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– Casualmente necesitaba un criado.

¿Por qué insistía en restarle importancia a lo que había hecho? Carolyn consideró la posibilidad de preguntárselo, pero, al final, decidió no hacerlo. De momento. Aunque no podía negar que se sentía sorprendida e intrigada al mismo tiempo por aquella imprevista modestia suya, y también por todos los aspectos inesperados que había averiguado acerca de él aquella noche. Aquel hombre estaba lleno de sorpresas.

Él señaló un rincón con un gesto de la cabeza.

– ¿Quiere sentarse?

Carolyn alargó el cuello y en el rincón vio un sofá forrado de seda bordada que estaba rodeado de palmitos altos y frondosos plantados en macetas de porcelana. Un haz de luz lunar envolvía la zona con un destello plateado que le daba un aire casi mágico. Incapaz de resistirse a aquel rincón encantador, Carolyn asintió y murmuró:

– Gracias.

Cuando se sentaron, ella echó la cabeza hacia atrás y exhaló un suspiro de admiración al ver las estrellas que titilaban en lo alto.

– Parece un trocito de cielo interior.

– Estoy totalmente de acuerdo.

Ella enderezó la cabeza y vio que él la estaba mirando. Sentado en un extremo del sofá, con los hombros bajos, los dedos ligeramente entrelazados sobre su plano estómago y sus largas piernas estiradas y cruzadas, en actitud informal, por los tobillos, parecía la relajación personificada. Algo que a Carolyn le resultó bastante irritante, pues ella se sentía muy… poco relajada.

Esperando sonar tan despreocupada como él parecía estarlo, Carolyn le preguntó:

– ¿Pretende quedarse con todos los animales que Samuel rescate?

– Hasta ahora lo he hecho, pero dada la rapidez con la que aumenta su número, supongo que tendré que pensar en la posibilidad de que otras personas los adopten. Siempre que me aseguren que cuidarán bien de ellos.

– ¿Nunca le ha pedido a Samuel que pare?

– No. Y tampoco tengo la intención do hacerlo. Samuel tiene una mano con los animales que no había visto nunca antes en ninguna otra persona. Sería un veterinario excelente. He pensado ofrecerle la posibilidad de que vaya a la escuela.

Carolyn ni siquiera intentó ocultar su sorpresa.

– ¿Enviaría a su criado a la escuela?

– Si él quiere ir… Tiene auténtico talento. Y una gran dedicación.

– Eso sería muy generoso por su parte.

– No tanto como usted cree. Tengo un motivo oculto.

– ¿Y cuál es?

Un toque de malicia brilló en sus ojos.

– Siempre he querido tener un protegido. Está muy de moda, ¿sabe? Claro que ahora que Samuel se dedica a recoger a algo más que animales tendré que ampliar nuestra empresa y crear algún tipo de agencia de empleo.

Carolyn lo examinó y sacudió la cabeza interiormente. Ella siempre se había considerado muy aguda juzgando el carácter de los demás; sin embargo, en este caso no parecía haber acertado demasiado. En realidad, él siempre le había caído bien. Lo encontró agradable y encantador desde el momento en que lo conoció. Pero nunca había considerado que fuera más de lo que aparentaba ser: un granuja muy atractivo.

Evidentemente se había equivocado mucho. Y eso le resultaba muy inquietante. Ya le había costado resistirse a él cuando creía que no era nada más que un hombre atractivo, pero ahora… Ahora había cosas en él dignas de ser admiradas… aparte de su encanto y su aspecto agradable. Cosas nobles. Y eso constituía una atracción que ella sabía que le resultaría mucho más difícil de resistir, y que la llevaba a otra pregunta.

¿Realmente quería resistirse?

Su voz interior contestó que no con tanta rapidez, tanto énfasis y tanta potencia que casi tuvo la impresión de que lo había dicho en voz alta.

– ¿No, qué? -preguntó lord Surbrooke con una mirada intrigada.

¡Santo ciclo, lo había dicho en voz alta!

– Nada -contestó ella, y enseguida añadió-: recuerdo que usted me comentó que no le gustaba compartir. Sin embargo, sus acciones contradicen sus palabras, lord Surbrooke.

