Después de saborear la sensación de tenerla en sus brazos durante varías vueltas, Daniel no pudo evitar exponerle la pura verdad.
– No he pensado en nada salvo en ti durante todo el día.
Una delicada ceja se arqueó en la cara de Carolyn y una ráfaga de diversión atravesó sus ojos.
– Resulta evidente, dada la atención que me ha prestado esta noche.
¡Mmm! ¿Acaso se sentía molesta? Al pensar en esa posibilidad, Daniel se llenó de satisfacción.
– Has sido el centro de mi atención durante toda la noche. Te lo aseguro. -Al ver su mirada de incredulidad, Daniel extendió más los dedos en su espalda y la acercó unos centímetros más a él. Después, en un tono de voz que sólo ella podía oír, añadió-: ¿Necesitas pruebas? Muy bien. Desde que llegaste, has comido cuatro canapés y has bebido tres copas de ponche. Has hablado con once mujeres, entre ellas tu hermana, lady Emily y lady Julianne, y con cinco hombres, entre ellos tu cuñado y el señor Jennsen. Con él dos veces. Has sonreído veintisiete veces, has fruncido el ceño ocho veces, te has reído quince veces, has estornudado una y, hasta ahora, no habías bailado.
Carolyn abrió mucho los ojos.
– Se lo acaba de inventar.
– No es cierto. Pero me había olvidado de una cosa. Eres, sin lugar a dudas, la mujer más guapa de la fiesta.
El rubor tiñó las mejillas de Carolyn y Daniel tuvo que esforzarse para no apoyar los labios en aquel color tan cautivador.
– Por simple amabilidad he bailado con la anfitriona y con su hija -continuó Daniel-, pero, aun entonces, tú ocupabas mis pensamientos. Desde que llegué he estado esperando con ansia este momento, el momento de tenerte en mis brazos.
Daniel la observó preguntándose si no habría ido demasiado lejos, si su rotunda sinceridad no la asustaría. Esperaba que no, porque no podía parar. No podía ir con rodeos con ella.
Al final, Carolyn carraspeó.
– De hecho, me alegro de tener la oportunidad de hablar con usted, milord.
– Daniel… mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida y extraordinariamente inteligente lady Wingate -su mirada se clavó en la boca de Carolyn-, poseedora de los labios más apetecibles que be visto nunca.
Carolyn se ruborizó todavía más y miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie había oído su comentario.
– De eso, precisamente, quería hablar con usted.
– ¿De tus apetecibles labios? Excelente, pues es un tema que estoy ansioso por explorar más a fondo.
Carolyn negó con la cabeza.
– No me refería a eso. -Entonces inhaló aire, como si quisiera coger fuerzas-. He estado reflexionando sobre su… oferta.
– ¿La de que seamos amantes?
– Sí, y me temo que debo rechazarla.
El la observó más atentamente. En sus ojos había determinación, pero también algo más. Algo que parecía consternación. Carolyn irradiaba tensión, lo que dejaba claro que esperaba que él objetara su decisión. ¡Y por Dios que deseaba hacerlo! De hecho, lo que más deseaba era arrastrarla hasta un rincón oscuro y privado y besarla y acariciarla hasta que cambiara de idea.
Pero objetar su decisión y llevársela a rastras iba en contra de sus intereses. No, lo mejor sería dejarla ganar aquella batalla, que creyera que tenía el control de la situación. Porque él tenía la intención de ganar la guerra. Y hacerle perder el control. En sus brazos. Y en su cama.
Por lo tanto, como cualquier general que hubiera perdido, sólo, una batalla, se recompuso y se preparó para flanquear a Carolyn.
– Está bien. Lo comprendo -declaró asintiendo con la cabeza.
El desconcierto que reflejó Carolyn demostró que esperaba una objeción por parte de Daniel. Procurando mantener una expresión indescifrable, Daniel añadió:
– Aunque no desees que seamos amantes, espero que podamos continuar siendo lo que hemos sido hasta ahora… amigos.
– Yo… Bueno, sí. Supongo que…
– Estupendo. Le deseo una agradable velada.
