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Un pulso insistente latía entre sus muslos. Carolyn sintió que sus femeninos pliegues estaban húmedos, hinchados y pesados. Cuando él le separó las piernas, ella no se resistió y él introdujo sus anchos hombros entre sus rodillas. La pequeña parte de la mente de Carolyn que no estaba perdida en la caliente neblina de excitación que la envolvía intentó protestar; intentó advertirla de que aquél no era el camino que ella deseaba recorrer, pero esa pequeña parte fue acallada de inmediato y un mundo de sensaciones la embriagó.

Mientras la boca de lord Surbrooke continuaba su pausado recorrido por la parte interior del muslo de Carolyn, una de sus manos se deslizó hacia arriba y encontró la abertura de sus calzones.

Al sentir el primer contacto de los dedos de lord Surbrooke en los pliegues de su carne, Carolyn jadeó, sonido que se convirtió en un suspiro largo y vaporoso de placer conforme él jugaba con su sensitiva piel con un perverso movimiento suave y circular. Incapaz de resistirse a semejante placer, Carolyn dejó caer la cabeza hacia atrás apoyándola en el respaldo del sofá y cerró los ojos. Y, por primera vez en años, se permitió el lujo de no hacer nada salvo sentir.

El deslizó un dedo en su interior y el cuerpo de Carolyn se tensó con un agradable espasmo.

– ¡Qué apretado! -murmuró él junto al muslo de Carolyn-. ¡Qué caliente y húmedo!

Caliente, sí… ¡Carolyn se sentía tan caliente…! Como si su piel estuviera demasiado hinchada y el fuego la consumiera. Él la acarició con una lentitud enloquecedora y, con cada caricia, fundía las inhibiciones de Carolyn y disolvía su pudor. Hasta que ella se apretó contra su mano, impaciente por recibir más. Él deslizó otro dedo en su interior y bombeó levemente arrancando un gemido largo y entrecortado de la garganta de Carolyn.

Carolyn sintió la otra mano de lord Surbrooke en su cintura. Entonces notó que sus dedos salían de su interior y exhaló un suave «no» de protesta. Cuando sintió que él tiraba de sus calzones, Carolyn levantó las caderas y él se los quitó.

La ávida mirada de lord Surbrooke quedó fascinada ante la visión del sexo expuesto de Carolyn, pero ella, en lugar de experimentar timidez, como habría esperado, sintió que su cuerpo se ponía tenso en una agonía de anticipación mientras esperaba que él la tocara. Sin embargo, él, en lugar de tocarla, cogió la rosa de su regazo.

– Debo decirte que he soñado con hacerte esto -declaró él con voz suave mientras deslizaba con lentitud los pétalos aterciopelados de la flor por el interior del muslo de Carolyn.

Ella soltó un respingo mientras un temblor recorría su cuerpo.

– ¿Ah, sí? ¿Cuándo?

– Ayer por la noche. -Daniel deslizó la rosa por la hendidura del sexo de Carolyn y ella se olvidó de cómo respirar-. Y la noche anterior a ayer por la noche. Y la noche anterior a la noche anterior a ayer por la noche. -Volvió a deslizar levemente la flor por los pliegues hinchados del sexo de Carolyn-. Y numerosas noches anteriores a ésa.

Levantó la mirada de las perversas maniobras que estaba realizando y clavó sus ardientes ojos en los de ella. A continuación, dejó la rosa sobre el sofá.

– ¿Alguna vez te has preguntado qué sentiría yo al tocarte de esta manera? -susurró mientras deslizaba un dedo en lo más hondo de ella.

Carolyn exhaló un suspiro y cerró los párpados. ¡Santo Dios, no esperaría que contestara a sus preguntas cuando la estaba haciendo sentirse… de aquella manera!, como si sus entrañas se hubieran convertido en un torrente de miel caliente; como si, de una forma simultánea, fuera a derretirse y a romperse en mil pedazos.

– Yo me lo he preguntado más veces de las que podría contar -declaró él, excitando la sensible protuberancia de Carolyn de tal forma que envió un torrente de fuego líquido por su interior-. Y aun así, eres más hermosa de lo que nunca imaginé.

