—Eh —dijo Bobby—, ¿no sabéis que eso puede ser peligroso? Os podría dar cáncer o algo así...
—Ve a lamerle el culo a un perro hasta que sangre —aconsejó el chico que había bajado primero, mientras soltaban la cuerda, la enrollaban y, arrastrando el bidón, desaparecían detrás del contenedor de desechos.
Esperó durante una hora y media. El tiempo suficiente: en el Leon's ya se estaría cocinando algo.
Por lo menos veinte Gothicks posaban en la sala principal, como un rebaño de bebés de dinosaurio; las crestas de pelo laqueado temblaban y saltaban. La mayoría se aproximaba al ideal de los Gothicks: altos, delgados, musculosos, pero con un leve signo de demacrada crispación: jóvenes atletas en las primeras etapas de la tuberculosis. La palidez cadavérica era obligatoria, y el cabello negro por definición. Bobby sabía que a los pocos que no eran capaces de deformar sus cuerpos para adaptarse al patrón de la subcultura convenía evitarlos; un Gothick bajo era peligroso; un Gothick gordo, homicida.
Ahora podía verlos presumir y brillar como si todos ellos fuesen una sola criatura, viscoso moho de cuarteado cuero oscuro y espolones de acero inoxidable. La mayoría de los rostros eran casi idénticos: modelados para adaptarse a cercanos arquetipos sacados de bancos de kino. Escogió un Dean particularmente bien estudiado cuyo pelo ondeaba como la cresta nupcial de una lagartija nocturna. —Hermano... —comenzó Bobby, que no estaba seguro de conocerlo.
—Mi querido amigo —respondió el Dean con languidez, tenía la mejilla izquierda hinchada por un bolo de resina—. El Conde, cariño —comentó a su chica—, el Conde Cero, la interrupción a cero. —Una mano larga y pálida con una cicatriz reciente en el dorso pellizcaba el culo de la muchacha a través de la falda de cuero.—Conde, esto es lo mío. —La chica Gothick observó a Bobby con tibio interés, pero sin indicio alguno de reconocimiento humano, como si estuviese contemplando el anuncio de un producto del que hubiera oído hablar, pero que no pensaba adquirir.
Bobby escrutó la multitud. Alguno que otro rostro inexpresivo, pero ninguno que conociese. Dos-por-Día no estaba. —Oye —dijo en tono de confidencia—, vosotros que sabéis cómo van las cosas, estoy buscando a un íntimo amigo, un amigo de negocios —ante aquello, el Gothick sabiamente meneó la cresta— que se llama Dos-por-Día... —Hizo una pausa. El Gothick permaneció inmutable, haciendo chasquear su resina. La chica parecía fastidiada, incómoda.— Negocia software —añadió Bobby, alzando las cejas—, negro.
—Dos-por-Día —dijo el Gothick—. Seguro. Dos-por-Día. ¿Verdad, cariño? —Su chica sacudió la cabeza y apartó la mirada.
— ¿Lo conoces?
—Seguro.
—¿Viene esta noche?
—No —dijo el Gothick, y sonrió sin querer decir nada.
Bobby abrió la boca, la cerró, se obligó a asentir. —Gracias, hermano.
—Cualquier cosa por mi querido amigo —dijo el Gothick.
Otra hora, igual a la anterior. Demasiado blanco, blanco Gothick pálido como la tiza. Los brillantes ojos vacíos de sus chicas, los tacones de sus botas como agujas de ébano. Procuró no entrar en el salón de simestim, donde León proyectaba una extraña cinta de la jungla que te conectaba y desconectaba con diferentes animales, repleta de escenas de acción en los árboles, y que desorientó un tanto a Bobby. Ahora tenía el hambre suficiente como para sentirse algo desfasado, o quizás era la resaca de lo que fuera que le había sucedido antes; le costaba concentrarse y sus pensamientos parecían derivar en extrañas direcciones. Como quién por ejemplo, había trepado a aquellos árboles llenos de víboras para grabar un par de esas especies de ratas para el simestim.
Los Gothicks estaban todos dentro, sin excepción. Se retorcían y pataleaban y en general se los veía totalmente identificados con las ratas arbóreas. El nuevo éxito de León, decidió Bobby.
