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– Sí, milady.

– Eres muy valiente. Y por el aspecto de los nudillos le diste al rufián unos buenos golpes.

– Unos cuantos, pero no fueron suficientes. De todos modos consiguió escapar con todo mi dinero, aunque era poco. -Mientras Carolyn continuaba con sus cuidados, Katie susurró con voz temblorosa-: ¿Cree que Samuel tiene razón? ¿Que lord Surbrooke me contratará? Me cuesta creerlo, con todos estos cortes y morados. -Sus ojos hinchados se llenaron de lágrimas-. M' he mirado al espejo y sé que tengo un aspecto horrible.

– Estoy segura de que Samuel no lo habría dicho si lord Surbrooke no se lo hubiera asegurado. Y, en cuanto a los cortes y los morados, se curarán.

Al oír estas palabras, Katie pareció relajarse un poco.

– Cuando Samuel entró en el callejón, no podía creérmelo. Al principio, pensé qu' era otro atracador o que quería hacerme daño, como suelen hacer los hombres. Sin embargo, resultó ser un ángel.

– Le he oído decir que a él lo salvó su señor. ¿Sabes a qué se refería?

– ¡Oh, sí, milady! Samuel me lo contó todo en el carruaje que alquiló para que nos trajeran aquí. Estuvo hablando durante todo el camino. Nunca en mi vida había conocido a un hombre que hablara tanto. Normalmente, es imposible sacarles más d' una palabra o un gruñido.

Carolyn se acordó de su amable aunque taciturno padre y sonrió.

– Los hombres pueden ser frustrantemente poco comunicativos -corroboró.

Katie asintió con la cabeza.

– Sí, milady. Pero Samuel no es así. Me lo contó todo sobre aquella noche fría y lluviosa en Bristol. Me contó que estaba enfermo y hambriento y que intentó robar al conde. ¿Se lo imagina? Pero no lo consiguió porque se desmayó. Justo a los pies del conde. Pero, en lugar d' entregarlo a la policía o dejarlo en la calle, como habría hecho cualquier otra persona, el conde cogió a Samuel en brazos y lo llevó a la posada en la que se hospedaba. ¿No le parece increíble?

Antes de que Carolyn pudiera responderle que sí, que, en efecto, le parecía increíble, Katie continuó:

– El conde llamó a unos médicos y s' aseguró de que se curaba. Y, cuando se curó, l' ofreció un empleo. Con la condición de que Samuel no volviera a robar. Y no lo ha hecho. ¡Ni una vez! Si alguien me contara esta historia no la creería, pero algo en Samuel m' inspira confianza. Y, por cómo m' ha ayudado, lo creo.

Carolyn levantó la vista del vendaje que estaba aplicando a la mano de Katie mientras aquella sorprendente información daba vueltas por su cabeza.

– Y ahora lord Surbrooke también te ha ofrecido un empleo a ti.

– Eso parece. Gracias a Samuel.

Una vez hubo terminado con las manos de Katie, Carolyn humedeció un trapo limpio y limpió con suavidad la cara de la joven.

– ¿Cuánto tiempo lleva Samuel trabajando para lord Surbrooke? -preguntó Carolyn.

– Cerca d' un año. Me contó maravillas de lord Surbrooke. No sólo de cuando lo salvó, sino también de los perros.

– ¿Los perros? -repitió Carolyn, desconcertada.

– Los llamó Rabón, Paticojo y Gacha. Por los… problemas que tienen.

– ¿Problemas?

– Sí, milady. Rabón perdió su cola, Paticojo perdió una pata y Gacha sólo tiene una oreja, y ésta la tiene…

– ¿Gacha? -probó Carolyn.

– Sí. Todos eran abandonados o los habían dado por muertos. Samuel encuentra a las pobres bestias y las trae a su señoría y juntos las salvan.

La sorpresa de Carolyn aumentaba por momentos. No tenía noticia de ese aspecto del carácter de lord Surbrooke, de que no sólo había salvado a un antiguo ladrón, sino que le había abierto las puertas de su casa y que, ahora, había hecho lo mismo con Katie. Y que también ayudaba a rescatar animales heridos o abandonados. Ella creía que lord Surbrooke no era más que un caballero ocioso que sólo se preocupaba por su propio placer.

Estaba tan sorprendida que no pudo evitar comentarlo en voz alta.

