– Eso mismo me ha contado Matthew. -Carolyn sintió el peso de la mirada de Sarah-. Pero no recuerdo habértelo mencionado.
Carolyn apartó la vista de la atractiva pareja.
– Me lo contó el mismo lord Surbrooke.
– ¿Ah, sí? ¿Cuándo?
Carolyn se encogió de hombros esperando que su gesto no se viera tan forzado como ella lo sintió.
– Durante una de nuestras conversaciones -respondió vagamente.
Su conciencia la reprendió por su poco comunicativa respuesta, pero ella sabía que, si mencionaba que lord Surbrooke había ido a verla a su casa, su curiosa hermana le formularía interminables preguntas. Preguntas que ella no deseaba contestar.
Sarah asintió con la cabeza.
– ¡Ah, en la fiesta de Matthew! Es una pena que esté tan en contra del matrimonio. Es un hombre maravilloso.
Carolyn enarcó las cejas. Ella siempre había considerado que Sarah era muy buena juzgando el carácter de los demás. Y lord Surbrooke, aunque era encantador, no era más que un vividor superficial. Sólo una bonita fachada sobre un fondo que sólo buscaba el propio placer.
– ¿Eso crees?
Sarah asintió con vigor y sus gafas resbalaron por su nariz.
– ¡Huy, sí! Hace años que es el mejor amigo de Matthew y, por lo que Matthew me ha contado, lord Surbrooke es leal, honesto y muy amable. -Miró a Carolyn mientras subía y bajaba las cejas repetidas veces-. ¡Y no se puede decir que resulte desagradable a la vista!
– No, desde luego que no -reconoció Carolyn, pues afirmar lo contrario habría despertado la viva curiosidad de Sarah.
Carolyn se mordió la lengua para contener, sin miramientos, el aluvión de preguntas que deseaba formularle a su hermana acerca de lord Surbrooke. Ella sabía todo lo que necesitaba saber, que él quería acostarse con ella. Y no pensaba acceder a su tentador, esto… inaceptable plan.
– Por la forma en que lord Surbrooke ríe, sin duda él y Julianne no están hablando de lo que está en boca de todo el mundo.
Boca… Sí, su boca… Esos labios perfectos. Que la habían besado de una forma tan… perfecta. Sus labios… sus labios… ¡Maldita sea, otra vez había perdido el hilo de la conversación!
– ¿Perdona?
Sarah le lanzó una mirada extrañada.
– Que no parece que estén hablando del asesinato.
– ¡Ah, no!
¿De qué estarían hablando? Carolyn volvió a mirar al otro extremo de la habitación. ¡Mmm! ¡Seguro que una charla acerca del tiempo no provocaría que los ojos de lord Surbrooke brillaran de aquel modo! ¿Y qué pasaba ahora? Él se inclinaba hacia Julianne, como si le fuera a susurrar algo al oído.
En aquel preciso instante, la señora Amunsbury, lady Walsh y lady Balsam se acercaron tapándole la vista a Carolyn.
– ¡Cielos, qué serias estáis! -declaró lady Walsh mientras su curiosa mirada pasaba, de una forma alternativa, de Carolyn a Sarah. Entonces bajó la voz y preguntó-: ¿Estáis hablando del asesinato? Ha provocado una auténtica oleada de indignación pública. Todo el mundo está escandalizado y teme por su seguridad.
Antes de que Carolyn o Sarah pudieran contestar, la señora Amunsbury, sosteniendo los anteojos delante de su cara, declaró:
– No estaban hablando del asesinato. Está claro que hablaban del muy atractivo lord Surbrooke.
– Sí-corroboró lady Balsam-, quien ahora conduce a lady Julianne a la pista de baile.
La mirada de Carolyn cruzó la habitación. Lord Surbrooke y Julianne, ambos sonrientes, se dirigían a la pista de baile, donde él la sostendría a ella en sus fuertes brazos. Y la miraría con sus bonitos ojos azules. Y Julianne experimentaría el vertiginoso placer de dar vueltas por la habitación con él; de ser el centro de su atención; de sentir su mano cogida por la de él, y la otra mano de él apoyada en la parte baja de su espalda.
Una desagradable sensación se apoderó de su estómago y volvió a dirigir la mirada hacia sus acompañantes.