– Daniel… mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida, extraordinariamente inteligente, poseedora de los labios más apetecibles que he visto nunca y de una excelente memoria, lady Wingate. -Lord Surbrooke exhaló un soplido exagerado-. Esto se está volviendo larguísimo, ¿sabe? ¿Podría librarme de este sufrimiento?

Ella simuló no haberle oído decir «labios apetecibles».

– ¿Y perderme lo que se inventará a continuación? No, gracias.

– Vaya, mi mala suerte de costumbre… En cuanto a mi afirmación de que no me gusta compartir, supongo que debería aclararla. Depende de lo que vaya a compartir. -Su brillante mirada pareció atravesar el vestido de Carolyn y abrasarle la piel-. Y con quién.

Estas breves palabras vertieron sobre Carolyn una avalancha de imágenes. Imágenes de él y de ella compartiendo. Besos acalorados. Caricias sensuales. Sus cuerpos…

Una miríada de deseos, necesidades y emociones la invadió confundiéndola y dejándola nerviosa y completamente muda. Se humedeció los labios, pues, de repente, se le habían secado y entonces se quedó paralizada al ver que él contemplaba su gesto con interés.

Tuvo que tragar dos veces para que le saliera la voz.

– Samuel tiene suerte de haberlo encontrado.

– De hecho, el afortunado soy yo. -Daniel titubeó, como si dudara sobre si continuar o no y, al final, declaró-: Antes de que empezara a trabajar para mí, mi vida era… insatisfactoria. Los empeños caritativos de Samuel me han proporcionado algo valioso y productivo que hacer. Ayudarlo hace que me sienta útil. Y me ha hecho ser consciente de la fría y cruda realidad acerca de la impresionante cantidad de animales y de personas que necesitan ayuda desesperadamente.

Carolyn asintió con lentitud absorbiendo aquellas palabras que nunca habría atribuido a lord Surbrooke. Un estremecimiento de vergüenza la recorrió cuando se dio cuenta de cuánto se había equivocado con él.

– ¿Qué quiere decir con que su vida se había vuelto insatisfactoria?

– Experimentaba un creciente y frustrante sentimiento de descontento. De aburrimiento. De vacío. Y, sobre todo, de inutilidad.

– ¿Y qué hay de su condado? ¿Y de sus propiedades?

– Éstas no me toman tanto tiempo como se podría pensar. Tengo un administrador excelente que lo mantiene todo en marcha con tanta destreza que apenas soy necesario. Mis casas funcionan a la perfección. Podría desaparecer durante meses y no se produciría ni una onda en las tranquilas aguas de mi condado.

Carolyn se dio cuenta de que las sombras poblaban sus ojos y deseó conocer la causa.

Entonces él esbozó una rápida sonrisa.

– A la larga, no ser necesitado produce una gran insatisfacción. Gracias a Samuel y sus animales me siento mucho más satisfecho.

– Es usted muy afortunado, milord. Yo también he experimentado sentimientos similares a los que usted describe. Sin embargo, a diferencia de usted, todavía no he encontrado una actividad o causa que alivie mi vacío. -Carolyn no solía hablar de estas cosas con nadie salvo con Sarah; aun así, antes de que pudiera detenerse, se encontró diciendo-: He descubierto que resulta muy difícil pasar de ser necesitado a diario a no serlo en absoluto.

Él enderezó su relajada postura y sacudió la cabeza.

– Está usted equivocada. Su hermana y sus amigas la necesitan y se preocupan mucho por usted. Lo veo cada vez que estamos todos juntos.

– Lo sé, claro. Sin embargo, Emily y Julianne tienen sus propias familias y ahora Sarah está casada.

– Y usted se pregunta dónde encaja exactamente.

La mirada de Carolyn buscó la de él.

– Habla usted como si supiera lo que se siente.

– Probablemente porque lo sé. Con precisión. Y, aunque soy consciente de que ha tenido que realizar ajustes difíciles que no deseo a nadie, sigo envidiando el hecho de que, al menos durante un período de tiempo, usted se sintió necesitada todos los días.