– No tenía ni idea de que lord Surbrooke dedicara su tiempo y su dinero a esos fines.

– Es sorprendente -ratificó Katie. Entonces sus facciones se endurecieron-. Por lo que he visto, no muchos hombres en su posición lo harían.

Carolyn no pudo desmentir su afirmación.

– ¿Qué más te contó Samuel?

– Que acababa d' encontrar otro cachorro y que l' había puesto de nombre Pelón. Y que tienen más perros, pero como son tantos, viven en la casa solariega del señor, en Kent. Y también están los gatos, Guiños y Ladeo.

Carolyn se acordó del gato con un solo ojo que había visto en el vestíbulo.

– Creo que ya conozco a Guiños. ¿Y qué le pasa a Ladeo?

– Una pata más corta que las otras, creo. Además de los gatos, también han recogido a unas cuantas ardillas y a una coneja, que enseguida tuvo varias crías.

– Debió de ser toda una sorpresa -declaró Carolyn, sonriendo mientras aplicaba ungüento en un corte superficial que Katie tenía en una ceja.

– Desde luego. Y también está el loro. Se llama Picaro, pero no sé por qué lo llaman así. Llegamos aquí antes de que Samuel pudiera contármelo.

– Da qué pensar -murmuró Carolyn.

Katie realizó una mueca de dolor cuando Carolyn le aplicó ungüento en un morado que tenía en la mejilla.

– Lo siento -se disculpó Carolyn-. ¿Te duele mucho?

El morado, hinchado y de color oscuro, se veía tierno y doloroso.

– No, milady. Al menos no tanto como algunos cortes que he recibido en otros momentos de mi vida.

A Carolyn el estómago le dio un vuelco al oír las terribles palabras de Katie. Antes de que pudiera recuperar la voz, alguien llamó a la puerta. Lord Surbrooke entró, seguido de Gertrude, la doncella de Carolyn, cuyas facciones maternales se oscurecieron de preocupación cuando vio a Katie.

– Katie, ésta es Gertrude, mi ama de llaves -declaró Carolyn-. Hace años que cuida de mí y es una de las personas más amables que conozco.

– Te he traído una de mis batas para que estés cómoda, querida -declaró Gertrude. Unos mechones grises sobresalían de su gorra que, evidentemente, se había puesto a toda prisa-. Después me encargaré de que te laven la ropa.

Katie pestañeó con sus hinchados párpados.

– Nadie m' había servido nunca.

– Le he dado instrucciones a Barkley, mi mayordomo, para que te lleve a una de las habitaciones de los invitados -declaró lord Surbrooke-. Te enviaré a mi sirvienta en cuanto llegue y le diré a la cocinera que te prepare un calcio.

– No se preocupe, milord, estaremos bien -declaró Gertrude ayudando a Katie a levantarse-. Yo me encargaré de la joven.

Barkley estaba es posición de firmes junto a la puerta. Sin duda, le habían advertido acerca del rechazo que Katie sentía hacia los hombres que no conocía, pues no realizó ningún intento de ayudarla. Sólo guió a Gertrude y a Katie a la habitación.

Carolyn, de pie junto a la chimenea, contempló cómo lord Surbrooke cerraba la puerta del salón cuando los demás salieron. El suave chasquido que se produjo reverberó en la silenciosa habitación. Durante varios segundos, él permaneció de cara a la puerta, con la cabeza inclinada, como si sostuviera una carga demasiado pesada. Se volvió y su mirada se encontró con la de Carolyn. Tocias las cosas inesperadas que Katie le había contado cruzaron por la mente de ella, quien se sintió como si lo viera por primera vez.

El se pasó las manos por la cara y esbozó un amago de sonrisa.

– Una noche llena de incidentes.

– Sí…

Su respuesta se fue apagando a medida que él se acercaba a ella con lentitud, deteniéndose cuando apenas los separaba la distancia de un brazo. El cuerpo de Carolyn pareció estirarse hacia el de lord Surbrooke, así que ella afianzó los pies en el suelo para evitar avanzar hacia él eliminando el espacio que los separaba y que parecía, a la vez, excesivo e insuficiente. Estaba a punto de apretar los puños para no apartarle el mechón de pelo que caía sobre su frente, cuando él le cogió las manos con dulzura.