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– Pero ¿y si es por algo que robé antes? ¿Antes de que usté m' ayudara? ¿Y si quieren llevarme con ellos?

– Nadie se va a llevar a nadie a ningún lado -declaró Daniel con determinación. Dejó con delicadeza a Guiños en el suelo y se puso de pie-. Voy a ver qué quieren.

– ¿Me lo contará? -preguntó Samuel con voz temblorosa-. ¿En cuanto s'hayan ido?

Daniel apoyó la mano en el hombro de Samuel.

– En cuanto se hayan ido. No te preocupes. Estoy seguro de que no es nada.

Daniel se dirigió a zancadas al salón esperando estar en lo cierto y con la certeza de que protegería a Samuel con todos los medios que fueran necesarios.

Cuando entró en el vestíbulo, Barkley enderezó su postura.

– ¿Puedo anunciarlo ya a las visitas, milord? -preguntó el mayordomo con la misma voz monótona y adusta que había empleado durante los diez años que llevaba al servicio de Daniel.

– Sí. Tengo entendido que llevan esperando un buen rato. -Lanzó al mayordomo una mirada de medio lado-. Aunque supongo que usted sabía que esto sucedería cuando permitió que Samuel me diera la noticia.

– Se merecen tener que esperar por venir a una hora tan intempestiva. -Barkley levantó la barbilla y dio un elegante respingo-. Sobre todo si han venido por Samuel.

«Si es así, se van a encontrar con una buena pelea.»

– Sólo hay una forma de averiguarlo.

Daniel siguió a Barkley a lo largo del pasillo y, después de que el mayordomo lo anunciara, entró en el salón. Charles Rayburn, el comisario, se levantó del sillón en el que estaba sentado, junto a la chimenea. Daniel dedujo que el alto y robusto hombre debía de tener cuarenta y tantos años. Se dio cuenta de que los agudos y verdes ojos de Rayburn registraron todos los detalles de su persona.

– Buenos días, milord -saludó Rayburn-. Me disculpo por esta visita tan temprana. -Señaló con la cabeza al otro hombre, quien estaba de pie junto a la chimenea-. Le presento al señor Gideon Mayne. El señor Mayne es un detective de Bow Street.

La primera impresión que Daniel recibió del señor Mayne era que era un hombre muy alto, muy musculoso y muy solemne. Su cara, que lucía una nariz que, sin lugar a dudas, le habían roto en alguna ocasión, parecía tallada en granito. Evidentemente, no se trataba de una visita de cortesía.

Tras saludarlos con una inclinación de la cabeza, Daniel señaló los sillones que había alrededor de la chimenea y preguntó:

– ¿Nos sentamos?

Por la expresión del señor Mayne, se diría que sentarse era lo último que deseaba hacer, pero no presentó ninguna objeción. Cuando se hubieron acomodado, Daniel preguntó:

– ¿Cuál es el propósito de su visita?

– Está relacionado con la fiesta de disfraces que se celebró ayer por la noche en casa de lady Walsh, milord -declaró Rayburn.

Daniel se permitió mostrar la sorpresa que experimentó, pero no el alivio. Estaba claro que la visita de aquellos hombres no estaba relacionada con Samuel.

– ¿Qué pasa con la fiesta?

– Usted iba disfrazado de salteador de caminos, ¿no es así?

– Así es.

Rayburn y Mayne intercambiaron una mirada rápida.

– Ayer por la noche lo vieron en compañía de una dama concreta, milord.

La imagen de Carolyn se materializó enseguida en la mente de Daniel.

– ¿Y qué?

– Me temo, milord, que esa dama ha sido asesinada.

Capítulo 5

Siempre me había considerado una persona recatada y, cuando miro hacia atrás, al principio de nuestra relación, lo era. Pero conforme ésta avanzaba, mi manto de recato se desintegró. Y me volví osada. Llena de pasiones y necesidades que nunca había imaginado poseer. Lo anhelaba. Anhelaba sus caricias, sus besos, el tacto de su piel…, como me imagino que un drogadicto anhelaría su droga.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima

Todo, en el interior de Daniel, se quedó helado. Un viento glacial parecía soplar por el agujero que las palabras del comisario habían producido en su cuerpo. Un silencioso «¡No!» resonó por toda su mente. Un «no» que, seguramente, habría gritado en voz alta si hubiera podido tomar el aliento suficiente. Un peso insoportable le apretó el pecho aplastando sus pulmones y estrujando su corazón.

