Выбрать главу

los demás de una tonta porfía. – “¡Bah! ¡Una mermelada!” -dijo Jorge Federico.-“Yo diría más bien que era como una jam session” -dijo Filomeno con palabras que, por lo raras, parecían desvaríos de beodo. Y, de pronto, sacó del bulto del gabán, enrollado junto a las vituallas, el misterioso objeto que, como “recuerdo” -decía- le había regalado la “Cattarina del cornetto”: era una reluciente trompeta (“y de las buenas” -señaló el sajón, muy conocedor del instrumento) que al punto se llevó a los labios y, después de probarle la embocadura, la hizo prorrumpir en estridencias, trinos, glisados, agudas quejas, levantando con ello las protestas de los demás, pues se había venido acá en busca de calma, huyendo de las murgas del carnaval, y aquello además, no era música, y, caso de serlo, totalmente impropia de sonar en un cementerio, por respeto a los difuntos que tan quietos yacían bajo la solemnidad de las lápidas presentes. Dejó pues Filomeno -un tanto avergonzado por el regaño- de asustar con sus ocurrencias a los pájaros de la isleta que, hallándose nuevamente dueños de su ámbito, volvieron a sus madrigales y motetes en petirrojo mayor. Pero ahora, bien comidos y bebidos, cansados de discusiones, Jorge Federico y Antonio bostezaban en tal cabal contrapunto que, a veces, se reían del dúo involuntariamente logrado.-“Parecen “castrati” en ópera bufa” -decía el disfrazado.-“¡Castrati”, tu madre!” -replicaba el Preste, con gesto algo impropio de quien -aunque nunca hubiese dicho una misa pues estaba demostrado que los humos del incienso le daban ahogos y pruritos- era hombre de tonsura y disciplina… Entretanto, se alargaban las sombras de árboles y panteones. En esta época del año los días se hacían más cortos.-“Es hora de marcharse” -dijo Montezuma, pensando que se aproximaba el crepúsculo y que un cementerio en el crepúsculo es siempre algo melancólico que induce a meditaciones poco regocijadas sobre el destino de cada cual -como las hacía, en tales ocasiones, un príncipe de Dinamarca aficionado a jugar con calaveras, a semejanza de los chamacos mexicanos en días de Fieles Difuntos… Al ritmo de remos metidos en un agua tan quieta que apenas si se ondulaba a ambos lados de la barca, bogaron lentamente hacia la Plaza Mayor. Ovillados bajo la toldilla de borlas, el sajón y el veneciano dormían las fatigas de la farra con tal contento en los rostros que daba gusto mirarlos. A veces sus labios esbozaban ininteligibles palabras, como cuando se quiere hablar en sueños… Al pasar frente al palacio Vendramin-Calergi notaron Montezuma y Filomeno que varias figuras negras -caballeros de frac, mujeres veladas como plañideras antiguas llevaban, hacia una góndola negra, un ataúd con fríos reflejos de bronce.-“Es de un músico alemán que murió ayer de apoplejía -dijo el Barquero, parando los remos-: Ahora se llevan los restos a su patria. Parece que escribía óperas extrañas, enormes, donde salían dragones, caballos volantes, gnomos y titanes, y hasta sirenas puestas a cantar en el fondo de un río. ¡Díganme ustedes! ¡Cantar debajo del agua! Nuestro Teatro de la Fenice no tiene tramoya ni máquinas suficientes para presentar semejantes cosas.” Las figuras negras, envueltas en gasas y crespones, colocaron el ataúd en la góndola funeraria que, al impulso de pértigas solemnemente movidas, comenzó a navegar hacia la estación del ferrocarril donde, resoplando entre brumas, esperaba la locomotora de Turner con su ojo de cíclope ya encendido…-“Tengo sueño” -dijo Montezuma, repentinamente agobiado por un enorme cansancio. – “Estamos llegando -dijo el Barquero-: Y la hospedería suya tiene entrada por el canal.”-“Es ahí donde se arriman las chalanas de la basura” -dijo Filomeno, a quien una nueva tragada de morapio había puesto de ánimo rencoroso, por lo del regaño en el cementerio. – “Gracias de todos modos” -dijo el indiano, cerrando los ojos con tal peso de párpados que apenas si advirtió que lo sacaban de la barca, lo subían por una escalera, lo desnudaban, acostaban, arrebujaban, metiéndole varias almohadas debajo de la cabeza.-“Tengo sueño” -murmuró aún-: Vete, tú también, a dormir.”-“No -dijo Filomeno-: Voy con mi trompeta a donde pueda hacer bulla”…