Después de tres largos años de viudedad, al final había aceptado que el dolor por la pérdida de su amado marido nunca desaparecería por completo. Así que lo guardaba en un rincón especial de su corazón, donde su recuerdo ardía con viveza y siempre lo haría. Ella podría haber permanecido para siempre en el duelo, aislada de todos salvo de su familia y sus amigas más cercanas, pero varios meses atrás, Sarah la había tomado de la mano con firmeza y, prácticamente, la había arrastrado al mundo exterior animándola a dejar a un lado la soledad y los vestidos de luto para unirse de nuevo a los vivos.
Al principio, Carolyn se resistió, pero, poco a poco, había vuelto a disfrutar de participar en la sociedad, asistiendo a veladas, saliendo con sus viejas amigas y conociendo gente nueva. Carolyn se comportaba adecuadamente en todo momento, decidida a no hacer nada que pudiera mancillar la memoria de Edward. Aunque las noches, largas y silenciosas, le resultaban dolorosas y solitarias, en aquel momento tenía los días placenteramente ocupados con visitas y salidas para ir de compras con Emily y Julianne, sus dos amigas más queridas. Y, desde luego, con Sarah, la más querida de todas. Sin embargo, todavía disponía de mucho tiempo libre y deseaba encontrar algo en lo que mantenerse ocupada. Algo útil. Un proyecto de algún tipo. La mayoría de los días se sentía como si todo lo que hiciera en la vida fuera ocupar un espacio.
Como no deseaba seguir alimentando aquellos pensamientos, que eran cada vez más sombríos, ni los fragmentos más obscenos del libro, fragmentos que habían despertado en ella deseos que creía tener olvidados desde hacía mucho tiempo, Carolyn declaró:
– Hace poco he descubierto que las Memorias, además de constituir el último escándalo en la sociedad, también son responsables de una nueva moda que ha causado furor.
Emily arqueó una ceja.
– ¿Ah, sí? ¿Hacer el amor en un carruaje en marcha?
– ¿O en una sala de billar…?
– No -respondió Carolyn riendo e interrumpiendo las suposiciones de Julianne-. Se trata de las notas sobre las que habla la autora.
– ¡Ah, sí, las misteriosas cartas anónimas que la Dama recibía de uno de sus amantes! -contestó Julianne con voz entrecortada-. Ella acudía a la hora y lugar indicados en la nota y tenía una cita con su amante.
– Exacto -prosiguió Carolyn-. Ayer por la noche, en la velada musical de lord y lady Lerner, oí decir a varias damas que habían recibido notas de ese tipo. Y que los resultados habían sido muy satisfactorios.
– No me extraña -intervino Sarah, asintiendo con la cabeza de tal forma que sus gafas resbalaron por el puente de su nariz-. A mí me gustaría mucho recibir una nota de esas.
– ¿De verdad? -preguntó Emily mientras sus ojos chispeaban con malicia-. ¿Y de quién?
Sarah parpadeó y se subió las gafas.
– Pues de Matthew, claro. De hecho, esta mañana, durante el desayuno, le he pedido que me envíe una.
Julianne exhaló un suspiro largo y ensoñador.
– A mí me encantaría recibir una nota de ese tipo. Es tan… ardiente… y romántico.
– Tan sólo una de esas notas arruinaría tu reputación-declaró con dulzura Carolyn a su exageradamente romántica amiga.
– Sí, pero que alguien te desee con tanto fervor… -Julianne exhaló otro suspiro-. ¡Las Memorias me han enseñado tantas cosas…! Cosas que, desde luego, mi madre nunca me contó.
– Ninguna madre le contaría nunca esas cosas a su hija -declaró Carolyn, mientras ahogaba una risa horrorizada.
La víspera de su boda, su madre sólo le dio el inquietante y enigmático consejo de que cerrara los ojos, se preparara para lo que se aproximaba y recordara que la terrible experiencia habría terminado en cuestión de pocos minutos.