Daniel realizó una inclinación formal y se alejó absorbiendo la mirada de Carolyn, que sentía clavada en su espalda. Y se obligó a sí mismo a no mirar atrás.
Capítulo 9
No lo conocía mucho, pero este hecho no me pareció muy importante cuando subió la mano por mi pierna. Y todavía menos cuando su boca siguió el mismo camino.
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
Cuando Daniel llegó a su casa, en lugar de encontrarla oscura y dormida, vio que varias ventanas estaban iluminadas. Samuel lo recibió en la puerta.
– Nunca adivinaría qué, milor -declaró el criado antes siquiera de que Daniel se hubiera quitado el sombrero.
«¡Oh, oh!» El hecho de que el animal que Samuel hubiera rescatado en esa ocasión mereciera que lo esperara despierto no pintaba nada bien.
– No me lo imagino -murmuró Daniel, preparándose para la noticia-. ¿Qué has traído a casa esta vez?
Samuel tragó saliva de una forma ostentosa.
– Se trata de… una fémina.
– ¿Una fémina de qué especie? ¿Una ardilla? ¿Una coneja?
¡Santo cielo! Esperaba que no fuera otra coneja. La última que Samuel recogió dio a luz al poco tiempo y, ahora, ella y todas sus crías vivían en su casa de campo, en Meadow Hill. Seguro que su propiedad estaba infestada de múltiples generaciones de aquellas criaturas peludas y de cola de algodón.
Samuel negó con una sacudida de la cabeza…
– No, milor. Sólo es una… chica. -Se aclaró la garganta-. De la especie d' hembra humana.
Daniel contempló a su criado, cuyas mejillas estaban encendidas, pero antes de que pudiera hablar, Samuel añadió a toda prisa:
– La encontré acurrucada en un callejón, milor. Llorando estaba. Al principio se creía que yo iba' hacerle daño. -Los ojos de Samuel despidieron chispas-. Ya se l' habían hecho.
Daniel apretó las mandíbulas.
– ¿Está muy grave?
– Tiene los ojos morados, algunos cortes y muchos cardenales. Consiguió escapar antes de que el cerdo que l' había cogido l' hiciera más daño. -Apretó los labios y su voz se convirtió en un susurro-. Pero l' habían hecho daño antes, milor. Yo… me di cuenta.
A Daniel se le formó un nudo en el estómago. Sí, por desgracia, Samuel sabía de aquel tema.
– ¿Dónde está? ¿Necesita un médico?
– Está acurrucada en el sofá del salón. Creo que alguien debería mirarle los cortes, pero cuando mencioné a un médico se puso nerviosa y se negó. Está claro que no quiere que ningún hombre la toque, milor, y no la culpo d' ello. Me costó un poco convencerla pa que viniera aquí conmigo. Pero como Mary y la cocinera ya s' han ido a sus casas a dormir, en la casa sólo hay hombres.
Daniel asintió con lentitud.
– ¿Sabes cómo se llama?
– Katie Marshall, milor.
– ¿Y cuántos años tiene la señorita Marshall?
– Diecinueve. -Samuel miró con fijeza a Daniel. Es una chica decente, milor. Pasó tiempos duros cuando, hace unos meses, la familia para la que trabajaba la despidió. Desde entonces ha intentado encontrar trabajo. Había oído decir q' una familia necesitaba una sirvienta y se dirigía a la casa cuando el muy cerdo l' agarró. Le robó el poco dinero que tenía e intentó robarle algo más. -Los ojos de Samuel despidieron destellos-. Luchó contra él, sí, señor, y s' escapó.
– Bien por ella -comentó Daniel en voz baja-. Será mejor que hagamos venir a alguien, a una mujer, lo antes posible. La casa de lady Wingate es la más cercana. Ve allí y pregúntale si puede venir su doncella. Después, ve a buscar a Mary y a la cocinera. Y… Samuel…
– ¿Sí, milor?
– Afortunadamente, necesito otra sirvienta.
En lugar de esbozar su habitual y breve sonrisa, Samuel asintió con solemnidad.
– Gracias, milor. Es usté el mejor de los hombres.