— ¿Quieres salir? —Bobby corrió hacia la puerta.— Aquí, Jammer me enseñó. ¿Te vas? ¿Adonde quieres ir? —Y la puerta quedó abierta, y Turner se alejaba entre los puestos desiertos.
—No lo sé —contestó, sin detenerse—. Primero tengo que comprar ochenta litros de queroseno, des pues pensaré en eso...
Bobby se quedó mirándolo hasta que desapareció por la detenida escalera mecánica; entonces cerró la puerta y echó el cerrojo. Sin mirar hacia el escenario, pasó junto a Jammer, llegó a la puerta del despacho y se asomó. Angie estaba llorando, con la cara apoyada en el hombro de Beauvoir, y Bobby sintió un cuchillazo de celos que lo tomó por sorpresa. El teléfono estaba reciclando, a espaldas de Beauvoir, y Bobby vio que era la recopilación de noticias.
—Bobby —dijo Beauvoir—, Ángela se viene a los Proyectos a vivir con nosotros. ¿Quieres venir tú también?
En la pantalla del teléfono apareció la cara de Marsha Newmark, Marsha-mamá, su madre: «...ticias de interés humano de esta mañana, la policía de un barrio suburbano de Nueva Jersey comunicó que una ve ciña cuyo edificio fue objeto de un reciente bombardeo, se sorprendió anoche cuando regresaba de descu...».
—Sí —se apresuró a decir Bobby—, claro que sí, hermano.
Capítulo 35
Tally Isham
—Es buena —dijo el director del equipo, dos años más tarde, mojando un trozo de pan en la laguna de aceite oscuro que había en el fondo de su cuenco de ensalada—. Realmente, es muy buena. Un trabajo muy rápido. Hay que concederle eso, ¿verdad?
La estrella rió y cogió su vaso de resina helada. —La detestas, ¿no es así, Roberts? Te parece que tiene demasiada suerte, ¿verdad? Todavía no ha dado ni un paso en falso... —Estaban apoyados contra la tosca balaustrada de piedra, mirando el barco de la noche que salía para Atenas. Dos niveles más abajo, en dirección del puerto, la chica yacía a sus anchas sobre una cama de agua, bañada, desnuda, con los brazos extendidos, como si estuviese abrazando lo que quedaba de sol.
Él se metió el pan remojado en aceite en la boca y lamió sus estrechos labios. —De ninguna manera. No la detesto. No se me ocurriría ni por un minuto.
—Su novio —dijo Tally cuando una segunda figura, un muchacho, apareció en el techo debajo de ellos. El chico tenía pelo oscuro y llevaba puesta ropa deportiva francesa, informal pero costosa. Mientras miraban, fue hasta la cama de agua y se acuclilló junto a la chica, estirando el brazo para tocarla—. Es hermosa, Roberts, ¿no te parece?
—Bueno —dijo el director del equipo—, he visto sus «antes». Es todo cirugía. —Se encogió de hombros sin dejar de observar al chico.
—Si has logrado ver mis «antes» —dijo ella—, alguien lo pagará muy caro. Pero ella sí que tiene algo. Buenos huesos... —Bebió un sorbo de vino.— ¿Será ella? ¿La nueva Tally Isham?
Él volvió a encogerse de hombros. —Mira a ese imbécil —dijo—. ¿Te das cuenta de que en este momento está ganando un sueldo casi tan grande como el mío? ¿Y qué es lo que hace para ganarlo, exactamente? Un guardaespaldas... —Frunció los labios, estrechos y amargos.
—Él la mantiene feliz. —Tally sonrió.— Fueron contratados en bloque. Es una cláusula extra de su contrato. Ya lo sabes.
—Ese hijo de puta me repugna. Es un cualquiera y lo sabe y no le importa. Es basura. ¿Sabes lo que lleva entre su equipaje? ¡Una consola de ciberespacio! Ayer estuvimos detenidos tres horas, en la aduana turca, cuando encontraron el maldito aparato... —Meneó la cabeza.
Ahora el chico se puso de pie y caminó hasta el extremo del techo. La chica se irguió, mirándolo, quitándose el pelo de los ojos. Él permaneció parado allí durante un buen rato, observando las estelas de los barcos que iban a Atenas; ni Tally Isham, ni el director del equipo, ni Angie sabían que lo que veía era una gris extensión de edificios de Barrytown con las oscuras torres de los Proyectos como cresta.
La chica se levantó, cruzó el techo hasta donde él estaba, y le tomó la mano.
—Y mañana, ¿qué? —preguntó Tally, finalmente.
—París —respondió Roberts, abriendo su carpeta Hermés y revisando un delgado fajo de folios amarillos—. Esta mujer, Krushkhova.
—¿La conozco?
—No —dijo él—. El tema es el arte. Ella dirige una de las dos galerías más de moda de París. Su historial de vida no es gran cosa, aunque sí hay alguna insinuación de algo raro al inicio de su carrera.
Tally Isham asintió, ignorándolo, y miró cómo su sustituía abrazaba al chico de cabello oscuro.
Capítulo 36
El bosque de ardillas
Cuando el niño cumplió siete años, Turner tomó la vieja Winchester de caja de nailon de Rudy y caminaron juntos por la vieja carretera, en dirección al claro.
El claro era ya un sitio especial, porque su madre lo había llevado allí el año anterior, y le había enseñado un avión, un avión de verdad, entre los árboles. Se asentaba poco a poco en la tierra, pero te podías sentar en la cabina y fingir que lo pilotabas. Era un secreto, había dicho su madre, y sólo podía hablar de él con su padre y con nadie más. Si ponías la mano en la piel de plástico del avión, la piel cambiaba de color, y quedaba una huella del mismo color de tu mano. Pero esa vez su madre se había puesto rara, y lloró y quiso hablar del tío Rudy, a quien no recordaba. El tío Rudy era una de las cosas que él no comprendía, como algunos de los chistes de su padre. Una vez le había preguntado a su padre por qué era pelirrojo, de dónde lo había sacado, y su padre se había echado a reír y dijo que había sido cosa de un holandés. Entonces su madre arrojó una almohada a su padre, y él nunca supo quién era el holandés.
En el claro, su padre le enseñó a disparar, colocando ramas de pino contra el tronco de un árbol. Cuando el niño se cansó de aquello, se acostaron boca arriba a observar las ardillas. —Le prometí a Sally que no mataríamos nada —dijo su padre, y le explicó los principios básicos de la caza de ardillas. El niño escuchaba, pero parte de él soñaba con el avión. Hacía calor, y podías oír el zumbido de las abejas, cerca, y el agua entre las rocas. Cuando su madre se puso a llorar había dicho que Rudy era un buen hombre, que él le había salvado la vida, que una vez la había salvado de ser joven y estúpida, y otra vez de un hombre muy malo...
—¿Eso es verdad? —preguntó a su padre cuando éste terminó de explicarle lo de las ardillas—. ¿Son tan tontas que siguen viniendo aunque las maten?
—Sí —dijo Turner—, es cierto. —Y sonrió.— Bueno, casi siempre...