Daniel deslizó, una vez más, los dedos por los pliegues de ella. A continuación, los introdujo en su interior excitándola y llevándola a un clímax que, partiendo de la base de su espina dorsal, crecía con rapidez. Apoyó los labios en la rodilla de Carolyn y subió con sus besos por la parte interior de su muslo mientras introducía los hombros entre sus piernas separándoselas todavía más. Entonces el tiempo pareció detenerse para Carolyn, mientras la lengua de Daniel se deslizaba por su excitado sexo.

Durante varios segundos, el cuerpo de Carolyn se puso tenso, pero entonces aquella reacción inicial, que era resultado del shock, se disolvió en un gemido grave de inevitable placer. Carolyn obligó a sus párpados a abrirse. La visión de la cabeza oscura de Daniel hundida entre sus piernas y las sensaciones que le producían sus labios, su lengua y sus dedos acariciando sus pliegues era la experiencia más erótica que había vivido nunca. El olor a almizcle de su excitación se extendió por el cálido aire del invernadero mezclándose con la fragancia de las flores. Ella se hundió más en el sofá y él, tras exhalar un gruñido de aprobación, le levantó las piernas y las colocó sobre sus hombros.

Perdida en aquel mundo de sensaciones, Carolyn volvió a cerrar los ojos y disfrutó del mágico tormento que la boca y los dedos de Daniel le provocaban mientras cada lengüetazo provocador, cada roce implacable la excitaba más y más acercándola al límite. Cuando rozó el límite, un grito agudo escapó de su garganta, su espalda se arqueó y sus dedos se clavaron en la muselina de su arrugado vestido mientras un potente clímax estallaba en su interior. Cuando los espasmos se convirtieron en meros temblores, Carolyn se desplomó en el sofá, sin aliento, fláccida y completamente satisfecha.

Carolyn sintió que Daniel le daba leves besos por la parte interior del muslo y consiguió entreabrir sus pesados párpados. Los ojos de él ardían como un par de hogueras. Sus miradas se clavaron la una en la otra y él bajó con lentitud las fláccidas piernas de ella de sus hombros. Entonces se inclinó sobre ella hasta que sus caras quedaron a escasos centímetros de distancia.

– Pronuncia mi nombre -pidió él con voz ronca y áspera.

Ella se humedeció los labios y se esforzó en encontrar su voz.

– Lord Surbrooke.

Él sacudió la cabeza y subió la palma de una de sus manos por la pierna de ella hasta colocarla debajo de su trasero desnudo. Entonces la acercó a él hasta que la dura prominencia de su erección, que hacía que sus pantalones estuvieran tirantes, se apoyó en el sexo de ella.

– Daniel.

La sensación de tenerlo presionado contra ella de una forma tan íntima, dejó a Carolyn momentáneamente sin habla. Después de tragar saliva, consiguió susurrar:

– Daniel.

Parte de la tensión que reflejaba la cara de Daniel se desvaneció y, tras exhalar un grave gemido, bajó lentamente su boca hasta la de ella. Carolyn separó los labios acogiendo la lengua de él. Daniel sabía a coñac y a ella, una combinación sumamente extraña que la embriagó. El fuego interior que él había avivado y que acababa de saciar volvió a la vida exigiendo más. Carolyn deslizó los dedos por el grueso cabello de Daniel incitándolo a acercarse. El flexionó las caderas y apretó todavía más su erección contra el cuerpo de ella. En aquel instante, lo único que quería Carolyn era que él se bajara los pantalones e introdujera con ímpetu aquella carne dura y deliciosa en su hambriento cuerpo.

Él, en cambio, separó la cabeza de la de ella. Carolyn, confusa, abrió los ojos y vio que él la miraba con una expresión apasionada.

Carolyn parpadeó varias veces y, de golpe, la realidad volvió a sus sentidos. Bajó la mirada por su cuerpo percibiendo las faldas arrugadas a la altura de su cintura, la piel pálida de su abdomen, los rizos de color castaño en el punto de unión de sus piernas extendidas. Y las caderas de Daniel, que estaban firmemente presionadas contra ella.

Seguramente, debería de sentirse horrorizada por su desvergonzado comportamiento, por las libertades que le había permitido a lord Surbrooke, libertades que su esposo nunca se había tomado con ella. Ni siquiera lo había intentado. Sin embargo, en lugar de horrorizada, se sentía más viva de lo que se había sentido en años. Como si acabara de salir de una cueva oscura y solitaria a un campo soleado que hervía de vida y color.