Evidentemente, su madre no sabía de qué hablaba, porque la noche de su boda constituyó una experiencia tierna y hermosa que marcó el inicio del vínculo íntimo y profundamente satisfactorio que la unió a Edward.
– Mi madre nunca habló de estas cosas conmigo -intervino Emily-. La verdad es que si no hubiera dado a luz a seis hijos, yo estaría dispuesta a afirmar que no sabe cómo se conciben los niños. Creo que es una gran suerte que la Dama Anónima escribiera las Memorias sacándonos a todas de la ignorancia. Algún día no muy lejano, un hombre rico, guapo y afortunado tendrá el sentido común de enamorarse de mí y se sentirá muy feliz de que yo haya leído el libro.
Carolyn contempló el retrato de Edward, que colgaba sobre la chimenea, y una oleada de tristeza la invadió. El amor y la intimidad se habían acabado para ella. Edward era un hombre amoroso, amable, honesto y maravilloso. Aún en aquel momento, ella consideraba un milagro que el vizconde Wingate, hombre extremadamente atractivo y soltero cotizado, la hubiera elegido a ella. Sin duda, si su padre no hubiera sido un médico y el vizconde no se hubiera hecho daño en una mano en la misma librería de Londres en la que ella y su padre estaban dando un vistazo, lo más probable era que no se hubieran conocido nunca. Pero, desde aquel primer instante, ella sintió como si acabara de encontrar una pieza de sí misma que ni siquiera sabía que le faltaba.
Carolyn parpadeó apartando a un lado aquellos recuerdos, se esforzó en sonreír y declaró:
– Bueno, quizá nos enteremos de que se han enviado más notas en el baile de disfraces de esta noche, en casa de lady Walsh. Se rumorea que será una gran gala.
– Yo he oído que habrá más de trescientos invitados -informó Sarah-. Esta mañana, Matthew me ha dicho que lord Surbrooke llega hoy a Londres y que asistirá a la fiesta.
Por razones que ni comprendía ni se molestó en analizar, el pulso de Carolyn se disparó al oír nombrar al mejor amigo de su nuevo cuñado. Ella se había encontrado con lord Surbrooke en varias ocasiones a lo largo de los años, pues Edward lo conocía, pero no tuvo ocasión de hablar más a fondo con él hasta la fiesta que Matthew celebró en su finca, a comienzos del verano.
Al principio, ella consideró que el guapo y encantador conde no era más que otro aristócrata superficial echado a perder por el exceso de dinero y tiempo libre y por ser un mujeriego. Sin embargo, cuando creía que nadie lo observaba, sus oscuros ojos azules se volvían pensativos y parecían albergar tristeza. Carolyn comprendía bien esa emoción y no podía evitar preguntarse si a lord Surbrooke le había acontecido alguna tragedia en el pasado.
Pero en sus ojos había algo más… algo que perturbaba la tranquilidad de Carolyn y agitaba sus entrañas de la forma más inquietante. Algo que no estaba segura de que le gustara.
Julianne intervino con alegría librándola de tener que realizar ningún comentario.
– Mi madre me ha dicho que el señor Logan Jennsen también asistirá a la fiesta.
Emily arrugó la nariz.
– Estoy convencida de que no resultará difícil distinguirlo entre la multitud. Seguro que irá disfrazado de serpiente. O de lobo.
– No sé por qué te desagrada tanto -declaró Sarah-. Es muy divertido.
– Simplemente no entiendo que lo inviten a todas partes -contestó Emily soltando un soplido-. ¿Es que nadie, aparte de mí, se ha dado cuenta de que es un norteamericano ordinario?
– Lo invitan a todas partes porque es escandalosamente rico -intervino Julianne-. Seguro que le gustaría casarse con la hija de un lord para poder entrar en la sociedad. Y con la enorme riqueza que posee, seguro que lo consigue. -Le dio a Emily un codazo para provocarla-. Será mejor que tengas cuidado no vaya a ser que te eche el ojo a ti.