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– Así es. Intercambiamos algunas palabras.

– ¿En la terraza? -preguntó Rayburn.

Cuando Carolyn se fue, Daniel se quedó en la terraza durante cerca de media hora, perdido en sus pensamientos. Blythe se acercó a él sacándolo de sus solitarias reflexiones.

– ¿De qué estuvieron hablando?

– De nada importante. Del tiempo, la fiesta… Sobre una velada musical a la que nos habían invitado a los dos la semana que viene…

– ¿Durante cuánto tiempo estuvieron juntos?

– No más de cinco minutos. El aire era fresco y húmedo y ella cogió frío. La acompañé de vuelta al interior y me fui.

– ¿A qué hora abandonó usted la fiesta?

– No estoy seguro, pues no consulté mi reloj, pero yo diría que eran cerca de las dos de la madrugada.

– ¿Y adónde fue?

Daniel arqueó las cejas.

– Aquí. Volví a casa.

– ¿Puede alguien corroborarlo? -intervino Mayne-. ¿Su cochero o alguno de sus sirvientes, quizá?

– Me temo que no. Cuando llegué a la fiesta le dije a mi cochero que podía irse y regresé caminando a casa. Cuando llegué mis empleados estaban durmiendo.

– ¿Incluso su mayordomo y su ayuda de cámara?

– Me temo que sí. Barkley y Redmond ya no son jóvenes. No les exijo que me esperen despiertos.

Rayburn realizó unas anotaciones en su libretita y levantó la mirada.

– ¿Conoce a alguien que quisiera hacerle daño a lady Crawford?

– No. Era una mujer agradable y encantadora. Seguro que su asesino era un atracador.

– Es posible -contestó Rayburn-, aunque está claro que el robo no era el motivo de su muerte.

– ¿Por qué lo dice? -preguntó Daniel.

– Porque lady Crawford conservaba todas sus joyas. Llevaba puesta una singular gargantilla de perlas.

La imagen de tres ristras de perlas exactamente iguales cruzó la mente de Daniel.

– ¿La gargantilla tenía un cierre con diamantes y rubíes?

El interés iluminó los ojos de Rayburn.

– Sí, ¿cómo lo sabe?

Como no tenía nada que esconder y, de todos modos, ellos podían descubrirlo con facilidad a partir de distintas fuentes, incluido el joyero, Daniel declaró:

– Podría ser una gargantilla que le regalé a Blythe.

– Una joya muy cara para regalarla a una simple amiga -señaló Mayne-. ¿Cuándo se la regaló?

– A finales del año pasado. Y sí, era bastante cara. Quizás el asesino quería robársela pero algo lo asustó antes de que pudiera hacerlo.

– Es posible -contestó Rayburn mientras realizaba otra anotación en su libreta-. ¿Sabe si lady Crawford tenía una… relación con algún hombre en la actualidad?

Daniel había oído un vago rumor acerca de que lord Warwick, alguien a quien ni admiraba ni le gustaba, era la última conquista de Blythe, pero como no tenía por costumbre repetir los cotilleos infundados, declaró:

– No estoy seguro. Ayer mismo llegué a la ciudad, después de una larga estancia en el campo. Sólo puedo asegurarles que no tenía ninguna relación íntima conmigo.

– En la actualidad -recalcó Mayne.

Daniel dirigió su atención al detective y sólo le dedicó una fría mirada. No tenía intención de mentir, pero de ningún modo diría algo que pudiera manchar la memoria de una difunta. Y mucho menos a aquel detective insolente que lo miraba con hostilidad como si él hubiera cometido el asesinato. Su aventura con Blythe había durado menos de dos meses; unas cuantas semanas tórridas que se habían inflamado con rapidez y, después, se habían apagado. Daniel no tardó mucho en darse cuenta de que debajo de su deslumbrante belleza se escondía una mujer egoísta, vanidosa y no especialmente agradable. Era posible que tuviera enemigos, pero él no sabía quiénes eran. Por otro lado, ella no se merecía morir de aquella manera tan espantosa.

– ¿Alguna otra cosa? -preguntó Daniel.

– Su disfraz -declaró Rayburn-. ¿Puede usted describírnoslo?

