquel momento Margherita se me acercó y me dijo algo al oído al tiempo que me apretaba el brazo. Sobre el trasfondo del rugido del aparato no entendí las palabras, pero no hizo falta.

Así que cerré los ojos y me solté.

Unos segundos y un siglo después oí el fsss del paracaídas principal que se abría. Y el increíble silencio del vacío, con el avión ya lejos.

Aún mantenía los ojos cerrados cuando me percaté de un ruido extraño y, sin embargo, familiar. Tardé poco en comprender que era mi propia respiración, que emergía de las profundidades del silencio, del vuelo, del miedo.

Seguía con los ojos cerrados cuando me oí llamar por mi nombre. Sólo entonces los abrí y vi dónde estaba. Vi el mundo debajo de mí, vi que estaba volando sin miedo. Y vi a Margherita treinta o cuarenta metros más allá, saludándome con la mano.

Experimenté una emoción que no se puede explicar mientras yo también levantaba la mano.

Mientras levantaba ambas manos, saludando como cuando era un niño pequeño y me sentía inmensamente feliz.

Gianrico Carofiglio

***