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“The trumpet shall sound and the dead shall be raised incorruptible, incorruptible, and we shall be changed, and we shall be changed! The trumpet shall sound, the trumpet shall sound!”

Recogido el equipaje, guardadas las músicas en una petaca de sólido cuero que ostentaba el adorno de un calendario azteca, se encaminaron, el indiano y el negro, a la estación del ferrocarril. Faltando minutos para la salida del expreso, se asomó el viajero a la ventanilla de su compartimiento de los “Wagons-Lits-Cook”: “Siento que te quedes” -dijo a Filomeno que, algo escalofriado por la humedad, esperaba en el andén.-“Me quedo un día más. Para mí, lo de esta noche, es oportunidad única.”-“Me lo imagino… ¿Cuándo volverás a tu país?”-“No lo sé. Por lo pronto, iré a París.”-“¿Las hembras? ¿ La Torre Eiffel?” – “No. Hembras hay en todas partes. Y la Torre Eiffel ha dejado, desde hace tiempo, de ser un portento. Asunto para pisapapel, si acaso.”-“¿Entonces?”-“En París me llamarán “Monsieur Philomène”, así, con P. H. y un hermoso acento grave en la “e”. En La Habana, sólo sería “el negrito Filomeno”.-“Eso cambiará algún día.”-“Se necesitaría una revolución.”-“Yo desconfío de las revoluciones.”-“Porque tiene mucha plata, allá en Coyoacán. Y los que tienen plata no aman las revoluciones… Mientras que los “yos”, que somos muchos y seremos “mases” cada día”… Martillaron una vez más -¿y cuántas veces, en siglos y siglos? -los “mori” del Orologio.-“Acaso los oigo por última vez -dijo el indiano-: Mucho aprendí con ellos en este viaje.”-“Es que mucho se aprende viajando.”-“Basilio, el gran capadocio, santo y doctor de la Iglesia, afirmó, en un raro tratado, que Moisés había sacado mucha ciencia de su vida en Egipto y que Daniel resultó tan buen intérprete de sueños -¡y con lo que gusta eso ahora! – fue porque mucho le enseñaron los magos de la Caldea.” – “Saque usted provecho de lo suyo -dijo Filomeno-, que yo me ocuparé de mi trompeta.”-“Quedas bien acompañado: la trompeta es activa y resuelta. Instrumento de malas pulgas y palabras mayores.”-“Por

ello es que suena tanto en Juicios de Gran Instancia, a la hora de ajustar cuentas a cabrones e hijos de puta” -dijo el negro.-“Para que ésos se acaben habrá que esperar el Fin de los Tiempos” -dijo el indiano.-“Es raro -dijo el negro-: Siempre oigo hablar del Fin de los Tiempos. ¿Por qué no se habla, mejor, del Comienzo de los Tiempos?”-“Ése, será el Día de la Resurrección ” -dijo el indiano.-“No tengo tiempo para esperar tanto tiempo” -dijo el negro… La aguja grande del reloj de entrevías saltó el segundo que lo separaba de las 8 p.m. El tren comenzó a deslizarse casi imperceptiblemente, hacia la noche. – “¡Adiós!”-“¿Hasta cuándo?” – “¿Hasta mañana?”-“O hasta ayer…” -dijo el negro, aunque la palabra “ayer” se perdió en un largo silbido de la locomotora… Se volvió Filomeno hacia las luces, y parecióle, de pronto, que la ciudad había envejecido enormemente. Salíanle arrugas en las caras de sus paredes cansadas, fisuradas, resquebrajadas, manchadas por las herpes y los hongos anteriores al hombre, que empezaron a roer las cosas no bien éstas fueron creadas. Los campaniles, caballos griegos, pilastras siriacas, mosaicos, cúpulas y emblemas, harto mostrados en carteles que andaban por el mundo para atraer a las gentes de “travellers checks”, habían perdido, en esa multiplicación de imágenes, el prestigio de aquellos Santos Lugares que exigen, a quien pueda contemplarlos, la prueba de viajes erizados de obstáculos y de peligros. Parecía que el nivel de las aguas hubiese subido. Acrecía el paso de las lanchas de motor la agresividad de olas mínimas, pero empeñosas y constantes, que se rompían sobre los pilotajes, patas de palo y muletas, que todavía alzaban sus mansiones, efímeramente alegradas, aquí, allá, por maquillajes de albañilería y operaciones plásticas de arquitectos modernos. Venecia parecía hundirse, de hora en hora, en sus aguas turbias y revueltas. Una gran tristeza se cernía, aquella noche, sobre la ciudad enferma y socavada. Pero Filomeno no estaba triste. Nunca estaba triste. Esta noche, dentro de media hora, sería el Concierto -el tan esperado concierto de quien hacía vibrar la trompeta como el Dios de Zacarías, el Señor de Isaías, o como lo reclamaba el coro del más jubiloso salmo de las Escrituras. Y como tenía muchas tareas que cumplir todavía dondequiera que una música se definiera en valores de ritmo fue, con paso ligero, hacia la sala de conciertos