– Era muy sencillo. Camisa negra, pantalones ajustados, botas, máscara y una capa larga y negra.

– El exterminador de ratas vio a alguien vestido con una capa negra que salía de las caballerizas justo cuando él llegaba.

Daniel arqueó las cejas.

– Yo no era el único invitado a la fiesta que vestía una capa negra. Quizás el exterminador de ratas es el desalmado que están buscando.

– Quizá -contestó Mayne, pero con un tono de voz que dejaba claro que no lo creía.

Sin duda, todo en su actitud indicaba que consideraba a Daniel sospechoso.

– Esto es todo, milord -declaró Rayburn.

– Por ahora -añadió Mayne.

Daniel se levantó y los condujo al vestíbulo.

– Gracias por su tiempo, milord -declaró Rayburn cuando llegaron a la puerta.

– De nada. Por favor, avísenme si puedo ayudarlos en algo más.

– Así lo haremos -contestó Mayne, cogiendo su sombrero de manos de Barkley.

A continuación Mayne se despidió de Daniel con una leve inclinación de cabeza y salió seguido de Rayburn. Nada más cerrarse la puerta tras ellos, Samuel entró en el vestíbulo.

– ¿Y bien? -preguntó con sus manos enguantadas apretadas en sendos puños y la cara pálida y demacrada-. ¿M'están buscando a mí?

– No. -Daniel contó a Samuel y a Barkley la conversación que había mantenido con Rayburn y Mayne y terminó diciendo-: No puedo creer que esto haya sucedido. No me entra en la cabeza que Blythe esté muerta. Y que muriera de una forma tan horrible.

Samuel arrugó el entrecejo.

– Será mejor que vaya con cuidado, milor. Está claro que husmean en su dirección por este asesinato.

Daniel asintió de forma pensativa.

– A mí también me ha dado esa sensación. Sobre todo por Mayne, quien daba la impresión de que lo que más quería en este mundo era enviarme a la horca. Pero me han dicho que están interrogando a todos los que asistieron a la fiesta. Yo no soy el único que llevaba una capa negra o que habló con Blythe la noche pasada.

Ni tampoco era el único hombre con el que lady Crawford había tenido una aventura.

Sin embargo, en lugar de parecer aliviado, Samuel se vio todavía más preocupado.

– Pero el collar que llevaba puesto se lo regaló usté y sé cómo son esos hombres de la ley, milor. Se les mete una idea en la cabeza y no les importa mucho si están equivocados. Los he visto arrestar a más d'un inocente.

Daniel esbozó una sonrisa forzada.

– No hay por qué preocuparse. Sólo están realizando su trabajo de una forma concienzuda. La buena noticia es que sus indagaciones no tienen nada que ver contigo.

La rígida postura de Samuel se relajó un poco.

– Desde luego son buenas noticias.

Daniel consultó el reloj de aleación de cinc y cobre de la pared y se dio cuenta, aliviado, de que ya no era demasiado temprano.

– Voy a salir un rato. Cuando regrese, estaré dispuesto a conocer a Pelón.

Mientras tanto, tenía que ir a visitar a una diosa. Y ahora por una razón mucho más apremiante que hablar sobre su encuentro en la terraza. Con un asesinato sin resolver, tenía que asegurarse de que Carolyn estaba bien protegida.

Carolyn, con los pies clavados en el suelo de mármol blanco y negro del vestíbulo de su casa, contempló cómo Nelson cerraba la puerta detrás del señor Rayburn y el señor Mayne. El breve interrogatorio al que la habían sometido la había impresionado.

Sintiéndose todavía aturdida, regresó con paso lento al salón mientras intentaba asimilar la increíble y espantosa noticia de que lady Crawford estaba muerta. Asesinada.

Un escalofrío recorrió su espalda. No eran amigas íntimas, apenas unas conocidas, pero sí que conocía a la atractiva viuda. Carolyn les contó, al señor Rayburn y al señor Mayne, todo lo que sabía, que era prácticamente nada, y respondió a todas sus preguntas, aunque en ningún momento dejó de pensar que tenía que haberse cometido un terrible error.