– Hoy él ha estado muy ocupado -murmuró lady Balsam.
– Desde luego -corroboró lady Walsh con una media sonrisa flotando en la comisura de sus labios. Entonces se volvió hacia Carolyn-. Primero te visita a ti, ahora baila con una de tus mejores amigas. Me pregunto quién será la próxima.
La señora Amunsbury arqueó una ceja perfectamente delineada y una sonrisa de complicidad curvó sus labios.
– Sin duda, el muy sinvergüenza ha visto a inedia docena más de mujeres entre la visita que te hizo esta mañana y ahora.
– ¿Lord Surbrooke te ha visitado? -preguntó Sarah con las cejas arqueadas al máximo.
Carolyn maldijo el rubor que sintió en su cara.
– Se trató de una visita muy breve. Para asegurarse de que estaba bien. Después de enterarse del asesinato.
– Muy caballeroso por su parte -comentó lady Balsam con su felina mirada clavada en Carolyn.
Otro rubor cubrió el rostro de Carolyn. Era indudable la insinuación que contenían las palabras de lady Balsam y las conjeturas que reflejaban sus ojos. Carolyn levantó la barbilla y contestó con serenidad:
– Sí, fue un gesto muy amable por su parte. Somos vecinos, ¿sabéis?
– Sí, querida, lo sabemos -respondió lady Walsh con un tono de voz socarrón. Desvió la mirada y añadió-: Hemos estado buscando a lord Heaton por todas partes y acabo de verlo. ¿Nos disculpáis?
Se alejó y lady Balsam y la señora Amunsbury la siguieron. Carolyn las observó mientras desaparecían entre la multitud e intentó calmar su inquietud. Parecía claro que sospechaban que la visita de lord Surbrooke había sido de todo menos inocente.
De una forma involuntaria, Carolyn levantó la mano y deslizó los dedos por sus labios mientras una imagen mental de lord Surbrooke besándola cruzó por su mente.
De acuerdo, no había sido inocente. ¡Pero tampoco se podía decir que estuvieran viviendo una aventura!
– ¡Ah, aquí estáis! -exclamó la voz de Emily-. Os he estado buscando por todas partes. ¿Alguna vez habíais visto tanta gente junta? Todos dicen que están preocupados por el asesino, pero en lugar de quedarse en la seguridad de sus casas, están aquí, hablando fervorosamente sobre el crimen. -Se volvió hacia Sarah-. Quizá quieras rescatar a tu esposo. Mi tía Agatha lo ha acorralado cerca de los palmitos del rincón y él es demasiado educado para deshacerse de ella.
Sarah estiró el cuello hacia el rincón de los palmitos.
– Yo no me preocuparía. Es un experto en este tipo de situaciones. Además, si sufre un poco, se lo tiene merecido por no enviarme el tipo de nota que se menciona en las Memorias.
La mirada de Carolyn se trasladó, de una forma involuntaria, a la pista de baile. Lord Surbrooke sonreía a Julianne mientras bailaban un vals en perfecta armonía. Julianne, con su bonito rostro teñido de un delicado color rosa, le devolvía la sonrisa. Un nudo pareció bloquear la garganta de Carolyn, quien se reprendió mentalmente y se obligó a dirigir su dispersa atención al lugar en el que debía estar.
– Se dice que la muerte de lady Crawford no se debió a un robo fallido -explicó Emily-, y que quizá lo cometió un amante actual o pasado.
– ¿Quien te ha dicho eso? -preguntó Carolyn.
– He hablado con tantas personas… Quizá lord Tolliver. Se rumorea que lord Warwick fue su último amante y que un comisario y un detective lo han interrogado.
– Están interrogando a todos los asistentes a la fiesta de disfraces -declaró Sarah.
– Sí -corroboró Emily-, pero están prestando especial atención a ciertas personas; lord Warwick entre ellas, aunque he oído decir que tiene una coartada. -Bajó la voz y les confió-: Si queréis saber mi opinión, deberían interrogar al señor Jennsen.
– ¿Por qué lo dices? -preguntó Carolyn.
Emily arqueó las cejas.
– ¿Soy la única que se ha dado cuenta de la cantidad de sucesos extraños que han ocurrido desde que llegó a Inglaterra?