«Carolyn… ¡Santo cielo, Carolyn no!»

– El cadáver de lady Crawford fue descubierto en las caballerizas que hay detrás de la casa de lady Walsh justo antes del amanecer -explicó Rayburn.

Las palabras del comisario se filtraron poco a poco a través del shock paralizante que envolvía a Daniel como una niebla negra. Frunció el ceño y, a continuación, parpadeó.

– ¿Ha dicho… lady Crawford?

– Sí, milord. Por lo visto, la golpearon hasta la muerte. Todavía llevaba puesto el disfraz. Una especie de vestido de damisela en apuros. No llevaba muerta mucho tiempo cuando un exterminador de ratas la encontró.

El profundo alivio que Daniel experimentó por el hecho de que la muerta no fuera Carolyn, lo dejó prácticamente mareado. Entonces las repercusiones de la noticia del comisario acerca de Blythe, lady Crawford, penetraron en su mente.

– ¡Santo cielo! -exclamó, llevándose las manos a la cara-. ¿Han capturado al responsable?

– No, milord. Acabamos de empezar nuestras pesquisas.

Daniel contempló al señor Mayne.

– ¿Usted lo está ayudando?

– Me ha contratado la familia de lady Crawford. El señor Rayburn me ha permitido, amablemente, estar presente durante sus indagaciones. -Contempló a Daniel con una mirada firme y unos ojos tan oscuros que resultaba imposible distinguir la pupila del iris-. Usted conocía a lady Crawford.

– Así es.

– Íntimamente.

Más que una pregunta, se trataba de una afirmación. Daniel mantuvo una expresión impasible y estudió a Gideon Mayne. Con sus adustas facciones, su ropa ligeramente arrugada y su oscuro cabello, que necesitaba un recorte, no podía considerarse guapo desde un punto de vista convencional, aunque tampoco podía decirse que no fuera atractivo. Sin embargo, tenía un aire intimidatorio que sugería que no dudaría en utilizar su considerable tamaño y su fuerza en caso necesario. La verdad era que parecía que acabara de tumbar a una docena de hombres y que no le importaría hacerlo otra vez. Empezando por él.

– No tengo por costumbre hablar de mis relaciones íntimas, señor Mayne.

– Estamos ante una investigación por asesinato, lord Surbrooke, no buscando carne de cañón para posibles cotilleos -declaró el detective manteniendo su adusta expresión.

Sin hacer caso de la actitud de aquel hombre, Daniel, de una forma deliberada, contó mentalmente hasta diez antes de contestar.

– Blythe y yo somos… éramos viejos amigos.

¡Cielos, no era posible que estuviera muerta!

– ¿Y qué tipo de amigos eran? -insistió Mayne.

– No veo qué importancia tiene este hecho -declaró Daniel-. A menos que… -Enarcó una ceja y trasladó su mirada a Rayburn-. A menos que yo sea un sospechoso.

Mayne no lo negó y Rayburn lanzó una rápida y ceñuda mirada al detective.

– Estamos formulando las mismas preguntas a todos los asistentes a la fiesta por si alguien vio algo que nos conduzca al asesino. -Rayburn sacó una libretita del bolsillo interior de su chaqueta y preguntó-: ¿Vio usted algo o a alguien que pueda considerarse sospechoso?

Daniel reflexionó durante varios segundos y negó con la cabeza.

– No. Como de costumbre, la fiesta era muy concurrida. No vi nada fuera de lo común. ¿Tienen alguna razón para sospechar que el culpable era uno de los invitados?

– En este momento, no tenemos ninguna razón para creer nada, salvo que nos encontramos ante el asesinato de una mujer -interrumpió Mayne-. Un testigo ha declarado que usted estuvo hablando con lady Crawford ayer por la noche.