Justo a su izquierda, pero fuera del alcance del simestim, había dos chicas de los Proyectos; tenían una elegancia barroca que contrastaba con el monocromo de los Gothicks. Largos abrigos negros de vestir que dejaban entrever ceñidos chalecos rojos de brocado de seda, enormes camisas blancas cuyos faldones les llegaban toas allá de las rodillas. Sus oscuros rasgos estaban escondidos bajo pamelas de cuyas alas pendían fragmentos de oro antiguo: alfileres, dijes, dientes, relojes mecánicos. Bobby las miró de soslayo; su ropa decía que tenían dinero, pero que alguien haría que te arrepintieses si intentabas ir tras él. En una oportunidad Dos-por-Día había descendido de los Proyectos vestido con un traje de terciopelo azul hielo con hebillas de diamantes en las rodillas, corno si no hubiese tenido tiempo de cambiarse de ropa, pero Bobby se había comportado como si el traficante llevara su habitual traje de cuero, porque suponía que una actitud cosmopolita era de crucial importancia al hacer negocios.
Trató de imaginarse a sí mismo acercándose a ellas, y diciéndoles de un modo casuaclass="underline" Eh, señoras, ¿conocen ustedes a mi buen amigo el señor Dos-por-Día? Pero eran mayores que él, más altas, y sus movimientos tenían una dignidad que lo intimidaba. Sin duda no harían más que reírse y de algún modo eso era lo último que quería.
Lo que sí quería ahora, y desesperadamente, era comer algo. Tocó su ficha de crédito a través de la tela de sus vaqueros. No tenía más que cruzar la calle y comprarse un bocadillo... Entonces recordó por qué estaba allí, y no le pareció muy inteligente utilizar la ficha. Si lo habían marcado, tras su intento de invasión de una base, a esta altura ya tendrían el número de su ficha; si la usaba, cualquiera que estuviese buscándolo en el ciberespacio lo identificaría de inmediato y lo haría tan visible en la retícula de Barrytown como una baliza en un estadio de fútbol a oscuras. Tenía su dinero en efectivo, pero con eso no podía pagar comida. No era ilegal poseerlo, era sólo que nunca nadie lo utilizaba con fines legítimos. Tendría que encontrar a un Gothick que tuviese una ficha, comprar crédito por un Nuevo Yen, probablemente con un interés sanguinario, y después hacer que el Gothick le pagase la comida. ¿Y cómo mierda se suponía que iba a obtener cambio?
Tal vez sólo estás asustado, se dijo. No sabía de seguro que le estuviesen siguiendo los pasos, y la base que había intentado penetrar era legítima, o al menos eso suponía. Por eso Dos-por-Día le había dicho que no tenía que preocuparse por el hielo negro. ¿Quién pondría programas letales de retroalimentación alrededor de un lugar donde se alquilaba kino pomo blando? El plan consistía en sacar unas horas de kino digitalizado, cosas nuevas que aún no habían llegado al mercado negro. Nadie querría matarte por hacer algo así...
Pero alguien había intentado hacerlo. Y algo más había sucedido. Algo totalmente distinto. Salió del Leon's y volvió a subir las escaleras. Era mucho lo que desconocía acerca de la matriz, pero nunca había oído hablar de algo tan extraño... Circulaban historias de fantasmas, por supuesto algunos salchicheros juraban haber visto cosas en el ciberespacio, pero él los tomaba por wilsons que en el momento de conectar ya estaban volados; podías alucinar en la matriz con tanta facilidad como en cualquier otro sitio...
Tal vez fue eso lo que sucedió, pensó. La voz era sólo parte de la muerte, quedar liquidado, alguna locura que tu cerebro vomitaba para que te sintieras mejor, y algo había sucedido en la fuente, tal vez un apagón en su sector de la red, de modo que el hielo había perdido el control sobre su sistema nervioso.
Tal vez. Pero no lo sabía. No conocía el terreno. Su ignorancia había empezado a carcomerlo últimamente, porque le impedía efectuar los movimientos que necesitaba. Nunca antes había pensado mucho en ello, pero en realidad no sabía demasiado acerca de nada en particular. De hecho, hasta el momento en que había comenzado a hacer de salchichero pensaba que sabía todo lo que necesitaba saber. Y así eran los Gothicks, y era por eso que se quedarían aquí y se quemarían con sus drogas, o serían liquidados por los Kasuals, y el proceso de desgaste produciría el porcentaje adecuado de sobrevivientes necesarios para constituir la siguiente ola reproductora de Barrytown, los que comprarían apartamentos, y todo volvería a empezar.